Es la historia, sin duda, las más grande de las aventuras que el hombre ha podido imaginar. Si existe una magna epopeya, una leyenda inagotable y unos personajes imposibles de crear con la imaginación, eso la Historia; la Historia con mayúsculas.
Ningún pueblo carece de historia. Será más corta o más larga; más rica o más pobre; más o menos honrosa, pero siempre irá ligada a ellos aunque algunos de estos pueblos ya no existan más que en el recuerdo.
Todo nos habla de historia: los grandes monumentos, las piedras, la tierra, las cuevas, el mar, los ríos, las tumbas… y, poco a poco, a través de pacientes y minuciosas investigaciones arqueológicas y del meticuloso análisis de documentos y nuevos indicios que van saliendo a la luz, se van atando cabos y aclarándose grandes enigmas e incógnitas de nuestro pasado. El trabajo de investigación es largo, lento, agotador, muchas veces frustrante en cuanto a resultados concretos, pero nunca vano o estéril.
Lo cierto es que la historia sigue interesando vivamente a intelectuales y escritores y, sin ninguna duda, al público lector. Las razones son obvias: la historia es fuente inagotable de recursos literarios y de trabajos intelectuales.
En los últimos tiempos, están proliferando de forma gratificante, las publicaciones literarias basadas en la historia, tanto trabajos de investigación como novelas históricas (genero éste último que puede encontrarse, en la actualidad, en uno de sus momentos cumbre) que tratan situaciones puntuales como puedan ser determinados hechos históricos, personajes, o cuestiones más importantes como estudios analíticos y críticos sobre guerras, dinastías, regímenes e incluso reinos que, como el visigodo, fue auténtico precursor de nuestro actual concepto de unidad nacional.
Pero también, al menos en el caso de España, están viendo la luz otras obras históricas de carácter general (tipo aquellos libros de historia de nuestras escuelas) que tratan de dar una respuesta o, simplemente, hacer llegar al gran público unas pautas muy generales del acontecer de España a lo largo de su dilatada historia. Buena falta estaban haciendo.
Lo interesante de estos trabajos, a parte de otros beneficios, es que están saliendo de las plumas de distintos autores, y más bueno aún es que estos autores son de diferentes nacionalidades y de variadas tendencias políticas.
No es difícil encontrar hoy en librerías, obras de reciente publicación que abordan los mismos temas y los mismos personajes históricos, pero de la mano de diferentes historiadores y, en consecuencia, bajo distintos puntos de vista. En las obras que tratan personajes de la historia, los autores, por lo general, no sólo se ciñen a los datos biográficos del personaje en cuestión, si no que tratan, también, su entorno histórico y las políticas que, tanto en el aspecto interior como en el exterior, se llevaban a cabo en los tiempos que les correspondió vivir y, de ahí, su gran interés.
Que la historia, la historia de España, no se ha contado bien casi nunca, es un hecho incuestionable. Y que la historia, nuestra historia, se sigue contando mal, o no contándose en gran parte de los centros escolares de España, es tan incuestionable como lo anterior. Actualmente no corren tiempos en España de tijeras censuradoras, ni de corrientes oficialistas de obligado cumplimiento, pero, lamentablemente, aún sigue siendo la historia materia de vergonzosa manipulación. Miremos, si no, hacia los nacionalismos que, como nuevos ricos, quieren a toda costa su propia historia, no como ocurrió, si no como ellos pretenden reinventársela en la actualidad. Algo parecido a gran parte de la izquierda que hoy se empeña en descubrir una memoria histórica a su medida, fuera de los textos.
Nunca, salvo honrosas excepciones, han sido los historiadores españoles proclives a escribir nuestra historia con neutralidad y libres de inclinaciones políticas y, en muy raras ocasiones, han sido capaces de desprenderse de los fuertes complejos y prejuicios que han caracterizado a muchas de sus obras y, por ello, hasta hace bien poco, a los grandes hispanistas había que buscarlos entre autores extranjeros.
Desde el jesuita Padre Mariana, a quien a finales del siglo XVI, el Rey Felipe III, o sus celosos próceres, le vetaron su Historia de España, hasta nuestros días, el escribir de historia en España ha sido casi más tortuoso que la propia historia que se pretendía contar.
Pero, por fortuna, hoy por hoy se vislumbran las cosas, en este sentido, con más optimismo. En España, por fin, se está estudiando e investigando seriamente nuestra historia y se están recuperando los horizontes perdidos. Se está escribiendo, sobre ella, de manera más intelectual que política, y se está dando a esta materia, la importancia y el nivel del que careció durante muchos años.
España empieza a dejar atrás los fantasmas de su pasado y se asienta en su realidad histórica; sin falsos héroes, tratando seria y justamente a sus personajes y a sus hechos, sin traumas, sin síndromes y sin timideces. Por fin parece que estamos llegando a ese punto tan necesario y esperado.
Recuerdo unas palabras que tengo anotadas de Ricardo García Cárcel –catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Barcelona- : “Una Historia de España, debe dejar de ser un problema para intelectuales atormentados y convertirse en la respuesta a los interrogantes de los ciudadanos corrientes y molientes”. Pues ya iba siendo hora.
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