Tras el espantoso accidente del avión de Spanair en Barajas, es raro el día que no vemos en la prensa alguna noticia relacionada con averías detectadas en alguna aeronave que aborta su despegue, o que realiza un aterrizaje de emergencia, o que demora su salida hasta que verifican un posible fallo.
Ya digo, es normal que día sí día no, nos encontremos con alguna situación como las comentadas.
Indudablemente esto da que pensar, pues no es normal que todos los problemas tengan que salir ahora. No es normal, e inevitablemente, da lugar a que nos hagamos preguntas al respecto.
¿Ocurre que antes no se hacían las verificaciones de rigor, y el exceso de confianza llevaba a despegar con un avión, a riesgo de no llegar al destino?
¿Ocurre que ahora ha entrado la sicosis de que cualquier ruido o problemilla hay que mirarlo por si pudiese revestir gravedad?
Eso es lo normal ¿no? Eso debería haber sido siempre lo normal y no ahora después de la tormenta.
Las líneas aéreas no pasan por su mejor momento por diversas cuestiones, muchas de ellas ajenas totalmente al accidente de Spanair, pero hay algo evidente: las personas, aún las avezadas a los vuelos frecuentes, cada vez tienen más miedo a volar, y no es extraño.
Por otro lado, tenemos las maniobras, la incompetencia y –hasta parecer ser- la falta de voluntad, de que, como está ocurriendo con esta última tragedia, van a impedir tener unas conclusiones, claras y creíbles, de cuales fueron las causas que la originaron.
Esto, al menos en España, puede ser el golpe de gracia para algunas aerolíneas, y, en ese caso, ya saben a quien se lo tienen que agradecer.