Manuel Godoy: Valido de Carlos IV que propició con su incompetencia y ambición, la entrada de Napoleón en España.
No sé si ustedes, en ocasiones, llegan a sentir el derrumbe que yo siento en momentos como el presente, por tanta basura como acumula este inocente país al que estamos empeñados, sino en que desaparezca, sí en que se lleve todas las áureas medallas que pueden concederse a un pueblo -para su vergüenza- en incompetencia, deslealtad, servilismo, bandolerismo, gilipollez, irresponsabilidad y un largo, larguísimo etcétera, de bochornosos calificativos como pocas veces España ha ostentado, merced a sus gobernantes actuales.
Desde la triste época de Carlos IV y sus desastrosos descendientes, que por desleales a su patria e incapaces de nacimiento, vendieron España a Napoleón a cambio de una cómoda pensión vitalicia, nunca pasó España por vergüenzas semejantes. De aquella fue el pueblo quien salvó la situación, y a ese mismo pueblo le va a tocar, si es capaz, remediar lo que ya parece inevitable.
Seguro que me tacharán de pesimista en extremo, y hasta de catastrofista, sin embargo si nos ponemos a analizar fríamente la situación, no es para estar optimistas, salvo aquellos que están convencidos –con todo el derecho a estarlo- de que el que se sigue es el camino correcto para que España sea un país democrático, unido, próspero, serio y respetado internacionalmente.
Pero en España, por desgracia, hoy están en cuestión muchos valores necesarios para que pueda gozar de ese reconocimientos internacional.
Empezamos por no tener ni medio clara nuestra identidad nacional, que hoy se aparta vergonzosamente de las tradicionales alianzas con occidente, echándose en brazos de países bananeros, seudodemocráticos, donde encuentra los ejemplos a sus políticas (Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua….) que niegan las libertades y la prosperidad de sus pueblos e ignoran la cultura, sin la cual un pueblo nunca podrá dejar de estar sometido.
La extrapolación de esas políticas lleva al Gobierno a la búsqueda de leyes y reformas que enfrenten a los españoles, como la Memoria “histérica” que está creando un ambiente de abierto enfrentamiento, atizada sorprendentemente por un juez de la Audiencia Nacional. Una nueva ley del aborto que ni necesitan ni comparten la mayoría de los ciudadanos. La reforma de una Justicia vergonzosamente politizada y en absoluto independiente, por lo tanto, “dudosa Justicia”. Una entrega total e indisimulada a los nacionalismos separatistas, gravísima situación con la que se ha estado jugando y para la que ahora no se encuentra solución.
Una ley de inmigración que nadie entiende y que, en vez de resolver, aumenta la grave problemática existente. Una ley presupuestaria que se ha convertido en un auténtico mercado de los recursos básicos de los españoles, que se repartirán a tenor de los apoyos políticos que el Gobierno reciba, para su aprobación en las Cámaras, de los distintos partidos, fundamentalmente nacionalistas o localistas, sin la menor ecuanimidad ni respeto a las auténticas necesidades de España.
Y, para colmo, una fuerte crisis económica que se ha estado negando y maquillando hasta que las arrugas del rostro ya no admitían disimulo y para la cual, el Gobierno se ve impotente e incapaz de tomar medidas de cara a su superación. No sabe, es incapaz. La inflación alcanza cifras históricas y la realidad no se refleja en los datos oficiales. Para que esos datos sean verdaderamente reales habría que sumarle dos puntos más, al menos, al 5% admitido por nuestros gobernantes.
Las cifras de paro se acercan, de forma galopante, a los dos millones y medio de españoles sin empleo, lo cual viene a generar importantes conflictos sociales y familiares. Son las cifras más altas de un país de la Unión Europea.
Me entristece seguir enumerando situaciones tan lamentables, pero eso no es lo peor. Lo peor y lo más desilusionante es el empecinamiento del Gobierno en no querer aceptar la realidad ni en admitir ayudas de otras fuerzas políticas por miedo a perder su protagonismo. Lo peor es la irresponsabilidad de los Gobiernos autonómicos que sólo miran para su arcas y sus intereses, ignorando y despreciando los intereses de una España que ya sólo existe a medias. Si con todo esto no es para sentirse pesimistas, pues que venga Dios y lo vea.
Yo no quiero, y ojalá fuese así, llevar la razón en mis análisis de la situación nacional. Yo plasmo en estos escritos mis conclusiones y temores y, reitero, me gustaría equivocarme, pero tengo la triste sensación de que estoy en lo cierto.
La fiesta española se acaba con el veraneo. Los españoles vuelven a entrar en la dura realidad cotidiana. Ahora, en vez de al cielo y al mar, se mira más al bolsillo, a los periódicos y a las televisiones. A ver quien se da cuenta de lo que aquí pasa. El Gobierno no va a querer darse cuenta, de eso estén seguros. Nos seguirán mintiendo.
CECILIA - "Mi querida España"
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