El emperador Carlos V fue un gran viajero, quizá no por afición pero sí por necesidad. Necesidad impuesta por el gobierno de sus vastos dominios que se extendían por medio mundo. A pesar de ser el mayor de los príncipes de su época, conoció y sufrió, como el último de sus lacayos, las incomodidades de los largos viajes que le apartaban de las comodidades palaciegas con una frecuencia, seguramente mayor, que la deseada por él.
Si el mero hecho de que el Emperador llegase a pasar por determinadas poblaciones, les diera derecho al título de “Imperiales”, tendríamos en Asturias, y más concretamente en el Oriente, varias con esa distinción.
A la muerte de su abuelo, Fernando el Católico, Carlos zarpó de Flandes hacia España -que ya era una y toda- rumbo a los puertos cantábricos de Castilla. En su primer contacto con tierra española vino a arribar a Villaviciosa (19-9-1517) que luce orgullosa en su escudo el águila bicéfala del imperio.
Tal como nos narra Ignacio Gracia Noriega en uno de sus muchos e interesantes artículos, “El nuevo rey de España, el que va a imponer el orden nuevo, desembarca, precisamente, en el viejo reino de Asturias: en lo que siempre fue España, en el reducto visigodo contra la invasión y el caos musulmanes, él, que también era un monarca que venía del norte. Y recorre parte de Asturias y de la montaña santanderina, las únicas tierras nunca contaminadas por el moro, tierras de cristianos viejos, madres respectivas de León y Castilla”.
Durante ese recorrido por Asturias que nos resume Ignacio Gracia, y que se inicia en Villaviciosa, va a visitar el Emperador varias villas orientales que guardan en sus anales el orgullo de su presencia.
En un libro titulado “Primer viaje a España del Emperador Carlos V en 1517” escrito por Laurent Vital, flamenco y servidor doméstico del monarca, se narra con detalle su recorrido por nuestra comarca.
Por ello sabemos que “en Villaviciosa permaneció cuatro noches, saliendo el 23 de septiembre a dormir a Colunga. El jueves 24, partió el Emperador de Colunga para descansar en el agradable puerto de Ribadesella, y que el sábado, día 26, desde Ribadesella y haciendo una jornada de cinco leguas largas, vino a descansar a una pequeña población llamada Llanes, no sin atravesar en el camino muchas y elevadas montañas, y bastantes valles, y con frecuencia ríos peligrosos a causa del impetuoso curso de sus aguas, no vadeables más que en las bajas mareas, y aún así, llegándoles el agua hasta las sillas de los caballos”.
Si el mero hecho de que el Emperador llegase a pasar por determinadas poblaciones, les diera derecho al título de “Imperiales”, tendríamos en Asturias, y más concretamente en el Oriente, varias con esa distinción.
A la muerte de su abuelo, Fernando el Católico, Carlos zarpó de Flandes hacia España -que ya era una y toda- rumbo a los puertos cantábricos de Castilla. En su primer contacto con tierra española vino a arribar a Villaviciosa (19-9-1517) que luce orgullosa en su escudo el águila bicéfala del imperio.
Tal como nos narra Ignacio Gracia Noriega en uno de sus muchos e interesantes artículos, “El nuevo rey de España, el que va a imponer el orden nuevo, desembarca, precisamente, en el viejo reino de Asturias: en lo que siempre fue España, en el reducto visigodo contra la invasión y el caos musulmanes, él, que también era un monarca que venía del norte. Y recorre parte de Asturias y de la montaña santanderina, las únicas tierras nunca contaminadas por el moro, tierras de cristianos viejos, madres respectivas de León y Castilla”.
Durante ese recorrido por Asturias que nos resume Ignacio Gracia, y que se inicia en Villaviciosa, va a visitar el Emperador varias villas orientales que guardan en sus anales el orgullo de su presencia.
En un libro titulado “Primer viaje a España del Emperador Carlos V en 1517” escrito por Laurent Vital, flamenco y servidor doméstico del monarca, se narra con detalle su recorrido por nuestra comarca.
Por ello sabemos que “en Villaviciosa permaneció cuatro noches, saliendo el 23 de septiembre a dormir a Colunga. El jueves 24, partió el Emperador de Colunga para descansar en el agradable puerto de Ribadesella, y que el sábado, día 26, desde Ribadesella y haciendo una jornada de cinco leguas largas, vino a descansar a una pequeña población llamada Llanes, no sin atravesar en el camino muchas y elevadas montañas, y bastantes valles, y con frecuencia ríos peligrosos a causa del impetuoso curso de sus aguas, no vadeables más que en las bajas mareas, y aún así, llegándoles el agua hasta las sillas de los caballos”.
Finalizada la estancia del césar Carlos en Llanes, también visita Colombres para, desde allí, dirigirse a Castilla por los altos puertos de la montaña santanderina, no sin antes detenerse en algunas poblaciones cántabras que, llegado el caso, también podrían reclamar su calidad de “Imperiales”.
Llanes cuenta con ese derecho por haberse detenido el monarca en esta villa y haber pernoctado en ella. Por haber disfrutado de la hospitalidad de sus habitantes que le recibieron con gran pompa y halagos, reconociendo el momento histórico que les tocaba vivir.
Dice Gracia Noriega: “Paso a paso (decía Unamuno que para conocer un país hay que “pisarlo”) entra Carlos en contacto con España a través de Asturias. En Llanes le ofrecen a él y a su séquito una corrida de toros y les dan a beber un vino tan fuerte que “más de ochenta de nuestras gentes se pusieron enfermas”, según calcula Laurent Vital. Un historiador bastante desenvuelto, González Cremona, concluye: “Toros y vino…… Carlos estaba ya en España”.
En la interesantísima obra de Manuel García Mijares, “Apuntes históricos, genealógicos y biográficos de Llanes y sus hombres” (1893) se describe con más detalle la estancia del Emperador en Llanes, siguiendo la pluma de Laurent Vital:
“Al entrar el Rey en Llanes el sábado 26 de Septiembre de 1517 fue recibido con regocijo inmenso, hasta el punto, según el cronista, de decirse de sus habitantes lo mismo que de los de Villaviciosa: que no tenían para el monarca mas que amor y buena voluntad; que se formó en honor de S. M. una lucida procesión en la cual el clero iba delante, atravesando así la comitiva toda la población, cuyas casas estaban adornadas de verde follaje y ramos, y cubierto el piso de yerbas olorosas hasta el punto de su alojamiento en la casa de Juan Pariente..
El Emperador pasó en esta casa de Llanes dos noches y un día, o sea desde la tarde del sábado 26, a la mañana del lunes 28 de Septiembre de 1517, en que se puso en marcha para Colombres.
Por la tarde y después de vísperas, fue Su Majestad a ver la corrida de toros, que proporcionó gran diversión por que los toros eran fieros y malos como ellos solos, según lo demostraron cuando ya estaban excitados, hiriendo a muchas personas, entre las cuales hubo un hombre en peligro de muerte”.