viernes, 27 de noviembre de 2009

EL CONDE DE VILLAMEDIANA. UNA HISTORIA DE HOY.

-Mentideros de Madrid, decidnos: ¿quien mató al conde...?



Fue en el Madrid del Siglo de Oro cuando, durante algunos años, un singular personaje vino a alterar la vida de la corte con sus extravagancias y singularidad personales. Se llamaba Juan de Tassis y Peralta y era el segundo conde de Villamediana. Quevedo, Góngora, Lópe de Vega y algunos otros, oscurecieron su nombre dentro de las brillantes letras españolas de la época pero su nombre entra, por derecho propio, dentro de aquel parnaso de oro que dio gloria y nombre a un siglo de creadores ingeniosos y de arquetipos singulares, tan españoles, que no se pueden desvincular de nuestra historia ni de nuestra cultura.

Aristócrata culto, arrogante vividor, poeta y don Juan, cometió el error de desafiar al mismo rey Felipe IV, un Dios en su época, y, lo que fue peor, al valido plenipotenciario, el conde-duque de Olivares. Cuatro siglos después, su muerte sigue rodeada de incógnitas y arropada de coplillas y rumores.

En los mentideros madrileños donde las noticias, y principalmente los rumores, corren de boca en boca, se preguntan las gentes quien mató al conde de Villamediana a plena luz del día en la calle Mayor, en un día de fiesta ante medio Madrid y sin que nadie hubiese levantado, no ya una espada, si no una mano por impedirlo. Mucho se teme a Olivares en los madriles y quizá no sea prudente meterse en berenjenales que, al fin y al cabo, el propio conde su buscó por su donjuanismo y por querer picar demasiado alto.

Juan de Tassis (o de Tarsis) es un hombre con una excelente educación humanística y una amplia cultura, aunque nunca se licenció en nada, pero destaca en el arte de la poesía que tanto dominaron los autores de aquel tiempo. Introducido desde temprana edad por su padre en la corte, se mueve con maestría en los círculos palaciegos y ya Felipe III le nombra Gentilhombre de la Casa del Rey.

La obra literaria del conde Villamediana ha quedado eclipsada por otros aspectos de su vida y por otros grandes escritores contemporáneos que destacaron en sus biografías este arte por encima de otras cualidades que predominan en la vida Juan de Tassis. Sin embargo gozó de un gran respeto académico por sus excelentes versos y fue tan amigo de Luis de Góngora, como enemigo de Quevedo o de Lópe de Vega. Quizá, de no haber tenido tan funesto destino, su obra literaria tendría hoy su lugar de honor en el Olimpo de los autores de nuestro Siglo de Oro.

Un personaje como Villamediana, a través del tiempo, y quizá también en su propio tiempo, se vuelve controvertido a la fuerza. De él se ha dicho de todo y se le ha catalogado de todo. Para unos fue un caballero y otros le niegan, rotundamente, esa cualidad. Se le considera un don Juan y existe la opinión, por otra parte, de que era homosexual. Puede leerse de él que era amoroso con las damas y no falta quien le tilda de maltratador de mujeres. Sus tiempos fueron prolíficos en coplillas, chismes y panfletos anónimos y un personaje tan conocido en la corte, da para muchas opiniones, cariños y odios.

De lo que, según parece, no cabe ninguna duda, es de su temeridad y de su impertinencia. Era pendenciero a la usanza, altivo y galán innato, a parte de genial poeta. Esas cualidades le granjearon muchas aventuras amorosas y, por el contrario, también muchas enemistades y odios que, posiblemente, fue lo que le llevó a una trágica y enigmática muerte.

Villamediana picaba alto y sus andanzas fueron celebradas por poetas y curiosos. Las malas lenguas, que nunca descansan, llegaron a afirmar que estaba enamorado de la mismísima reina, Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV. No es probable, y menos que hubiese existido ninguna relación entre ambos pero las habladurías de los mentideros y las crónicas rosas llegan a convertirse en verdades históricas, máxime en aquel Madrid del Siglo de Oro de capa y espada, de lances de honor y de amores imposibles pero, a la vez, atrayentes para los mentideros y la gente desocupada.

Sin embargo se cuenta una anécdota muy curiosa respecto a los supuestos amores de Juan de Tassis y la reina Isabel: En una ocasión la reina estaba asomada a un balcón de palacio cuando unas manos indiscretas taparon sus ojos. Creyendo que era el conde de Villamediana el autor de la broma, la reina Isabel le dijo: “Estaos quieto, conde”, pero no era éste sino el mismo rey Felipe, poco dado a las bromas quien, contrariado, preguntó a su esposa: ¿Cómo es qué me habéis dado ese título? A lo que la reina respondió: ¿Acaso no sois, también, el conde de Barcelona?

Cierto o no, por este motivo o por otros, lo cierto es que Villamediana era un personaje, cuado menos incómodo. El Rey, un putero descarado, no podía consentir amoríos por parte de su consorte. Villamediana era un cabrón al que no se le podían consentir semejantes alardes reales. Su confesor ya le había advertido que mirase por sí.

El crimen tuvo lugar en la calle Mayor madrileña un día de fiesta en la corte. Fue un 21 de agosto de 1622. Un sicario hizo detenerse el coche de caballos que llevaba al conde y le disparó con una ballesta que le atravesó el corazón de galán y de poeta.

Nadie persiguió al asesino que se perdió entre la gente. Juan de Tassis, conde de Villamediana, había escrito su último poema.

No. El último lo escribió su gran amigo y genial poeta, Luis de Góngora:

-Mentidero de Madrid, decidnos:
¿Quién mató al conde?
No se sabe ni se esconde.
Sin discurso discurrid.
-Dicen que le mató el Cid
por ser el conde Lozano.
¡Disparate chabacano!
La verdad del caso ha sido
Que el matador fue Bellido
Y el impulsor soberano.

Felipe IV, podía así seguir follándose a sus putas, pero a su real esposa, ni tocarla..

miércoles, 25 de noviembre de 2009

EDGAR A. POE, DOSCIENTOS AÑOS DESPUÉS.

¡Es verdad! Soy muy nervioso, horrorosamente nervioso. Siempre lo he sido. Pero ¿por qué pretendéis que esté loco?


En nuestras cabezas se asientan a veces los fantasmas, los monstruos y las pesadillas. Unas veces son sólo producto de nuestros cerebros pero otras son reales, tremendamente reales. La vida siempre ha fabricado monstruos y pesadillas y en nuestra sensibilidad está el hacerles caso o ignorarles. No todos tenemos esa capacidad magnífica de ignorarles y, entonces, tenemos que vivir con ellos, nos guste o no nos guste. No nos ayudan a que la vida sea más feliz, todo lo contrario, nos la complican y nos restan espacios importantísimos de felicidad.

Para algunas personas, esos monstruos y esas pesadillas (producto de lo que sea) son materia de inspiración y de creación. De creación de historias fantasmales y tremendamente trágicas pero que el gran público ha elevado a la categoría de obras de arte, merced a la maestría con que fueron escritas y a la habilidad de su autor para descubrir en nosotros la atracción mágica hacia ellas. Es el caso del escritor norteamericano, Edgar Allan Poe, del que este año, ya a punto de concluir, se conmemora el bicentenario de su nacimiento.

Intensa vida la de este creador literario. Intensa y muy corta. Turbulenta y trágica como sus mejores relatos. Toda su vida, e incluso su muerte, están identificadas con su obra y no necesariamente por su gusto. Para Poe, los fantasmas de su cerebro le condicionaron una fantasía que creó escuela y que no pudo echar fuera de sí mismo más que a través de la literatura.

Poe cultivó varios géneros: relato y cuentos, poesía, una única novela (la narración de Arthur Gordon Pym), ensayo y crítica, pero su fama la debe, fundamentalmente, a sus “narraciones extraordinarias” por las que se le considera el padre de los cuentos de terror y el antecedente de la novela policiaca. Si las narraciones de Poe, sus macabros relatos de terror, merecen el calificativo de extraordinarias, no se puede ignorar que sus personajes, sus monstruos, son humanos, quizá demasiado humanos. Tan humanos como las situaciones que plasma en esos relatos. Humanas, como digo, demasiado humanas, aunque parezcan fantásticas. Hoy existen situaciones tan macabras y espeluznantes como lo que relata en “El barril de amontillado”, en “El pozo y el péndulo”, o en “El caso del señor Valdemar”. Sólo que hoy faltan genios y sobran relatores de poco pelo. Pero casos y situaciones como las que Poe nos relata en sus narraciones, existen todos los días. Situaciones macabras, horribles, dignas (lamentablemente) de mentes influidas, como en el caso de Poe, por el alcohol y las drogas. Sólo que Poe las escribía, no las protagonizaba personalmente. Por eso se adelantó a su tiempo y creó escuela, y, por eso, hay que verle también como un filósofo que avisa, que denuncia y al que se le ha hecho poco caso. Su obra tiene un mensaje que pocos han comprendido, y sus relatos macabros no fueron escritos, simplemente, para entretener a los adictos a lo sobrenatural, dentro de la naturaleza del ser humano.

Poe encierra, en sí mismo, el misterio de su existencia. Infeliz desde su infancia fracasa en sus matrimonios. No puede con su vida. Se cae y se levanta de nuevo. Triunfa en el periodismo y en muchos campos de la literatura, pero no en lo fundamental. No encuentra el camino de su propia vida que el destino le niega. Amó y fue amado. Fue admirado y despreciado.

Tuvo la mala fortuna de vivir en un mundo mediocre donde, en su época, no se apreció su talento salvo para elevar alguna revista a rangos económicos, cuestión que nunca estuvo entre sus proyectos intelectuales y que le deprimía cuando se daba cuenta que el gran público sólo quería relatos sin sentido y no apreciaban el mensaje que él quería trasmitir.

Su refugio ante estas desilusiones era el alcohol y las drogas y eso acabó con una vida que podría haber dado mucho, pero a la que pocos comprendieron.

Su muerte está sumida en el enigma. No podría ser de otra manera. Es digna de uno de sus relatos. Un relato que él nunca pudo escribir. El delirio y la locura se lo impidieron.

Poco tiempo antes de su misteriosa muerte, vuelve a Richmond. Allí, sin querer, o buscando un consuelo que pueda calmar su profunda depresión, se enamora nuevamente de alguien a quien amó en su adolescencia, Elmira Royster. Ya había celebrado con algunos amigos su próximo enlace cuando Poe desaparece para ser encontrado en el embarcadero de Baltímore por un vigilante que ve llegar a un hombre harapiento y totalmente perdido. Entra en una taberna donde bebe hasta perder todo conocimiento.

Al día siguiente, inconsciente y vistiendo unas ropas de vagabundo, que no eran suyas, es encontrado en la calle a la puerta de un antro de delincuencia. No tiene documentación, ni dinero y todo el mundo ignora de quien puede tratarse.

El día 7 de octubre de 1849, fallecía en un hospital de Baltímore un hombre desconocido, harapiento, que había sido trasladado allí por alguien que lo encontró inconsciente en la calle. Un hombre que padeció, en sus últimos momentos, un delirium tremens que le hacía preguntar si había aún alguna esperanza para un miserable…

Aquel miserable era uno de los genios de la literatura mundial: Edgar Allan Poe.

lunes, 16 de noviembre de 2009

PONLE UN PAR DE TIROS A TÚ DEPRESIÓN.

¡Que jamás vuelva por España..!



No hay derecho, hombre, no hay derecho. El pobre Iñaki de Juana Chaos (sí, hombre, ese que siempre está oliendo mierda) se encuentra desamparado en Belfast y no se atreve a volver a su querida España. Teme por su vida, en el caso de regresar a este país de violentos y de asesinos. Esta situación le tiene postrado y con una depresión de caballo que requiere de la asistencia de sicólogos.

No hay derecho, hombre, no hay derecho. ¿Qué le ha podido ocurrir a un asesino como éste, tan familiarizado con la muerte, para que ahora llegue a temerla? ¿No les da a ustedes pena de él?

La situación que padece, y que yo conozco bien por otras razones muy distintas, le impide pensar y recurrir a métodos que podrían curarle sus males y no volver a padecerlos jamás.

Uno de esos métodos sería que, para siempre jamás, se olvidara de este país y que nunca volviese por aquí. Aquí no tiene, o no debería de tener, sitio en ningún espacio de la sociedad. Así se le quitaría esa honda preocupación y no tendría que temer por su miserable vida.

El otro método, y este más contundente, es que se aplique a sí mismo la medicina que aplicó a sus veintiuna víctimas, es decir que se pegue un tiro y termine de una vez por siempre con esa asquerosa depresión que no le deja vivir a sus anchas.

Las veintiuna personas a las que asesinó miserablemente ya no padecen depresión, ni un simple dolor de cabeza. Son mucho más felices que él. Mucho más felices que este asesino que, yo se lo deseo, no va a alcanzar la tranquilidad ni muerto.


Pero cualquier día vendrá y nos le encontraremos paseando por cualquier calle, como un señor, porque le habrán dado permiso para venir a arreglarse los pies o a darse masajes en los huevos.
(Artículo de Alfonso Ussía)

sábado, 14 de noviembre de 2009

CON BANDERA DE PENDEJO..

La próxima vez que lleven un mural de Zapatero. Quizá con eso de la Alianza de Civilizaciones le conozcan y no se metan con nosotros.



Que en España ya no caben más tontos se ha dicho por activa y por pasiva. Sin embargo siempre hay sitio para otro, y para otro, y para los que puedan llegar de fuera, aunque nunca nos superarán en lo pendejos que podemos ser.

No me gusta a mí tocar más de una vez el mismo tema pues, una vez dicho lo que en su día me apeteció decir, según mi particular criterio, es inútil volver a insistir porque podrías estar sobre el asunto días y días y hasta, quizá, acabaría uno contradiciéndose o, cuando menos, no siendo coherente.

Sobre el caso del secuestro del atunero Alakrana hice mi comentario no hace muchos días pero hoy he leído (y prefería no haberlo hecho) un comentario en la prensa nacional que me ha dejado estupefacto.

El juez de la Audiencia Nacional, Santiago Pedraz, que es el instructor del caso, pidió ayer al Estado Mayor de la Defensa (y vuelvo a preguntarme a quien defienden éstos) que certifique bajo qué pabellón navegaba el buque vasco cuando el pasado 2 de Octubre fue abordado y secuestrado por piratas somalíes en el Índico. El magistrado realizó esta solicitud después de que el abogado (al que aún no se sabe quien le paga) de Abdu Willy, uno de los dos piratas detenidos por la armada y remitidos a España, cuestionara la jurisdicción española para investigar un delito cometido en un buque en el que ondeaba la ikurriña y no la bandera de España.

Pienso yo que, con independencia de nuestras simpatías o antipatías hacia los nacionalismos, hoy por hoy (y si esto ya no se reconoce, apaga y vámonos que aquí ya no hay más de que hablar) la ikurriña es la bandera que identifica a una comunidad autónoma integrante del estado español, por lo que con “bicrucífera” o con “rojigualda”, se trataba de un barco español. Si esto no es así, lo siento pero a mí que me borren de este supuesto Estado. No me interesa.

Que yo pregunte este tipo de cosas puede que a nadie le extrañe. Yo soy un zoquete que no entiendo de cuestiones jurídicas, y mucho menos internacionales, pero que lo pregunte un magistrado de la Audiencia Nacional, ya me desprograma.

Cualquier paso, cualquier acontecimiento de estas características que se produce, por vergonzoso que sea, tiene su lado positivo y práctico para estas fuerzas que luchan, desde casa, por la descomposición de la Nación española.

Si alguien duda, según mi criterio, de que un barco que enarbola la ikurriña en su pabellón, o que su tripulación va cantando “Asturias Patria Querida”, no es español, es que está poniendo en duda la integridad sagrada de la Nación española. Ese es mi punto de vista y así lo manifiesto.

Lo más grave, a mí entender, es que esta pregunta se la haga un magistrado de la Audiencia Nacional. ¿Qué podemos esperar…?

jueves, 12 de noviembre de 2009

EL MURO DE LOS SINVERGÜENZAS..


Este muro fue levantado por la "razón de la fuerrza". La "fuerza de la razón" fue la encargada de derribarlo hace ahora veinte años.


Veinte años hace ya que derribaron el Muro de Berlín, que no es lo mismo que se derribó. El Muro que dividía Berlín y, a la vez a Europa, cayó por la fuerza de la razón, de la misma manera que fue levantado por la razón de la fuerza.
Puede que se haya hablado más de los que derribaron el Muro que de los que lo levantaron y hoy todos arriman el hombro y presumen de haber colaborado a su demolición. Si embargo, en su día estaban lejos y no pegaron ni un piquetazo (en ningún sentido) ni material ni espiritual. Pero hace pocos días estaban todos en Berlín para la celebración de un acontecimiento que el mundo ha reconocido, sin paliativos.

Estaba hasta Zapatero que, de aquella, estaría haciendo el tonto por alguna universidad con sueños de nieto de un militar republicano represaliado por la España franquista: “Nosotros, en España, también tuvimos un muro durante casi cuarenta años. Un muro que pesaba como una losa…” Eso es todo lo que se le ocurrió decir a este gran político al que media España tiene que soportar, por capricho y empecinamiento de la otra media. Un político que pesa como la losa que tapa el sepulcro de Franco en Cuelgamuros. Un político que, afortunadamente, no llegará a estar cuarenta años al frente del gobierno de España. Pesa, claro que pesa. Es pesado e inútil. Es como aquellos reyes del XIX que sólo se preocupaban de su dote y de su retiro de terciopelo, donde fuese y como fuese. Pesa. Vaya si pesa. Que se lo pregunten a los cuatro millones de españoles que no saben como van a pasar las próximas Navidades. Pesa y quema como el plomo derretido. Muerde, pesa y jode…

La propaganda política, manipulada magistralmente por la izquierda internacional, se ha cuidado muy mucho de no pregonar quienes construyeron el muro, y muchos de los que hace pocos días estaban en Berlín celebrando a bombo y platillo la caída de una de las mayores vergüenzas del siglo XX, integraban las fuerzas que la internacional comunista tenía magistralmente situadas en los países del mundo libre. De poco les sirvió, pues no pudieron sobrepasar determinadas fronteras.

El “Muro de la Vergüenza” –eso hay que recordárselo al mundo- fue construido por aquellos que pregonaban la libertad, la igualdad y el paraíso de los trabajadores. Por aquellas gentes y aquellos idealistas que jamás creyeron en lo que predicaban. Por aquellos gobiernos que, después de cincuenta años de paraísos ficticios, dejaron a media Europa en la más absoluta de las ruinas, a millones de obreros sin ningún tipo de cobertura social y con sus corazones inyectados de odio, de desilusión y de la más absoluta de las decepciones.

Hace pocos días, muchos de aquellos que dieron cobertura a aquellos regímenes sangrientos, celebraban la caída del Muro en Berlín. Son gentes reconvertidas, recicladas. Gentes que se agarran a lo que haga falta para seguir haciendo daño a la Humanidad. Gentes sin escrúpulos. Gentuzas que tienen la suerte de vivir, gracias a que sus principios no triunfaron.

Aquí, en Asturias, tenemos un ejemplo muy claro: nuestro Presidente, don Vicente Álvarez Areces, destacado comunista, en aquellos tiempos, del ala más dura del Marxismo internacional.

Este tipo de gentes son los que propiciaron la construcción del vergonzoso Muro. Este tipo de gentes son los responsables de que esta vergüenza haya durado más de cuarenta años. Pero de ello no habla nadie. Todo lo contrario, ahora parece que fueron ellos los artífices únicos de su demolición. Los forjadores de las libertades en Europa y en el mundo. Todos, en Berlín, hace pocos días, se daban palmadas en la espalda. Nadie se daba golpes de pecho.

Por eso a mí me pesan estas gentuzas como una losa. Como la losa que tapa a Franco en Cuelgamuros. Como la losa, la pesada losa que supone tener que aguantar a Zapatero…¡¡¡Sinvergüenzas!!!

lunes, 9 de noviembre de 2009

EL ALAKRANA.

¡Barco español, paisa! : barato, barato y pago sin problemas.



El asunto del buque atunero, Alakrana, secuestrado en el Índico por piratas somalíes, debe hacernos meditar seriamente. Se está escribiendo y opinando mucho sobre la cuestión y, quizá, no sea ni bueno. En este momento se deben olvidar algunas cosas –que no carecen de importancia- y hay que centrarse en la realidad de los hechos. Esta realidad es que se trata de un barco español tripulado por españoles (gallegos y vascos) secuestrado por una cuadrilla de piratas, terroristas y gentes sin patria y sin bandera. Somalia es, hoy por hoy, un agujero negro en la geografía política mundial. Es un territorio que carece de gobierno, de leyes, de dignidad y de cualquier voluntad de colaborar con la Comunidad Internacional. Hoy, Somalia, se diga lo que se diga, no existe como entidad nacional, con independencia de que tenga un nombre y unos límites geográficos. El mundo asiste a este hecho, impasible y sin capacidad de respuesta clara y eso constituye el auténtico poder y la fuerza que asumen los piratas que están haciendo sonrojar a supuestos estados de derecho, como es en la actualidad el caso de España.

Ante estos hechos, los gobiernos de los países afectados tienen dos soluciones: Una es tragar, vergonzosamente, las exigencias inaceptables de los piratas, es decir, pagar y humillarse ante una banda de terroristas –cosa que no le va a quedar más remedio que hacer al Gobierno de España para poder devolver a casa, sanos y salvos, a los treinta y seis tripulantes del Alakrana- u, otra, hacer valer el derecho internacional sobre la tierra y los mares.

Con independencia de que el actual Gobierno de España esté mostrando nuevamente su incapacidad de respuesta ante hechos tan denigrantes -incapacidad que ha venido ejerciendo estos últimos años con sus problemas de terrorismo internos- la Comunidad Internacional debe reaccionar sin demora y tratar de poner orden en esas aguas y en esos territorios de nadie, a merced de estos grupos de piratas terroristas.

Del Gobierno español, que tantas veces ha mostrado sus dotes de soberbia y su incapacidad para solventar cuestiones tan delicadas, si no es a través de la bajada de pantalones y del desprestigio internacional, poco o nada se puede esperar. Por presiones internas acabará buscando, y encontrando, recursos jurídicos que le permitan extraditar, comiéndose la vergüenza, a los dos piratas que, en su día, trasladó a España sin sopesar las consecuencias que ello podría acarrear. Luego pagará católicamente los rescates y, encima, acabará presumiendo, y vendiendo, una gestión diplomática exquisita y fructífera. Pero mañana será otro buque el que caerá en manos de los piratas, pasado mañana será otro y, así, no se puede vivir.

Si el supuesto estado somalí no da garantías y los piratas siguen campando por sus fueros, habrá que tomar otras medidas. El mar es inmenso, pero también aísla. Los piratas tienen sus bases en tierra y sin ellas son inoperantes. Allí es donde hay que tomar las medidas. Ese tipo de medidas que se han tomado en otros países, en otros territorios, por razones mucho menos importantes. Pero, claro, de Somalia poco se puede traer. Allí no hay petróleo ni otras lindezas. No interesa. Allí sólo se puede ir a defender la dignidad de los países, supuestamente libres, y la seguridad de sus trabajadores, y eso a pocos países les interesa. Por supuesto para España y para su actual Gobierno, ha quedado demostrado que no constituye una prioridad.

Arturo Pérez Reverte, se preguntaba en uno de sus últimos artículos en XL Semanal que a quien defiende el Ministerio de Defensa. Yo también me hago esa pregunta. El Ministerio de Defensa español puede mandar al Ejército en misiones de paz (como una ONG más) a cualquier país donde nada se nos ha perdido. Puede mandar a morir a nuestros soldados a cualquier territorio sin saber por qué mueren. Ellos mandan y pueden hacerlo, pero no pueden poner tropas a disposición de un sector de trabajadores españoles a los que, en sus cabezas, se ofende la dignidad nacional y, un día sí y otro también, se nos mea y se nos escupe a la cara.

España es, hoy por hoy, la víctima propiciatoria y la pagana de esta cuadrilla de quinquis. “Barco español, paisa, barato, barato. Rescate asegurado y sin problemas…”

Pero la Teresa, la de la Vogue, o como se llame, se ha ido a Argentina a ver a la otra dama impresentable; la de las piernas de chopo, la esposa del esposo que ha comprendido que en ese país aún hay algo que escaldar. Encima de una vergüenza, otra. Pero en España “tira que libras”. La culpa no la tienen ellos. La culpa es nuestra. Bien, pues a joderse, pague quien pague. Tenemos lo que hemos querido tener…..¡Qué vergüenza, oye...!

martes, 3 de noviembre de 2009

¿FURTIVOS...? FURTIVOS USTEDES.

Aquí, en Asturias y en Cantabria, los ríos que no han muerto se están muriendo. A sus aguas, los salmones ya no quieren ni asomarse o, quizá, es que no les dejan entrar a ellas. De todo puede haber y, de hecho, lo hay. Las aguas de nuestros ríos, antes puras y cristalinas, son hoy un fangal impresentable donde no puede vivir un ser que necesita respirar, por las branquias o por la boca.

Esto es algo que se viene viendo desde hace ya muchos años. Los ríos se mueren ante la pasividad y la inutilidad de los que deben cuidar de ellos. Los ríos se mueren ante la incompetencia, la ineficacia y el desconocimiento de los políticos de turno que tienen la responsabilidad de cuidar el medio ambiente y no saben, porque lo ignoran todo sobre el medio ambiente. La extrema degradación de nuestros ríos es su obra y su responsabilidad pero nunca la van a asumir. Tienen cara para eso y para mucho más.

Ahora resulta que el problema es de los furtivos. El descenso alarmante de capturas –y, por supuesto, de peces- es, según estos fenómenos de Oviedo o de Madrid, culpa de los pescadores furtivos. Yo me pregunto lo que pueden saber estos andobas de los río: ¿Cuantas horas, en su vida, han pasado a la orilla de un río? ¿Donde nacen los ríos? ¿Donde desembocan? ¿Cuando y por donde suben los salmones? ¿Cual es el proceso y la migración de un salmón? ¿Donde es más propicio ir a pescar truchas o salmones? ¿Sabrán algo de esto? ¡No tienen ni puñetera idea! Ellos dictan leyes y medidas desde un despacho, con un póster –grande, eso sí- del Cares, del Nansa, del Sella o del Narcea. Ellos buscan culpables, pero nunca les ha dado por pensar que los culpables pueden ser ellos.

Yo no nací a la orilla de un río, pero sí a cuatro cuartas mal contadas. A mí me arrulló el Cares muchas noches mientras sentía sus rugidos. Le oía desde mi casa en noches de crecidas cuando bajaba de los “picos” todo aquel tsunami de aguas, troncos de árboles y ganados muertos entre las aguas ocres de los barros de “Colio” que, según cuenta la tradición, teñían aquellos diablillos lebaniegos, habitantes de unas cuevas por donde el Deva se sumergía en extraños rituales.

Yo, de mozo, “trinqué” más de un salmón para poder tener en mi bolsillo cuarenta o cincuenta duros que nadie me hubiese dado. Los veías a flor de agua y algunas veces hasta les acariciabas el lomo mientras, casi en la superficie, buscaban aguas más calientes por el sol primaveral.

En mi pueblo había, de aquella, algunos pescadores furtivos. Eran gentes necesitadas que con quince o veinte salmones arreglaban, mal que bien, el invierno. Pero también, de aquella, las mesas del hotel Palacio se llenaban de salmones “legales” que todos los días se registraban y precintaban. El río daba riqueza para todos. Para unos, muy necesaria para su subsistencia; para otros era, simplemente, el triunfo de su aventura turístico-deportiva. El río sonreía a todos.

Eran tiempos difíciles, pero tiempos sanos. Eran tiempos en los que había que ser furtivo por necesidad. Y había furtivos, muchos más que hoy, pero el río, como digo, daba para todo.

Hoy, el río lo único que da es pena. Hoy no hay furtivos de necesidad. El furtivismo no está hoy en los ríos ni en los montes. El furtivismo está instalado hoy en otros espacios, en otros oficios y en otros estamentos. Pero cree el ladrón “que todos son de su condición” y del deterioro extremo de nuestros espacios naturales, producto de políticas erróneas, inútiles e ineficaces (furtivas al fin) se le echa la culpa a los furtivos. ¿A qué furtivos, hombre, a qué furtivos? Sí, hoy puede haber furtivos, pero no son aquellos que, por necesidad, frecuentaban nuestros ríos en tiempos de escaseces económicas, cuando más salmones se echaban a tierra. Hoy a los furtivos hay que buscarlos en las entradas de los ríos, o en sus desembocaduras, según como quieran verlo. Digo lo de las entradas porque ahí está el mal, ahí está el cáncer, ahí es donde hay que extirpar. Por ahí entran los salmones en los ríos pero, si no se les deja pasar…..

En las riberas del Cares, del Sella, del Narcea, del Nansa, puede haber algún irresponsable al que aún le queden reminiscencias de aquellos años de la necesidad de ser furtivo. ¿Y qué puede lograr…? ¿Pueden ser ellos la causa de esta debacle de nuestros ríos? No hombre, no. La culpa es de personajes como el señor delegado del gobierno en Asturias, don Antonio Trevín, que no sabe de que va la vaina. Don Antonio Trevín, como se ha publicado en la prensa regional hace pocos días, está dispuesto a mandar a los ríos asturianos a la División Acorazada “Brunete” (entiéndase, efectivos de guarderías, Guardia Civil y, si hace falta, ferroviarios) por tierra y aire…Así quiere el señor Delegado del Gobierno mejorar los ríos. Este señor se ha creído que esto es la “Revolución de Asturias” del 34. No hombre, no. Esto es una cuestión de política medioambiental de la que ustedes han demostrado que no conocen nada. Aquí no se trata de mandar a un nuevo López Ochoa a calmar a nadie. Aquí de lo que se trata es de poner orden en los vertidos que contaminan salvajemente las aguas de los ríos. De no permitir redes ni artes depredadoras en los estuarios. De poner al frente de estas políticas a gentes que sepan lo que es un río, un salmón y una trucha, es decir, que se hayan mojado los huevos muchas veces en las frías aguas de los ríos. De eso se trata, nada más, pero tampoco nada menos.

Echarle la culpa a los furtivos de este desastre de los ríos, es como llamarle arroyo al Amazonas o cerro al Himalaya. Pero tiene su ventaja: permite llamarles a ustedes caraduras, ignorantes y hasta sinvergüenzas.

domingo, 1 de noviembre de 2009

LOS IMPRESENTABLES HÉROES DE AHORA

Yo quiero volver a mi infancia y a mis lecturas de entonces. No me gusta esta vida ni quienes la protagonizan. Yo de niño –y tenía muy pocos- habría un cuento del Capitán Trueno, del Jabato, del Cachorro; en fin, de aquellos héroes que nos dibujaban algunos, dirigidos por la censura con el fin de formar nuestro “espíritu nacional”, y me divertía, me entusiasmaba y me hacía dormir bien. Yo me imaginaba que un día podría ser como ellos. Un paladín de la razón y de la honradez.

Mis hermanas leían cuentos de hadas. Eran unos cuadernillos de, a penas, ocho o diez páginas. Cuando murió, repentinamente, mi hermana María Jesús (Chuchina), con sólo trece años, en las más trágicas Navidades que yo recuerdo, dejó encima de su cama uno de aquellos cuentos de hadas. Yo lo recogí y lo guardé. Durante muchos años sabía donde estaba. Lo guardé en un cajón de un comodín de aquella habitación donde luego yo dormí muchas noches. Muchas de aquellas noches yo sacaba ese cuento y lo leía; era en blanco y negro y casi llegué a aprender sus textos de memoria

La vida me fue enseñando que aquello no era real, que eran sólo cuentos para niños. Lo de mi hermana sí había sido real. En aquellos cuentos, una niña preciosa como era mi hermana, podía resucitar merced al beso de un príncipe o al toque de la varita mágica de un hada madrina. Pero pronto, como digo, me fui dando cuenta de que eso sólo ocurría en los cuentos.

De todas formas me aferré a ello y durante algunos años viví, o quise vivir, en un mundo de cuentos. Fueron pocos años pues la vida te marca el camino y el destino, como a todos, y, por supuesto, te abre los ojos.

Sin embargo, siempre te quedan reminiscencias de aquellas ilusiones infantiles. Siempre queda dentro de ti algo de aquellos héroes de los cuentos que leías de niño. Siempre, uno quiere tener algo de aquel sentido de la libertad del íbero que no quería ser subyugado por Roma y de los sentimientos caballerescos de aquel capitán “Trueno” que no podía soportar una injusticia.

Yo, como muchos otros, caí en ese error de querer arreglar entuertos. ¿Qué conseguimos? Pues hostias y más hostias…

Hoy no hay capitanes Trueno, ni Jabatos, ni Cachorros, ni Coyotes. Hoy lo que hay es una panda de sinvergüenzas, ladrones, chorizos e impresentables de todo tipo, que dominan los distintos campos que, a su vez, dominan el devenir nacional de una España vergonzosa. Creo que sepan a qué me refiero.

Hoy me hice el firme propósito de no volver a leer, ni a escribir, sobre nada de esto. No sé si volveré a leer un periódico. Me dan asco, auténtico asco, todos estos “héroes” actuales.

Tengo por mis estanterías todos aquellos cuentos. Del Capitán Trueno, del Jabato, del Cachorro, del Coyote, de Tarzán., y más y más. Voy a volver a ellos. Con ellos yo era feliz y por las noches soñaba con ser como ellos.

Un buen día, cuando yo ya no vivía en casa de mis padres, busqué en el cajón de aquel viejo comodín el cuento que aquella noche dejó mi hermana sobre la cama. Ya no estaba y tampoco quise preguntar por él. Pero le recuerdo y casi tengo memorizado su contenido de tantas veces como lo leí. No me importa. Bueno sí, me hubiese gustado conservarlo por una cuestión puramente sentimental, pero me había frustrado. Para Chuchina no hubo besos de príncipes, ni varitas mágicas de hadas madrinas.

Quizá no me hayan entendido nada pero, como escribió José Martí: “Eché mis versos del alma…”