martes, 3 de noviembre de 2009

¿FURTIVOS...? FURTIVOS USTEDES.

Aquí, en Asturias y en Cantabria, los ríos que no han muerto se están muriendo. A sus aguas, los salmones ya no quieren ni asomarse o, quizá, es que no les dejan entrar a ellas. De todo puede haber y, de hecho, lo hay. Las aguas de nuestros ríos, antes puras y cristalinas, son hoy un fangal impresentable donde no puede vivir un ser que necesita respirar, por las branquias o por la boca.

Esto es algo que se viene viendo desde hace ya muchos años. Los ríos se mueren ante la pasividad y la inutilidad de los que deben cuidar de ellos. Los ríos se mueren ante la incompetencia, la ineficacia y el desconocimiento de los políticos de turno que tienen la responsabilidad de cuidar el medio ambiente y no saben, porque lo ignoran todo sobre el medio ambiente. La extrema degradación de nuestros ríos es su obra y su responsabilidad pero nunca la van a asumir. Tienen cara para eso y para mucho más.

Ahora resulta que el problema es de los furtivos. El descenso alarmante de capturas –y, por supuesto, de peces- es, según estos fenómenos de Oviedo o de Madrid, culpa de los pescadores furtivos. Yo me pregunto lo que pueden saber estos andobas de los río: ¿Cuantas horas, en su vida, han pasado a la orilla de un río? ¿Donde nacen los ríos? ¿Donde desembocan? ¿Cuando y por donde suben los salmones? ¿Cual es el proceso y la migración de un salmón? ¿Donde es más propicio ir a pescar truchas o salmones? ¿Sabrán algo de esto? ¡No tienen ni puñetera idea! Ellos dictan leyes y medidas desde un despacho, con un póster –grande, eso sí- del Cares, del Nansa, del Sella o del Narcea. Ellos buscan culpables, pero nunca les ha dado por pensar que los culpables pueden ser ellos.

Yo no nací a la orilla de un río, pero sí a cuatro cuartas mal contadas. A mí me arrulló el Cares muchas noches mientras sentía sus rugidos. Le oía desde mi casa en noches de crecidas cuando bajaba de los “picos” todo aquel tsunami de aguas, troncos de árboles y ganados muertos entre las aguas ocres de los barros de “Colio” que, según cuenta la tradición, teñían aquellos diablillos lebaniegos, habitantes de unas cuevas por donde el Deva se sumergía en extraños rituales.

Yo, de mozo, “trinqué” más de un salmón para poder tener en mi bolsillo cuarenta o cincuenta duros que nadie me hubiese dado. Los veías a flor de agua y algunas veces hasta les acariciabas el lomo mientras, casi en la superficie, buscaban aguas más calientes por el sol primaveral.

En mi pueblo había, de aquella, algunos pescadores furtivos. Eran gentes necesitadas que con quince o veinte salmones arreglaban, mal que bien, el invierno. Pero también, de aquella, las mesas del hotel Palacio se llenaban de salmones “legales” que todos los días se registraban y precintaban. El río daba riqueza para todos. Para unos, muy necesaria para su subsistencia; para otros era, simplemente, el triunfo de su aventura turístico-deportiva. El río sonreía a todos.

Eran tiempos difíciles, pero tiempos sanos. Eran tiempos en los que había que ser furtivo por necesidad. Y había furtivos, muchos más que hoy, pero el río, como digo, daba para todo.

Hoy, el río lo único que da es pena. Hoy no hay furtivos de necesidad. El furtivismo no está hoy en los ríos ni en los montes. El furtivismo está instalado hoy en otros espacios, en otros oficios y en otros estamentos. Pero cree el ladrón “que todos son de su condición” y del deterioro extremo de nuestros espacios naturales, producto de políticas erróneas, inútiles e ineficaces (furtivas al fin) se le echa la culpa a los furtivos. ¿A qué furtivos, hombre, a qué furtivos? Sí, hoy puede haber furtivos, pero no son aquellos que, por necesidad, frecuentaban nuestros ríos en tiempos de escaseces económicas, cuando más salmones se echaban a tierra. Hoy a los furtivos hay que buscarlos en las entradas de los ríos, o en sus desembocaduras, según como quieran verlo. Digo lo de las entradas porque ahí está el mal, ahí está el cáncer, ahí es donde hay que extirpar. Por ahí entran los salmones en los ríos pero, si no se les deja pasar…..

En las riberas del Cares, del Sella, del Narcea, del Nansa, puede haber algún irresponsable al que aún le queden reminiscencias de aquellos años de la necesidad de ser furtivo. ¿Y qué puede lograr…? ¿Pueden ser ellos la causa de esta debacle de nuestros ríos? No hombre, no. La culpa es de personajes como el señor delegado del gobierno en Asturias, don Antonio Trevín, que no sabe de que va la vaina. Don Antonio Trevín, como se ha publicado en la prensa regional hace pocos días, está dispuesto a mandar a los ríos asturianos a la División Acorazada “Brunete” (entiéndase, efectivos de guarderías, Guardia Civil y, si hace falta, ferroviarios) por tierra y aire…Así quiere el señor Delegado del Gobierno mejorar los ríos. Este señor se ha creído que esto es la “Revolución de Asturias” del 34. No hombre, no. Esto es una cuestión de política medioambiental de la que ustedes han demostrado que no conocen nada. Aquí no se trata de mandar a un nuevo López Ochoa a calmar a nadie. Aquí de lo que se trata es de poner orden en los vertidos que contaminan salvajemente las aguas de los ríos. De no permitir redes ni artes depredadoras en los estuarios. De poner al frente de estas políticas a gentes que sepan lo que es un río, un salmón y una trucha, es decir, que se hayan mojado los huevos muchas veces en las frías aguas de los ríos. De eso se trata, nada más, pero tampoco nada menos.

Echarle la culpa a los furtivos de este desastre de los ríos, es como llamarle arroyo al Amazonas o cerro al Himalaya. Pero tiene su ventaja: permite llamarles a ustedes caraduras, ignorantes y hasta sinvergüenzas.

3 comentarios:

  1. Genial, para variar. Gracias por tus escritos Alfredo y un saludo.

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  2. un salmon no es una lata de conservas, no sufre un "proceso", sino un ciclo VITAL.

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  3. Bien, pues vale. Si usted es más feliz así ¡felicidades! No se prive...

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