-Mentideros de Madrid, decidnos: ¿quien mató al conde...?
Fue en el Madrid del Siglo de Oro cuando, durante algunos años, un singular personaje vino a alterar la vida de la corte con sus extravagancias y singularidad personales. Se llamaba Juan de Tassis y Peralta y era el segundo conde de Villamediana. Quevedo, Góngora, Lópe de Vega y algunos otros, oscurecieron su nombre dentro de las brillantes letras españolas de la época pero su nombre entra, por derecho propio, dentro de aquel parnaso de oro que dio gloria y nombre a un siglo de creadores ingeniosos y de arquetipos singulares, tan españoles, que no se pueden desvincular de nuestra historia ni de nuestra cultura.
Aristócrata culto, arrogante vividor, poeta y don Juan, cometió el error de desafiar al mismo rey Felipe IV, un Dios en su época, y, lo que fue peor, al valido plenipotenciario, el conde-duque de Olivares. Cuatro siglos después, su muerte sigue rodeada de incógnitas y arropada de coplillas y rumores.
En los mentideros madrileños donde las noticias, y principalmente los rumores, corren de boca en boca, se preguntan las gentes quien mató al conde de Villamediana a plena luz del día en la calle Mayor, en un día de fiesta ante medio Madrid y sin que nadie hubiese levantado, no ya una espada, si no una mano por impedirlo. Mucho se teme a Olivares en los madriles y quizá no sea prudente meterse en berenjenales que, al fin y al cabo, el propio conde su buscó por su donjuanismo y por querer picar demasiado alto.
Juan de Tassis (o de Tarsis) es un hombre con una excelente educación humanística y una amplia cultura, aunque nunca se licenció en nada, pero destaca en el arte de la poesía que tanto dominaron los autores de aquel tiempo. Introducido desde temprana edad por su padre en la corte, se mueve con maestría en los círculos palaciegos y ya Felipe III le nombra Gentilhombre de la Casa del Rey.
La obra literaria del conde Villamediana ha quedado eclipsada por otros aspectos de su vida y por otros grandes escritores contemporáneos que destacaron en sus biografías este arte por encima de otras cualidades que predominan en la vida Juan de Tassis. Sin embargo gozó de un gran respeto académico por sus excelentes versos y fue tan amigo de Luis de Góngora, como enemigo de Quevedo o de Lópe de Vega. Quizá, de no haber tenido tan funesto destino, su obra literaria tendría hoy su lugar de honor en el Olimpo de los autores de nuestro Siglo de Oro.
Un personaje como Villamediana, a través del tiempo, y quizá también en su propio tiempo, se vuelve controvertido a la fuerza. De él se ha dicho de todo y se le ha catalogado de todo. Para unos fue un caballero y otros le niegan, rotundamente, esa cualidad. Se le considera un don Juan y existe la opinión, por otra parte, de que era homosexual. Puede leerse de él que era amoroso con las damas y no falta quien le tilda de maltratador de mujeres. Sus tiempos fueron prolíficos en coplillas, chismes y panfletos anónimos y un personaje tan conocido en la corte, da para muchas opiniones, cariños y odios.
De lo que, según parece, no cabe ninguna duda, es de su temeridad y de su impertinencia. Era pendenciero a la usanza, altivo y galán innato, a parte de genial poeta. Esas cualidades le granjearon muchas aventuras amorosas y, por el contrario, también muchas enemistades y odios que, posiblemente, fue lo que le llevó a una trágica y enigmática muerte.
Villamediana picaba alto y sus andanzas fueron celebradas por poetas y curiosos. Las malas lenguas, que nunca descansan, llegaron a afirmar que estaba enamorado de la mismísima reina, Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV. No es probable, y menos que hubiese existido ninguna relación entre ambos pero las habladurías de los mentideros y las crónicas rosas llegan a convertirse en verdades históricas, máxime en aquel Madrid del Siglo de Oro de capa y espada, de lances de honor y de amores imposibles pero, a la vez, atrayentes para los mentideros y la gente desocupada.
Sin embargo se cuenta una anécdota muy curiosa respecto a los supuestos amores de Juan de Tassis y la reina Isabel: En una ocasión la reina estaba asomada a un balcón de palacio cuando unas manos indiscretas taparon sus ojos. Creyendo que era el conde de Villamediana el autor de la broma, la reina Isabel le dijo: “Estaos quieto, conde”, pero no era éste sino el mismo rey Felipe, poco dado a las bromas quien, contrariado, preguntó a su esposa: ¿Cómo es qué me habéis dado ese título? A lo que la reina respondió: ¿Acaso no sois, también, el conde de Barcelona?
Cierto o no, por este motivo o por otros, lo cierto es que Villamediana era un personaje, cuado menos incómodo. El Rey, un putero descarado, no podía consentir amoríos por parte de su consorte. Villamediana era un cabrón al que no se le podían consentir semejantes alardes reales. Su confesor ya le había advertido que mirase por sí.
El crimen tuvo lugar en la calle Mayor madrileña un día de fiesta en la corte. Fue un 21 de agosto de 1622. Un sicario hizo detenerse el coche de caballos que llevaba al conde y le disparó con una ballesta que le atravesó el corazón de galán y de poeta.
Nadie persiguió al asesino que se perdió entre la gente. Juan de Tassis, conde de Villamediana, había escrito su último poema.
No. El último lo escribió su gran amigo y genial poeta, Luis de Góngora:
-Mentidero de Madrid, decidnos:
¿Quién mató al conde?
No se sabe ni se esconde.
Sin discurso discurrid.
-Dicen que le mató el Cid
por ser el conde Lozano.
¡Disparate chabacano!
La verdad del caso ha sido
Que el matador fue Bellido
Y el impulsor soberano.
Felipe IV, podía así seguir follándose a sus putas, pero a su real esposa, ni tocarla..
Aristócrata culto, arrogante vividor, poeta y don Juan, cometió el error de desafiar al mismo rey Felipe IV, un Dios en su época, y, lo que fue peor, al valido plenipotenciario, el conde-duque de Olivares. Cuatro siglos después, su muerte sigue rodeada de incógnitas y arropada de coplillas y rumores.
En los mentideros madrileños donde las noticias, y principalmente los rumores, corren de boca en boca, se preguntan las gentes quien mató al conde de Villamediana a plena luz del día en la calle Mayor, en un día de fiesta ante medio Madrid y sin que nadie hubiese levantado, no ya una espada, si no una mano por impedirlo. Mucho se teme a Olivares en los madriles y quizá no sea prudente meterse en berenjenales que, al fin y al cabo, el propio conde su buscó por su donjuanismo y por querer picar demasiado alto.
Juan de Tassis (o de Tarsis) es un hombre con una excelente educación humanística y una amplia cultura, aunque nunca se licenció en nada, pero destaca en el arte de la poesía que tanto dominaron los autores de aquel tiempo. Introducido desde temprana edad por su padre en la corte, se mueve con maestría en los círculos palaciegos y ya Felipe III le nombra Gentilhombre de la Casa del Rey.
La obra literaria del conde Villamediana ha quedado eclipsada por otros aspectos de su vida y por otros grandes escritores contemporáneos que destacaron en sus biografías este arte por encima de otras cualidades que predominan en la vida Juan de Tassis. Sin embargo gozó de un gran respeto académico por sus excelentes versos y fue tan amigo de Luis de Góngora, como enemigo de Quevedo o de Lópe de Vega. Quizá, de no haber tenido tan funesto destino, su obra literaria tendría hoy su lugar de honor en el Olimpo de los autores de nuestro Siglo de Oro.
Un personaje como Villamediana, a través del tiempo, y quizá también en su propio tiempo, se vuelve controvertido a la fuerza. De él se ha dicho de todo y se le ha catalogado de todo. Para unos fue un caballero y otros le niegan, rotundamente, esa cualidad. Se le considera un don Juan y existe la opinión, por otra parte, de que era homosexual. Puede leerse de él que era amoroso con las damas y no falta quien le tilda de maltratador de mujeres. Sus tiempos fueron prolíficos en coplillas, chismes y panfletos anónimos y un personaje tan conocido en la corte, da para muchas opiniones, cariños y odios.
De lo que, según parece, no cabe ninguna duda, es de su temeridad y de su impertinencia. Era pendenciero a la usanza, altivo y galán innato, a parte de genial poeta. Esas cualidades le granjearon muchas aventuras amorosas y, por el contrario, también muchas enemistades y odios que, posiblemente, fue lo que le llevó a una trágica y enigmática muerte.
Villamediana picaba alto y sus andanzas fueron celebradas por poetas y curiosos. Las malas lenguas, que nunca descansan, llegaron a afirmar que estaba enamorado de la mismísima reina, Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV. No es probable, y menos que hubiese existido ninguna relación entre ambos pero las habladurías de los mentideros y las crónicas rosas llegan a convertirse en verdades históricas, máxime en aquel Madrid del Siglo de Oro de capa y espada, de lances de honor y de amores imposibles pero, a la vez, atrayentes para los mentideros y la gente desocupada.
Sin embargo se cuenta una anécdota muy curiosa respecto a los supuestos amores de Juan de Tassis y la reina Isabel: En una ocasión la reina estaba asomada a un balcón de palacio cuando unas manos indiscretas taparon sus ojos. Creyendo que era el conde de Villamediana el autor de la broma, la reina Isabel le dijo: “Estaos quieto, conde”, pero no era éste sino el mismo rey Felipe, poco dado a las bromas quien, contrariado, preguntó a su esposa: ¿Cómo es qué me habéis dado ese título? A lo que la reina respondió: ¿Acaso no sois, también, el conde de Barcelona?
Cierto o no, por este motivo o por otros, lo cierto es que Villamediana era un personaje, cuado menos incómodo. El Rey, un putero descarado, no podía consentir amoríos por parte de su consorte. Villamediana era un cabrón al que no se le podían consentir semejantes alardes reales. Su confesor ya le había advertido que mirase por sí.
El crimen tuvo lugar en la calle Mayor madrileña un día de fiesta en la corte. Fue un 21 de agosto de 1622. Un sicario hizo detenerse el coche de caballos que llevaba al conde y le disparó con una ballesta que le atravesó el corazón de galán y de poeta.
Nadie persiguió al asesino que se perdió entre la gente. Juan de Tassis, conde de Villamediana, había escrito su último poema.
No. El último lo escribió su gran amigo y genial poeta, Luis de Góngora:
-Mentidero de Madrid, decidnos:
¿Quién mató al conde?
No se sabe ni se esconde.
Sin discurso discurrid.
-Dicen que le mató el Cid
por ser el conde Lozano.
¡Disparate chabacano!
La verdad del caso ha sido
Que el matador fue Bellido
Y el impulsor soberano.
Felipe IV, podía así seguir follándose a sus putas, pero a su real esposa, ni tocarla..
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