Yo quiero volver a mi infancia y a mis lecturas de entonces. No me gusta esta vida ni quienes la protagonizan. Yo de niño –y tenía muy pocos- habría un cuento del Capitán Trueno, del Jabato, del Cachorro; en fin, de aquellos héroes que nos dibujaban algunos, dirigidos por la censura con el fin de formar nuestro “espíritu nacional”, y me divertía, me entusiasmaba y me hacía dormir bien. Yo me imaginaba que un día podría ser como ellos. Un paladín de la razón y de la honradez.
Mis hermanas leían cuentos de hadas. Eran unos cuadernillos de, a penas, ocho o diez páginas. Cuando murió, repentinamente, mi hermana María Jesús (Chuchina), con sólo trece años, en las más trágicas Navidades que yo recuerdo, dejó encima de su cama uno de aquellos cuentos de hadas. Yo lo recogí y lo guardé. Durante muchos años sabía donde estaba. Lo guardé en un cajón de un comodín de aquella habitación donde luego yo dormí muchas noches. Muchas de aquellas noches yo sacaba ese cuento y lo leía; era en blanco y negro y casi llegué a aprender sus textos de memoria
La vida me fue enseñando que aquello no era real, que eran sólo cuentos para niños. Lo de mi hermana sí había sido real. En aquellos cuentos, una niña preciosa como era mi hermana, podía resucitar merced al beso de un príncipe o al toque de la varita mágica de un hada madrina. Pero pronto, como digo, me fui dando cuenta de que eso sólo ocurría en los cuentos.
De todas formas me aferré a ello y durante algunos años viví, o quise vivir, en un mundo de cuentos. Fueron pocos años pues la vida te marca el camino y el destino, como a todos, y, por supuesto, te abre los ojos.
Sin embargo, siempre te quedan reminiscencias de aquellas ilusiones infantiles. Siempre queda dentro de ti algo de aquellos héroes de los cuentos que leías de niño. Siempre, uno quiere tener algo de aquel sentido de la libertad del íbero que no quería ser subyugado por Roma y de los sentimientos caballerescos de aquel capitán “Trueno” que no podía soportar una injusticia.
Yo, como muchos otros, caí en ese error de querer arreglar entuertos. ¿Qué conseguimos? Pues hostias y más hostias…
Hoy no hay capitanes Trueno, ni Jabatos, ni Cachorros, ni Coyotes. Hoy lo que hay es una panda de sinvergüenzas, ladrones, chorizos e impresentables de todo tipo, que dominan los distintos campos que, a su vez, dominan el devenir nacional de una España vergonzosa. Creo que sepan a qué me refiero.
Hoy me hice el firme propósito de no volver a leer, ni a escribir, sobre nada de esto. No sé si volveré a leer un periódico. Me dan asco, auténtico asco, todos estos “héroes” actuales.
Tengo por mis estanterías todos aquellos cuentos. Del Capitán Trueno, del Jabato, del Cachorro, del Coyote, de Tarzán., y más y más. Voy a volver a ellos. Con ellos yo era feliz y por las noches soñaba con ser como ellos.
Un buen día, cuando yo ya no vivía en casa de mis padres, busqué en el cajón de aquel viejo comodín el cuento que aquella noche dejó mi hermana sobre la cama. Ya no estaba y tampoco quise preguntar por él. Pero le recuerdo y casi tengo memorizado su contenido de tantas veces como lo leí. No me importa. Bueno sí, me hubiese gustado conservarlo por una cuestión puramente sentimental, pero me había frustrado. Para Chuchina no hubo besos de príncipes, ni varitas mágicas de hadas madrinas.
Quizá no me hayan entendido nada pero, como escribió José Martí: “Eché mis versos del alma…”
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