¡Que jamás vuelva por España..!
No hay derecho, hombre, no hay derecho. El pobre Iñaki de Juana Chaos (sí, hombre, ese que siempre está oliendo mierda) se encuentra desamparado en Belfast y no se atreve a volver a su querida España. Teme por su vida, en el caso de regresar a este país de violentos y de asesinos. Esta situación le tiene postrado y con una depresión de caballo que requiere de la asistencia de sicólogos.
No hay derecho, hombre, no hay derecho. ¿Qué le ha podido ocurrir a un asesino como éste, tan familiarizado con la muerte, para que ahora llegue a temerla? ¿No les da a ustedes pena de él?
La situación que padece, y que yo conozco bien por otras razones muy distintas, le impide pensar y recurrir a métodos que podrían curarle sus males y no volver a padecerlos jamás.
Uno de esos métodos sería que, para siempre jamás, se olvidara de este país y que nunca volviese por aquí. Aquí no tiene, o no debería de tener, sitio en ningún espacio de la sociedad. Así se le quitaría esa honda preocupación y no tendría que temer por su miserable vida.
El otro método, y este más contundente, es que se aplique a sí mismo la medicina que aplicó a sus veintiuna víctimas, es decir que se pegue un tiro y termine de una vez por siempre con esa asquerosa depresión que no le deja vivir a sus anchas.
Las veintiuna personas a las que asesinó miserablemente ya no padecen depresión, ni un simple dolor de cabeza. Son mucho más felices que él. Mucho más felices que este asesino que, yo se lo deseo, no va a alcanzar la tranquilidad ni muerto.
No hay derecho, hombre, no hay derecho. ¿Qué le ha podido ocurrir a un asesino como éste, tan familiarizado con la muerte, para que ahora llegue a temerla? ¿No les da a ustedes pena de él?
La situación que padece, y que yo conozco bien por otras razones muy distintas, le impide pensar y recurrir a métodos que podrían curarle sus males y no volver a padecerlos jamás.
Uno de esos métodos sería que, para siempre jamás, se olvidara de este país y que nunca volviese por aquí. Aquí no tiene, o no debería de tener, sitio en ningún espacio de la sociedad. Así se le quitaría esa honda preocupación y no tendría que temer por su miserable vida.
El otro método, y este más contundente, es que se aplique a sí mismo la medicina que aplicó a sus veintiuna víctimas, es decir que se pegue un tiro y termine de una vez por siempre con esa asquerosa depresión que no le deja vivir a sus anchas.
Las veintiuna personas a las que asesinó miserablemente ya no padecen depresión, ni un simple dolor de cabeza. Son mucho más felices que él. Mucho más felices que este asesino que, yo se lo deseo, no va a alcanzar la tranquilidad ni muerto.
Pero cualquier día vendrá y nos le encontraremos paseando por cualquier calle, como un señor, porque le habrán dado permiso para venir a arreglarse los pies o a darse masajes en los huevos.
(Artículo de Alfonso Ussía)
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