miércoles, 1 de octubre de 2008

JUANÍN Y BEDOYA: LOS ÚLTIMOS EMBOSCADOS

Juan Fernández Ayala (Juanín).

Nunca me gustó a mí darles a estas gentes de quien les voy a hablar, el oficio de guerrilleros, aunque la mejor obra que sobre ellos se ha escrito así los denomine. Estos no practicaron la guerrilla política genuina, sólo pretendieron sobrevivir, como emboscados, al margen de una sociedad y de un sistema que los empujó al monte pero que, paradójicamente, aún no los ha olvidado.

Tenía yo nueve años, y me acuerdo perfectamente, cuando a principios del año 1957 la guardia civil mató a Juan Fernández Ayala (Juanín) en La Vega de Liébana, su pueblo natal, a treinta kilómetros del mío, Panes.

Juanín, junto con Francisco Bedoya Gutiérrez (Paco Bedoya), fueron los dos últimos guerrilleros que quedaban por los montes de la cornisa cantábrica a donde habían huido hartos de persecuciones, de palos y de trabajos forzados, buscando el amparo y la seguridad que en sus respectivos pueblos se les negaba.

Juanín, un buen día de los que iba, como tantas otras veces, a buscar agua al Deva para sus compañeros del Batallón de Trabajadores, desapareció. Se había lanzado al monte para unirse a una partida de supervivientes rojos que merodeaban por los montes de Liébana. Pero poco le duró esta compañía pues aquella partida se disolvió poco después, quedando él solo a su suerte en el monte sin poder salir de España, perseguido como un alimaña, obligado al robo y al secuestro para poder subsistir y burlando a las Fuerzas de Seguridad del Estado hasta su muerte.

Paco Bedoya, algo más joven que Juanín, había colaborado con la guerrilla como enlace desde los diez y seis años y fue apresado en una redada junto a la mayor parte de sus vecinos de Serdio (Cantabria), pueblo natal del escritor Gumersindo Laverde Ruiz. Inexplicablemente, logró escapar de prisión poco antes de que finalizara su condena y también se echó al monte allá por 1952, cuando la guerrilla tocaba a su desaparición. Al poco, logró contactar con Juanín pasando a ser ambos proscritos un auténtico quebradero de cabeza para los cercos policiales que les acosaban sin descanso.

Desde la muerte de Juanín, a principios de 1957, Paco Bedoya desapareció hasta que a finales del mismo año le interceptó la policía cerca de Castro Urdiales, en el Pontarrón de Guriezo, cuando se dirigía en moto a Francia en compañía de su misterioso cuñado, del que siempre se dijo que le había traicionado. Pero Bedoya era duro de pelar. Aún con varios tiros en el cuerpo remontó las escarpaciones de al lado de la carretera a punta de pistola y se tardó algunos días en encontrarle medio muerto. Cuando fue localizado por la policía murió a resultas de un supuesto tiroteo, si bien investigaciones actuales prueban que Bedoya disparó un solo tiro contra decenas disparados por las fuerzas del orden. Hoy está enterrado en Castro Urdiales

Juanín encarnaba al bandolero romántico que robaba, sí, pero también ayudaba mucho. Paco Bedoya, por el contrario, tenía fama de más duro y de peores pulgas. De hecho yo recuerdo que siempre se decía: Juanín lo que debería hacer es entregar a Bedoya y a él seguro que le perdonan.

Y es que Juanín tenía simpatías entre el pueblo, y la muestra fue la cantidad de gente que asistió a su entierro en Potes, circunstancia que hizo actuar a la guardia civil de forma contundente en algunos momentos. Como que les jodía el reconocimiento popular hacia aquel bandido que tanto les hizo arrastrar el culo por los montes, tantos sueños les quitó y tanto miedo les hizo pasar.

Juanín murió por mala suerte. Había ido aquella noche a visitar a su anciana madre a La Vega de Liébana. Era una noche oscura, invernal y cuando salió de casa, junto con Paco, la guardia civil les echó el alto sin conocerles. Juanín y Paco, se escondieron donde pudieron. No había ninguna visibilidad y los guardias dispararon a mansalva hacia donde escuchaban algún ruido, hasta que acabaron la munición. Estos se escondieron, a su vez, hasta el amanecer que fue cuando vieron, no lejos de ellos, el cuerpo sin vida de Juanín, al que un principio no conocieron. De Bedoya ni rastro.

Días después, mandos policiales dijeron a los familiares de Juanín que éste había muerto de un tiro en la nuca, en un intento de hacerles creer que Juanín había sido asesinado por Bedoya e intentando así que les facilitaran cualquier información que les llevara a una pronta captura del huido. Pero la familia de Juanín no tragó.

Vivieron como pudieron. Es seguro que aquella forma de vida no fue elegida por simple gusto, pero el destino marca y obliga.

Murieron como tenían que morir. Como moría la gente que en aquellos tiempos había elegido aquel camino, a tiros. Sin embargo su recuerdo aún permanece fresco y, si me apuran, respetado.

De niños, no voy a decir que fueran nuestros ídolos pero sí, de alguna manera, formaban parte de nuestra corte de héroes legendarios. A veces, cuando nos alejábamos un poco del pueblo, siempre había alguno que sacaba el miedo: “A ver si nos vamos a encontrar con los emboscados”. Pero siempre había otro que decía: “Pero si no hacen nada, son buenos. No hace mucho los encontró mi padre en Orgaya y sólo le dijeron: no diga usted nada que ya sabemos donde vive”.

Mi madre también nos avisaba: “mirar por donde vais porque si os cogen los emboscados no volvéis a aparecer nunca más”. Hombre, también a los niños de Flandes les metían miedo con el Duque de Alba. Las madres siempre encuentran argumentos para intentar disuadirnos de nuestras travesuras infantiles.

A la sombra de estos personajes también se cometieron atracos y robos por distintos pueblos, y otra serie de hechos delictivos. No era difícil dar o simular un atraco y echarles la culpa a los emboscados. Al día siguiente se llenaba el lugar de coches de la guardia civil. Guardias y más guardias con perros amaestrados. Y nada; nada de nada.

Yo he llegado, posteriormente, a conocer alguna mujer de mi zona que “aligeraba” determinadas necesidades, tanto a emboscados como a guardias y que, mientras un guardia “taca, taca”, Juanín y Bedoya le estaban observando desde un escondite de la propia casa. Vean ustedes las ganas de matar que podrían tener….

Si hoy hubiesen vivido, hubieran sido héroes de verdad.