sábado, 18 de octubre de 2008

GARZÓN Y LA FIESTA ESPAÑOLA

Esto último de Garzón, el “juecísimo”, es una versión más de la fiesta española con connotaciones entre folklóricas y trágicas, es decir, una auténtica fiesta en la línea más pura de la tradición hispana.

Alguien decía días pasados que, como consecuencia de la crisis económica, en España se había terminado la fiesta. Poco sabía ese personaje del carácter español. España no puede pasar sin fiesta. Es como la sangre que corre por sus venas, como un corazón que late con fuerza y que le permite vivir.

Cuanto peor andan las cosas, en el sentido que sea, España se convierte en fiesta con más facilidad y con más entusiasmo. España siempre ha sido una fiesta y no iba a dejar de serlo ahora, por muy mal que anden las cosas del parné.

El juez Baltasar Garzón, ha lanzado el chupinazo de comienzo autoproclamándose legalmente competente para hurgar dentro de las entrañas de aquella fiesta franquista que duró casi cuarenta años. Cuando se habla de España como de un país atroz hay, en cada momento y para cada caso, autoridades específicamente españolas en quienes apoyar la pincelada sombría.

No hay nada nuevo bajo el sol de la vieja Castilla. En España ya todo está escrito y representado por sus mitos y tradiciones ancestrales. Sólo falta la mano de hierro que sabe arrancarlo. Y el mito se hace hoy realidad. Realidad cruel y destructiva. Realidad, al fin.

La España cainita despierta, abanderada esta vez por quien se empeña en representar a la justicia. Una justicia extemporánea, trasnochada y vil.

Duerme tranquila, España, que no faltará quien venga a despertarte llegada la hora del nuevo enfrentamiento. No veles, que otros lo harán por ti. Luego, pedirán que te levantes y pondrán en tus manos las espadas del odio. Es tú sino, vieja España de caudillos y adalides de papel añejo y arrugado, cuyas hazañas, vacuas y sin sentido, mañana cantarán los vates y los juglares andarines por los caminos polvorientos de tu memoria.

La tierra española va a ser herida de nuevo. Las viejas cicatrices serán de nuevo sangradas sobre la curtida piel de toro, tantas veces descabellada por los estoques mitológicos de los falsos héroes. Del interior de esa tierra, renacerán de nuevo los rencores y los viejos odios entre hermanos.

Si los esqueletos que duermen en sus profundidades pudiesen recobrar el habla y la vida, se rebelarían ente este proceder contra natura. ¿Quién osa turbar la paz que nunca habían encontrado? ¿Quién comete la irresponsabilidad de romper el silencio y sublevar los ánimos de un pueblo que va a hacer casi un siglo que no conoce de enfrentamientos y que tal parecía que había encontrado el camino de la convivencia y de su propio destino?

La sinrazón mueve hoy a España y la empuja hacia peligrosos destinos. No es exclusivo del presente. Es el resultado secular de una España cerrada al pensamiento, inculta y orgullosa ya descubierta y anunciada por la gris pincelada de Goya, por la amargura de Quevedo, por el escepticismo de Gracián o por la desesperación de Larra. Nunca hemos aprendido las lecciones del pasado, ni hemos querido apreciar a nuestros propios intelectuales de mérito. Siempre hemos corrido del lado de charlatanes y embaucadores. La profunda y desalentadora España: “blanco muro de cal/negro toro de pena”, que señalaría Lorca.

La España de charanga y pandereta,
Cerrado y sacristía,
Devota de Frascuelo y de María,
De espíritu burlón y de alma quieta.

P.D. – Apartándome ya de la mitología y del símil literario, quiero plasmar aquí mis propias conclusiones sobre este singular y descabellado propósito que intenta llevar adelante el juez Baltasar Garzón:

Garzón, por lo que a mí respecta, queda desde este momento incapacitado para ejercer la judicatura. Se está mostrando a las claras como un juez parcial. Se ha convertido en el juez de media España, despreciando a la otra media y, además, instrumentalizando la Justicia con un evidente afán de protagonismo personal.

Que termine, si es preciso e inevitable, su gran obra jurídica, pero después, lo menos que debe hacer es desaparecer del panorama nacional.

El daño que va a hacer a España, quedará en su biografía a la altura de los grandes depredadores que en la historia han sido. Alguien que se empecina en un daño que nadie le reclama, no es digno de figurar en la nómina de las personas que conforman los altos estamentos del Estado.

Quizá algún día, las dos Españas, no sólo una, le pasen la correspondiente factura del desprecio y de la ignominia.