Ayer, 1 de octubre, se cumplieron 72 años de la exaltación de Francisco Franco a caudillo de España y generalísimo de los ejércitos, en plena guerra civil, cargos que no abandonaría hasta su muerte.
Se que está mal visto y peor admitido por la progresía de este país, andar hablando de Franco, porque se pretende borrarle de la historia y de la memoria, como ocurría con los antiguos faraones de Egipto cuando caían en desgracia. Ejemplo deberían tomar estos de ahora, pues en ningún caso lograron los egipcios borrar de las crónicas el recuerdo de aquellos monarcas, si bien fue más costoso, y hasta imposible a veces, recomponer su propio reinado. Pero sus nombres ahí están. Nada ni nadie pudo con su recuerdo.
Yo voy a recordar aquí, porque es historia de España, pese a quien pese, cómo llegó Franco a obtener el poder absoluto frente a otros generales que también tenían méritos, y quizá mayores, para haber obtenido la confianza de sus compañeros de armas que eran los que tenían la voz y el voto para tan transcendental decisión.
El 21 de setiembre, a las once de la mañana, se reúne la Junta de Defensa Nacional en el aeródromo de San Fernando, instalado en la finca de reses bravas de los Tabernero, cerca de Salamanca. También están presentes todos los generales con mando: Kindelán, Orgaz, Franco, Queipo de Llano, Saliquet, Mola, Gil Yuste, Cabanellas y Dávila.
Tras la muerte en accidente aéreo de San Jurjo, otro general debe ocupar su puesto como jefe de la rebelión. Salvo Cabanellas que propone la formación de un directorio de varios generales, todos opinan que es necesario el mando único de un generalísimo. Los candidatos son Cabanellas, Queipo de Llano, Mola y Franco. A Cabanellas y a Queipo los invalida su pasado republicano, además Cabanellas incluso fue masón. Mola es sólo general de brigada, por lo que queda Franco.
Kindelán y Mola insisten en el mando único, hasta el extremo de que el propio Mola llega a decir que si no se alcanza un nombramiento en ocho días, dice ahí queda eso y se va.
Yagüe, Millán Astray, Kindelán y el “hermanísimo”, Nicolás Franco, idean una estrategia para entregar a Franco el mando absoluto al que aspira.
Kindelán redacta un decreto en el que se le concede una potestad ilimitada al cargo de generalísimo, pero esa jerarquía llevará anexa la función de jefe del Estado “mientras dure la guerra”.
Al final, salvo con la oposición de Cabanellas, Franco resulta la opción más apoyada. “No saben lo que han hecho, comentó Cabanellas a Queipo. Si entregan el poder a Franco no habrá quien lo remueva del cargo cuando termine la guerra”. El general Orgaz comentará asimismo a Queipo, posteriormente: ¡Que error cometimos, Gonzalo! ¿Y a quien íbamos a nombrar?, replicaba Queipo. Cabanellas no podía serlo porque, además de republicano como yo, era masón, y todo el mundo lo sabía. Mola estaba desautorizado por los fracasos iniciales del alzamiento en el norte, y yo por mi pasado estaba muy desprestigiado. Franco, en cambio, había ido ganando puntos por sus operaciones desde África, la liberación del Alcázar, las campañas de Andalucía y Extremadura, y además sabía manejar la propaganda a su antojo con la ayuda de Millán Astray.
Hay un punto clave en todo este proceso de nombramiento de Franco. En su despacho de Salamanca, Nicolás Franco, con el asesoramiento jurídico de José Yanguas Messía, altera el texto del decreto redactado por Kindelán antes de enviarlo a la imprenta: Donde decía “jefe de Gobierno del Estado” escribe “jefe del Estado” y suprime la mención a la provisionalidad del cargo “mientras dure la guerra”. Ningún general se atreve a rechistar.
El 30 de septiembre la Junta de Defensa Nacional emite el decreto por el que nombra a Franco jefe del Estado español y Generalísimo de las fuerzas de Tierra, Mar y Aire, cargos de los que tomará posesión al día siguiente, 1 de octubre de 1936.
Franco acababa de instalarse en la cumbre del poder. Un poder que, tal como pronosticara el general Cabanellas, ya no abandonaría hasta su muerte, el 20 de noviembre de 1975.
Lo que vino después, también es historia de España, pero hoy no corresponde aquí su relato.