Pocas dudas me van quedando de que todo esto de la Memoria Histórica y de la búsqueda de fosas con los cuerpos de republicanos asesinados por el bando franquista, no tiene más objetivo que la revancha y el remover de forma enfermiza, más que tierra, viejos rencores y terroríficas historias sufridas por unos y por otros durante la Guerra Civil de 1936.
De paso, también, y en contra de voluntades, tratar de subir a pedestales de barro, que no se sostendrán en la historia, a personajes de la izquierda que no hicieron más méritos que, por desgracia, morir en una guerra civil como miles y miles de españoles de uno y otro bando, unos por las balas del frente de batalla y otros por las balas más mortales del odio y la venganza personal en la retaguardia.
La izquierda lleva años reprochándole al franquismo la mitificación de sus muertos, pero intenta hacer lo mismo con los suyos en un alarde sin precedentes y cayendo en la más vil de las venganzas que puede traer, como consecuencia, reavivar el cainismo tan presente a lo largo de nuestra historia.
Un pasaje normal y corriente de la Guerra Civil, aunque doloroso y vergonzante como tantos otros, se produjo el amanecer del 18 de agosto de 1936. Guardias civiles, cumpliendo órdenes del gobernador civil de Granada, José Valdés Guzmán, sacan a Federico García Lorca junto a dos banderilleros y a un maestro nacional, y los encaminan hacia un barranco junto al camino de Viznar a Alfacar. Son ejecutados, y sus cuerpos permanecen, desde entonces, en una fosa común por aquel entorno.
Existe un especial empecinamiento, por parte del juez Garzón, en localizar esta fosa y sacar a la luz el cadáver de Lorca, aún en contra de los deseos familiares que no quieren turbar el descanso del poeta. Al final, la tierra de su cuerpo forma ya parte de la tierra de España a la que amó apasionadamente.
¿Qué iba a cambiar en Federico García Lorca, si sus huesos cambian de aposento? Lorca es, quizá, el más internacional de nuestros poetas y del que más se ha escrito y se ha estudiado. A Lorca no le falta ningún reconocimiento, ni por parte del mundo de la cultura, ni por parte del pueblo español, de cuyo patrimonio forma parte inseparable. ¿Qué puede significar una tumba en un sitio concreto, si la de Federico está en toda España? Por los campos, por los ríos, por las plazas de toros, por las serranías, por el Darro y el Genil, por todos sitios retumban sonoros sus versos y su memoria.
Federico no fue la única víctima de aquel horror que nos empeñamos en reavivar. Fue una gota más en el mar de sangre que se asentó en los campos de España. Vale ya de querer emplearlo como simple símbolo de un bando. Lorca es de todos, aunque unos lo pretendan sólo para sí mostrando la más dura y más salvaje de las intolerancias, como las que al propio Lorca llevaron, sin saberlo, a la inmortalidad.
Junto a él murieron otras tres personas más, ignoradas y menos buscadas. Estos quizá no valían para símbolos. Se trataba de dos banderilleros y de un maestro nacional, Dióscoro Galindo, el maestro cojo. Tampoco tuvieron más mérito que ser asesinados por pertenecer a un determinado bando, y quizá ni eso. Fueron, como decía, unos más del casi millón de víctimas de la vergonzosa contienda.
Hoy, a Dióscoro Galindo, el maestro cojo que nació en Ciguñuela (Valladolid) y que a los cuatro años fue llevado por su familia a Madrid, donde se trasladaron a vivir, nadie lo recuerda en el pueblo. No hay un vecino entre los 391 actuales que le haya conocido. Sin embargo, por el simple hecho de haber sido fusilado junto a Lorca, su pueblo natal pretende hacerle un homenaje, cuestión que ha dividido al pueblo castellano que ve con incredulidad y asombro esta pretensión y como se olvidan de otros siete vecinos de ambos bandos que también perdieron la vida en la guerra.
Este es un ejemplo de las consecuencias de la aplicación de esta Ley incomprensible y sectaria.
Lorca, que según sus propias palabras: “Canto a España y la siento hasta la médula”, seguro que se está revolviendo en su fosa ignorada y olvidada, al igual que los dos banderilleros y el maestro cojo. Se estarán revolviendo viendo que España no ha aprendido nada, y pedirán a Dios que nadie vaya a engrosar nuevamente su fosa de paz.
¡Ay, España! Miles de años de historia no te han servido para nada. Tierras de Caín para las que Dios no mira.