lunes, 11 de agosto de 2008

VERANO DE CRISIS

Este verano del 2008, está siendo solidario con determinadas circunstancias nacionales. Los españoles, apoyados y dirigidos por la fuerza mediática, hemos ido configurando un estado de cosas que han venido a contagiar hasta la estación estival.

Que la economía española pasa por una crisis importante, mal diagnosticada y, consecuentemente, mal tratada, es notorio y asumido ya por la inmensa mayoría, con la excepción de los especialistas que le deben poner remedio. Sin embargo se ha hablado tanto del tema y ha sido tan manipulado y esgrimido como arma arrojadiza contra un gobierno que parece atónito y sin capacidad de reacción, que el temor a unas consecuencias, quizá superiores y más trágicas a las que su propia naturaleza van a producir, ha sumido al país en una psicosis que puede resultar más peligrosa y dañina que la propia crisis en sí.

No vengo yo, con este comentario, a intentar quitar hierro al asunto ni a querer pintar un panorama más dulce apartándome de la realidad que se palpa a diario. No es esa mi intención, al contrario. Es posible que no sea del todo negativo exagerar la nota y curarse en salud, ante una situación cuyo alcance desconocemos por falta de un escáner que a veces parece que se ha tenido miedo a realizar para que el mal permanezca ignorado y poder vivir este periodo vacacional con la esperanza de que nuestro mal se reduzca a un simple catarro veraniego.

Se ha hecho tanto hincapié en la crisis económica, que hasta la estación veraniega se ha solidarizado con ella. La climatología se ha empeñado en ahorrar sus recursos. El sol, como el petróleo, ha subido su cotización, en base a la mucha demanda y la poca oferta y no ha querido gastar sus energías mostrándose pleno y generoso más que unos poquitos días para confirmar que, efectivamente, estamos en verano.

La alegría en las calles también se ha reducido considerablemente, y no me refiero a la alegría espiritual, sino a la material. La gente que ha decidido, o ha podido, salir de vacaciones fuera de su residencia habitual, sigue siendo mucha, pero menos indudablemente que otros años. Los hoteles no llenan y en los restaurantes no hay que pelearse para conseguir una mesa para comer. La crisis se encadena y llega a todos los sectores, más tarde o más temprano, de forma implacable.

Hay quien opina que es bueno. Que es una oportunidad única para hacer una selección de calidad en un sector, el turismo, que había ido perdiendo en estos últimos años de bonanza, ese prestigio de calidad que le hizo ser una de las principales fuentes de ingresos en la particular economía de muchas regiones españolas, que ahora se ven amenazadas por un importante y preocupante receso en el sector por el que habían apostado a “todo o nada”.

Los efectos de la crisis, pueden ser malos, que duda cabe. Si el consumo se para, es mal síntoma y los resultados comerciales se presentarán mermados. Pero hay algo aún más peligroso, y esto es la indecisión.

Aquí son necesarias, ya, dos actuaciones inmediatas que se están demorando mucho: Análisis de la gravedad de la crisis, real y sin tapujos, y paquete de medidas a aplicar.

De esa forma los distintos sectores empresariales y comerciales, podrán plantearse sus propios programas de actuación y sus estudios de mercado. Si no sabemos lo que pasa, hasta es posible que estemos exagerando la nota y creando nosotros mismos la magnitud de una situación que no se corresponde con la realidad.

Esperemos que el Gobierno se incorpore a sus puestos. Veamos si, efectivamente, han meditado y nos traen diagnóstico y tratamiento. Veamos si, por fin, se han enterado de lo que pasa aquí.

Pero todo eso será cuando acabe el verano. Cuando el otoño empiece a pesar, cuando salga el sol, cuando la gente se vaya a sus casas, cuando tengamos que pagar los libros de los críos, cuando ya se hayan ido los moscotes pelmazos. Cuando, aunque nadie nos lo cuente, lo empecemos a ver nosotros mismos.

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