Este verano, Rafa y Susana han tenido suerte. Han conseguido una habitación en una casita de un matrimonio, ya mayor, a las afueras de la villa, desde donde pueden ir caminando hasta la cercana playa. La habitación, con derecho a cocina, no es cara pues el matrimonio, ya mayor, más que hacer negocio lo que pretende es estar acompañado por gente de confianza, y Rafa y Susana viene recomendados por unos amigos que ya pasaron varios veranos en esa misma casa de las afueras de la villa marinera, y pueden considerarse amigos del matrimonio arrendador.
Los jóvenes veraneantes no tienen niños y ello les hace más fácil poder pasarse unos días de vacaciones sin mayores esfuerzos económicos. Rafa, sólo ha invertido unos euros en comprarse unos pantalones cortos y unas camisetas con símbolos de los próximos juegos olímpicos. Trae también una chupa ya usada, por si las aguas, que en este norte son asiduas visitantes. El traje de baño es el de siempre, que es más que suficiente viendo lo que se ve por estas playas de Dios.
Susana, más de lo mismo, pantalones cortos y un vaquero por si a la tarde refresca. La chupa de rigor y el viejo bikini que por caprichos de la moda ahora vuelve a estar de última y no desentona entre los modelitos que hay tendidos sobre la arena de la playa.
Las mañanas se pasan en la playa, si se puede, y allí no hay que sacar al sol la cartera que la mayoría de las veces dejan en casa con sus otras pertenencias. Tampoco hay que gastar gasolina porque a la playa se llega dando un plácido paseo.
A la hora de comer no es difícil escoger el menú. Una buena rodaja de bonito es muy socorrida, y buen plato de patatas fritas. Los yogures son un buen postre y, además, casi nunca falta algún guiso con que la señora de la casa les obsequia porque para ella y su marido quizá ha cocinado mucho. Además Rafa y Susana les son muy simpáticos y, filosofía de la edad, los jóvenes deben comer caliente todos los días, que están en edad de “desgaste” y los veranos son duros.
¡Que dulce es la siesta en estos lugares, fuera del calor agobiante de Madrid! ¡Cuanto darían muchos por esta paz y este silencio que sólo lo rompe el lejano mugido de alguna vaca que está pastando en alguna pradería de la zona, y que suena como música celestial!
La tarde sigue pasando, sin prisa, y un suave orbayo se deja caer con pereza. Rafa y Susana hablan con sus anfitriones en animada conversación antes de decidirse a caminar hasta la villa, donde se mezclarán con otras gentes que, como ellos, pululan por las animadas calles en busca de un lugar donde poder tomarse una botellina de sidra, que da mucho de sí mientras se va pasando el rato, aunque los camareros se apuran en escanciar para que no se “caliente” la bebida. ¡Macho, que nos vas a ahogar!
La gente observa atenta en las pizarras de los establecimientos, las variadas ofertas gastronómicas. Hablan entre ellos, sopesan precios y productos, siguen hasta el siguiente bar y, unos se deciden y otros pasan de largo. Ha quedado un poco de bonito del medio día, y dicen que así, frío, y con un poco de tomate como complemento, está muy bueno. Hay también en casa yogures y leche, y hasta media barra de pan que sobró de comer.
Esta noche hay tal programa en TV, y a Rafa y a Susana les gustaría verlo, o no tienen mejor opción para la velada. Esperan que a los dueños de la casa, que se acuestan pronto, no les importe que se queden hasta más tarde a verlo. Seguro que no.
Los felices veraneantes, retoman camino hasta el pueblecito a las afueras de la villa. Miran al cielo y se preguntan si mañana hará día de playa. Pues vete tú a saber, dice el patrón que por aquí, del tiempo lo que veas.
¡Que bien se duerme aquí! ¡Que fresquito! Si es que hasta me dan ganas de…..
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