El PP le pide a Zapatero que confeccione unos presupuestos que propicien la salida de la crisis económica por la que atraviesa España, cuyo alcance y consecuencias desconocemos al carecer de unos estudios y análisis rigurosos, capaces de indicarnos o recomendarnos las medidas a adoptar de cara a su superación o, cuando menos, a la moderación de sus consecuencias.
Sin embargo, Zapatero parece más inclinado a confeccionar unos presupuestos encaminados a superar otra crisis, para él más importante, como es la crisis política que vive su partido derivada de los desacuerdos en materia de financiación autonómica y presupuestaria, que le enfrentan con los gobiernos socialistas de algunas de las comunidades autónomas.
Es decir, que aquí, una crisis económica que está poniendo en grave riesgos a muchos sectores básicos de la economía nacional, es secundaria, pues el verdadero interés de Zapatero es solucionar los problemas internos de su partido, que él mismo ha propiciado con su política ambigua, basada en la mentira y el trilerismo, dejando a un lado los problemas de Estado que no le merecen una dedicación de máxima importancia y prioridad. Y para llegar a la solución de su particular crisis, Zapatero está dispuesto a utilizar, si fuera preciso, hasta los Presupuestos Generales del Estado como moneda de cambio.
Zapatero está atrapado, víctima de sus propias trampas. Las decisiones políticas escasamente meditadas, le están pasando factura y los resultados le están llevando, dolorosamente, a una realidad en la que nunca posó sus pies y que le sitúa en una encrucijada cuyo camino correcto le va a ser difícil decidir.
Algo tan importante, quizá lo más importante, en las labores de gobierno, como es la confección y el reparto de los presupuestos generales del Estado, no puede estar condicionado a exigencias insolidarias de determinadas comunidades autónomas, aunque tal situación haya sido causa de una clara falta de visión de gobierno y de política de Estado que, según queda patente, le ha venido grande al de la fácil sonrisa y carismático talante.
De unos presupuestos generales se deriva el bienestar de los españoles, de todos los españoles, y el progreso de un país en infraestructuras y prestaciones sociales. Por lo tanto, el reparto de este presupuesto debe estar exento de cualquier condicionamiento político, y mucho más de chantajes con que determinados partidos, fundamentalmente nacionalistas (pero sin olvidar a los gobiernos socialistas en las Autonomías) tratan de pasar factura por puntuales servicios prestados, no al Estado en sí, sino a un partido a quien la voluntad del pueblo español elevó al gobierno de la nación, para que gobernase para todos, distribuyendo los recursos con justicia y equidad.
Los apoyos políticos, aunque vayan en interés del propio país, siempre tienen un precio elevado en dinero y otro tipo de concesiones que nadie se puede atribuir en exclusiva, y menos con el beneplácito del Gobierno, pues ello resultaría una discriminación y una falta de solidaridad que rozaría el delito y entraría de pleno en la injusticia.
Pero en esto se ha convertido la política en este país. Para conseguir gobernar sin mayorías, se practica el mercantileo y el trilerismo político de baja estopa. Se venden principios sagrados del espíritu nacional sin contemplaciones y, si esto no bastase, se recurre al chantaje y a la amenaza.
Los catalanistas ya lo han advertido: “Si nosotros nos hundimos, Zapatero y su Gobierno se hunden con nosotros”. Y ¿qué le queda a Zapatero? Pues es sencillo resolver el acertijo. Sólo tiene dos salidas: Una, admitir vergonzosamente el chantaje y soltar lo que irresponsablemente prometió; y otra, admitir sus errores, sus componendas al margen del interés de España, pedir perdón y convocar nuevas elecciones. Pocas más salidas le quedan.
Claro que para optar por la segunda no le alcanza el talante. Para eso, más que talante, lo que hay que tener es vergüenza y hoy, esta cualidad, cotiza a la baja.
En una circunstancia de grave crisis económica como la que España está sufriendo, al igual que gran parte del mundo, sólo nos faltaría que no llegasen a aprobarse los Presupuestos Generales del Estado. ¿Cabría más incompetencia y más ineficacia?
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