domingo, 17 de agosto de 2008

SAN ROQUE EN MI PUEBLO (PANES)

Hago un paréntesis y me olvido de mi afición e interés por la coyuntura nacional e internacional, para ocuparme de cosas más sencillas y agradables, que también pueden resultar atractivas a gentes que me han dicho que muchos días me leen y me animan a seguir haciéndolo.

Parto de la base de que la inmensa mayoría de las cosas que escribo, las escribo para mí, por el simple placer de escribirlas, y sin la menor pretensión de que las mismas transciendan a la opinión pública y mucho menos que lleguen a influir en su opinión. En todo caso, vaya mi sincero agradecimiento a esos amigos que me ayudan con sus palabras de ánimo, a seguir en este intento.

Volví el viernes por mi entrañable pueblo de Panes para pasar allí las fiestas de San Roque. Estas fiestas, sin ser las propiamente patronales de esta villa (ese privilegio lo tienen las centenarias fiestas de San Cipriano) son unas fiestas de un profundo arraigo entre nosotros. Son más del pueblo, más íntimas y, si me apuran, hasta más religiosas.

También influyen de forma clara las fechas de su celebración, pues no es lo mismo un 16 de agosto, mes vacacional por excelencia, que un 16 de septiembre, como es el caso de San Cipriano, en que la mayoría de las gentes se encuentra inmersa ya en sus obligaciones laborales, y no les es tan fácil acercarse a su pueblo.

El secreto de las fiestas de San Roque en Panes yo creo que estriba, precisamente, en su intimidad. No creo que haya día en el mes de agosto - en el que el oriente de Asturias arde en fiestas- que más pueblos dediquen su devoción a un Santo como el día de San Roque. Desde las impresionantes celebraciones de Llanes, hasta las más humildes de Panes, son números los pueblos de toda Asturias que honran al Peregrino de Montpellier.

Ello implica que la gente se disgregue por todos sitios y que determinadas poblaciones, como es el caso de Panes, no registren un número elevado de visitantes, pero eso no es óbice para que la fiesta pierda encanto y realce. Para eso están sus hijos, los que residen todo el año y los que se acercan desde cualquier punto de España, de Europa y de América. Y es que ese es su principal atractivo. Venir por Panes estos días, supone reencontrarte con tu gente de toda la vida. Con los que están fuera y no tienes la satisfacción de ver y abrazar todos años. Con la gente que no olvida sus raíces y vuelve siempre que puede a su tierra natal, a amarla en su propio espacio como a madre que les ofreció sus pechos y les alimentó de añoranza y de amor filial.

Este año ha sido rico en presencia de gentes que están ausentes de su tierra. Muchos fuimos los que coincidimos en Panes por San Roque y de ello dio fe el bullicio sano de sus calles, la alegría compartida y contagiada y el ambiente feliz de años lejanos que mirábamos con ojos de niños entusiasmados.

Muchas cosas pasan o se reforman. Las fiestas de San Roque siguen ahí en toda su pureza. Ahí sigue la novena en la capilla del Santo. Ahí sigue la misa con los fieles repartidos por los prados y los caminos próximos porque no caben en la pequeña ermita. Y la procesión, concurridísima este año. Ahí sigue el tan tradicional “ramu”, cantado cada vez por más mozas, y no tan mozas, que a nadie se le arruga nada para honrar al vecino Roque. Ahí sigue la “puya” de los roscos, como hace decenas y decenas de años. Y los bolos y las gaitas y los bailes.

San Roque, en Panes, no es que simplemente siga, es que renace, se revitaliza cada año. San Roque es la estrella polar de los de Panes. Hacia ella avanzamos por los mares de la vida.

Y mañana, el año que viene, habrá (Dios quiera que para todos los que este año lo hemos vivido) un nuevo 16 de agosto, un nuevo día de San Roque en el que todos podremos volver a abrazarnos y a disfrutar de nosotros y de nuestra tierra, bajo la mirada bondadosa y amiga del Santo. De nuestro amigo Roque.

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