miércoles, 5 de agosto de 2009

UNA REAL ANÉCDOTA

(Antonio Ramalho Eanes, ex presidente de Portugal)

El día 26 de febrero de 1981, aquel inexpresivo general, Antonio Ramalho Eanes, que ostentó la presidencia de la República Portuguesa una vez superado ya el trance ambiguo de la Revolución de los Claveles, hacía honor a la tradicional amistad luso-británica y visitaba oficialmente a su graciosa majestad, Isabel II de Inglaterra.

Eanes, que había aterrizado una hora antes en el aeropuerto de Gatwick, estaba a punto de llegar en un tren especial a la londinense estación Victoria. Allí le esperaba la Reina rodeada de toda la parafernalia protocolaria para el recibimiento de un jefe de estado.

Yo iba a calificar a Eanes de estatua, pero me di cuenta de que no era correcto. No puede serlo porque una estatua tiene la expresión que le da el escultor. Triste o alegre, pero tiene expresión. Eanes era como un témpano de hielo y, en consecuencia, su encuentro y saludo con la Reina de Inglaterra, careció de toda emotividad.

Ambos mandatarios abandonaron la estación Victoria en la carroza de Su Majestad, a través de Trafalgar Square y el Mall, hasta llegar al Palacio de Buckingham.

Tiraban de la carroza ocho espectaculares caballos negros, uno de los cuales, al tomar una curva en Trafalgar Square, se fue de sus partes traseras y se tiró un sonoro pedo. El hedor dulzón y perverso del aire escapado del caballo, entró de lleno en la carroza real. La Reina, como anfitriona, se disculpó. El presidente Eanes, con cara de lo mismo que había soltado el caballo, aceptó las disculpas a la vez que, con fría cortesía, le decía a la Reina: “No se preocupe vuestra majestad, porque yo bien creí que había sido un caballo”. Que dicho en portugués sería: "Näo se preocupe vosa majestade, que eu bien creía que había sido un cavalho".

Es insospechado lo que un personaje, incapaz de esbozar en su rostro una sonrisa, puede hacer reír a los demás.

La Reina Isabel, contó esta anécdota a un reducidísimo grupo de amigos, entre los que se encontraba el Rey don Juan Carlos. Éste, a su vez, se lo contó a su padre, quien se la trasmitió a su buen amigo Alfonso Ussía que la publicó, con el permiso correspondiente de Don Juan, en el “Diario 16” de Madrid. A los pocos días, todos los periódicos de Portugal la reprodujeron, aunque Ussía, ni a solicitud del embajador de Portugal en España, reveló, hasta muerto Don Juan, cual había sido su fuente de información.

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