sábado, 1 de agosto de 2009

FEDERICO GARCÍA LORCA, LA LUZ DE GRANADA

A Federico García Lorca le quieren hoy remover sus huesos arropados por tierra andaluza y española. A Federico y a otros muchos que, como acertadamente dijo Larra, forman parte de esa media España que constantemente muere víctima de la otra media. No se puede mirar a Lorca, ni a nadie, con los ojos del odio y de la venganza. No es bueno abrir de nuevo las heridas cuando están a punto de cicatrizar. Eso es propio de imbéciles y de trastocados.

Yo sé lo que le ocurrió a Federico. A Federico y a otros muchos de un bando y de otro, pero intento mirar hacia sus obras y pensar que sus desgraciadas muertes no fueron en vano y hayan servido para que aquellos horrores no se repitan.

Su muerte en lo mejor de su juventud y en su plenitud creadora, no impidió que nos legase una de las obras literarias más hermosa, más cruda y más popular que un autor puede aportar, fundamentalmente, a la poesía y al teatro.

Cuenta otro genial poeta andaluz (Juan Ramón Jiménez) que siendo aún muy joven, Fernando de los Ríos se lo mandó a Madrid con una carta en la que le decía: “Ahí va ese muchacho lleno de anhelos románticos. Recíbalo usted con amor, que lo merece; es uno de los jóvenes en que hemos puesto más vivas esperanzas".

En su “ligero equipaje” lleno de versos, incluía el poeta sus lunas pálidas, sus patios de naranjos granadinos, las melenas azabache de las mujeres de Granada, la tez oscura de los rostros gitanos, el profundo y misterioso lamento del "cante jondo", los almendro en flor, los negros caballos y tricornios acharolados de los guardias civiles: “con el alma de charol, vienen por la carretera…”

Un poeta de corta vida pero de grandiosísima obra. Un poeta de una sensibilidad extraordinaria que conoció y amó, como nadie, las grandezas y miserias de su tierra y supo sacar de ellas música y poesía.

Los tiempos que le tocaron vivir a Federico García Lorca no fueron los más dichosos de la historia de España. Tiempos de tragedias y discordias civiles donde la alegórica pintura de Goya, “Saturno devorando a sus hijos”, cobraba brutal realidad. Saturno encarnaba a España y esta España, tantas veces monstruosa, se volvía contra sus hijos a los que destruía sin sentido, con odio inhumano.

Federico fue una de esas víctimas. Una de tantas absurdas víctimas que, después, la propia España llorará eternamente.

Federico siempre fue, y seguirá siendo que para eso le pararon las horas en un triste amanecer granadino, un niño. Quizá un niño grande, pero un niño. El mismo se describe: “Mi padre, agricultor, hombre rico. Mi madre, de fina familia. Mi infancia fue aprender lecturas y música con mi madre, ser un niño rico en el pueblo".

Pero no era cierto. Quizá fue niño rico, pero nunca ejerció como tal, sólo como niño. Su sitio fue el pueblo, su identificación con él fue total y para conocer esa faceta de su vida ahí está su obra, basta con leerla.

Yo estoy con los pobres, decía, con los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega.

Un buen día “se le vio caminar entre fusiles/por una calle larga/salir al campo frío/aún con estrellas de la madrugada.” (A. Machado).

Por allí se fue el poeta. Dicen que le acompañaban toreros arropados con sus capotes de grana y oro y gitanos y gitanas de tez morena, cabelleras de brillantina y ojos azabache. Que a lo lejos se escuchaba prolongados lamentos en cante jondo. Que el suelo vestía como una blanca alfombra de hojas de almendros, y que al aire lo impregnaba como un sutil aroma de naranjos y limoneros. Que el viento traía, entre tristes y alegres, las notas románticas de un viejo piano de cola. Que al final del cortejo, como escolta respetuosa y cargada de pesadumbre, iba “guardia civil caminera” y que gitanos, guardias civiles y toreros, lloraban por los horrores de España. Arriba, la luna pálida, más pálida que nunca. La Alhambra no quería mostrar sus murallones y el Darro y el Genil querían parar su curso.

Y cuentan que todo aquello parecía como la encarnación de un teatrito de cartón y papel, como los que el poeta hacía de niño cuando soñaba con escribir sus grandes obras; con muchos colores vivos. Como los colores con que el sol pinta a Granada.

Federico sigue aquí, en el recuerdo. Es historia de España. ¡Por favor, que nadie le toque!

2 comentarios:

  1. Eso, que nadie lo toque, que se recurde su obra, que se recuerde que, a consecuencia de ella, fue salvajemente asesinado por aquellos que se reclamaban vigias de la civilización cristiana.
    Admirar a Lorca y a su obra y, al mismo tiempo, llamar venganza a lo que supone recordar a sus asesinos constituye, en el mejor de los casos, una bipolaridad insostenible.
    ¿No cree?

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  2. Pues hombre, si usted lo ve así ¿que quiere que le diga? Yo trato de reconciliar con mis humildes comentarios, y en la medida que soy capaz, a las dos vergonzosas Españas. Usted, según veo, sólo piensa en una. Así no se avanza...

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