domingo, 23 de agosto de 2009

¿DE QUÉ CRISIS HABLAMOS?


No lo sé. La verdad es que ya empiezo a ponerlo en duda. No sé si dudar ya de que esto de la tan traída y llevada crisis no será, verdaderamente, un cuento de la “derechona”. Otra cosa puede ser que yo no tenga un claro concepto de en qué consiste una crisis, o que la crisis de la que se habla no sea económica.

España, sin duda, está inmersa en muchas crisis que se palpan y se sufren a diario, tanto en la calle como en los medios de comunicación. Se sufren en cualquier lugar público y por parte de cualquier gente; jóvenes sobre todo, aunque los mayores no estamos exentos de enseñar el pelaje que nos crece a la sombra de costumbres y usos tan relajados. Se trata de las crisis de valores, de principios, de modales, de educación “general básica” y de civismo al fin.

Se dice, también, que hay una fuerte crisis económica que está machacando al país, pero eso ya no se ve tanto. Dicen que hay casi cuatro millones de parados y que una gran parte de ellos no perciben ningún subsidio, por lo que ZP ha acudido en su auxilio con 400 euros “per cápita” para que su sufrimiento sea menor o se prolonge más en el tiempo . Esta crisis es la que yo empiezo a poner en duda.

Yo vivo en una villa marinera del norte de España, esencialmente turística, donde, ya acabando el mes de agosto, no se baja el pistón en ningún sentido; ni en el económico ni en el de costumbres relajadas y anticívicas. Es decir, que unas crisis se notan y otras no tanto.

Si hay casi cuatro millones de parados, aquí no se nota para nada. Yo no hago arqueo de caja en ningún establecimiento comercial de esta villa, por lo que no sé lo que la gente gasta o deja de gastar, pero el reflejo de esa supuesta crisis económica, a nivel de calle, no se nota en lo más mínimo. Eso me hace pensar que esos millones de sufridores parados deben estar recluidos en una especie de gueto, en algún lugar recóndito, para que no contaminen al resto que sigue saliendo, que sigue quemando gasolina, que sigue comiendo y durmiendo fuera de su casa a golpe de euro y que se empeña en ignorar una situación que, según se dice, es alarmante.

Yo no salgo de vacaciones a ningún sitio porque ya viajé bastante en mi vida por obligación. Por obligación tuve que acostar mis huesos en muchas camas de hoteles de la geografía española y del extranjero; unos mejores y otros no tanto, dependía de lo que había, porque los bancos tienen sucursales hasta en el “robledal de Corpes”. Por obligación, tuve que pasar bastantes miedos colgado por los aviones, hoy sí y mañana también. Por obligación me tuve que tragar miles y miles de kilómetros por las carreteras de esta arrugada piel de toro y, ahora que no tengo esas obligaciones, no me da la gana salir de mi casa a aguantar a nadie. Además, tengo la suerte de vivir en un lugar privilegiado que no te induce, ni te obliga, a prescindir de él en ninguna época del año y, donde tienes la oportunidad de aguantar, sobre todo en estas fechas, todas las impertinencias que quieras.

A mí, estos dos meses escasos de veraneo a los que se reduce el norte peninsular, me dan cancha para observar al respetable y sacar mis propias conclusiones de por donde deriva España.

De lo que no me cabe duda alguna es de la existencia de las otras crisis, no de la económica. La crisis de valores, de principios y, sobre todo de educación, o de básica urbanidad, es patente y palpable. Es una crisis que ya dura años y no tiene visos de solución; al contrario, envejece y crea solera como los vinos. La gente no repara en nada: si hay que llevar a alguien por delante, se le lleva; si hay que acostarse encima de alguien para conseguir un sitio en el mostrador de un bar, se acuestan; si hay que tirar a una persona a la carretera (con peligro de ser arrollada por un vehículo) para que pase el niño pijo, se la tira, y pónganse en lo peor, porque el niño no se va a apartar. El niño pijo, menos que sus padres pero pijo con un par, no entiende, ni tiene por qué entender, de personas mayores, ni de señoras con niños pequeños, ni de gentes con limitaciones físicas, ni de normas básicas de educación y ciudadanía. No entiende, porque sus padres tampoco entienden ni han entendido nunca y, consecuentemente, no han podido trasmitir esos valores al niño de los cojones.

El lenguaje que se utiliza no puede ser más horrible y más molesto, tal como si hubiesen estado ensayando durante meses para utilizarlo en vacaciones. Ya no hablemos de las pintas y los usos en el vestir. Hombre, yo no digo que se venga de veraneo con corbata, pero para entrar a determinados lugares se deberían cuidar un poco ciertos detalles, igual que para andar por la calle. Hay gentes para los que debería haber una especie de grúa, como para los automóviles, que las retirara de la circulación y las almacenara en un depósito para luego cobrar una pequeña entrada para poder verlos como atracción circense. Y no me gusta dar ideas recaudatorias.

La chabacanería imperante es de juzgado. La locura de gran parte de la gente en este país es de preocupar. No me extraña que Pepiño Blanco, el cerebro de nuestro Gobierno descerebrado, esté aconsejando elevar los impuestos al ciudadano. Visto lo visto no sería una medida descabellada. Gran parte del pueblo español lo soportaría al igual que soporta la locura veraniega.

Los ingleses pliegan y se quedan en casa. Franceses y alemanes tiran los pedos más callados. Los indianos de toda la vida se quejan de que el cambio está desfavorable y aprietan cinturones. Aquí no. Aquí somos más chulos que nadie. ¿Y mañana? Pues ya lo decía Machado: “No está el mañana en el ayer escrito”. Mañana… Zapatero dirá, que es un fenómeno y nos anima al consumo. ¡Que país este, oigan!

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