Ordenados por Harry S. Truman, a la sazón presidente de los EEUU de América, los lanzamientos de las dos primeras (y únicas, de momento) bombas nucleares de la historia de la humanidad, constituyen, para mí, la mayor salvajada que pueda decidir cualquier mandatario.
Las consecuencias de estas bombas, y las secuelas que aún hoy persisten entre la población de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, deberían haber enseñado una lección al mundo que hubiese tendido como resultado la renuncia incondicional a la energía atómica con fines bélicos por parte de cualquier país de la Tierra.
Está claro que no ha sido así y que la carrera nuclear sigue implacable, amenzando cada vez más al planeta.
El mundo no ha apredido la lección que, hoy hace sesenta y cuatro años, se escribió con letras de horror y fuego infernal sobre Hirishima, para repetirse tres días después sobre Nagasaki.
Los gobiernos de este planeta -cuanto más fanáticos y peligrosos peor- continúan una carrera trepidante por tener en sus arsenales las destructivas armas atómicas. Más de treinta mil cabezas nucleares amenazan hoy este mundo donde no es posible la paz y, la mayoría, en manos de iluminados, fanáticos y descerebrados.
Desde tiempo inmemorial, a los países sólo se les ha respetado por la fuerza que representaban su ejércitos y, aún hoy, sólo saben hacerse respetar por la fuerza. Es la mejor muestra de que la humanidad no ha avanzado nada y que otros valores, más humanos, no cotizan.
Es nuestro mundo. Es lo que hemos sabido hacer de él. Una trampa mortal.
Las consecuencias de estas bombas, y las secuelas que aún hoy persisten entre la población de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, deberían haber enseñado una lección al mundo que hubiese tendido como resultado la renuncia incondicional a la energía atómica con fines bélicos por parte de cualquier país de la Tierra.
Está claro que no ha sido así y que la carrera nuclear sigue implacable, amenzando cada vez más al planeta.
El mundo no ha apredido la lección que, hoy hace sesenta y cuatro años, se escribió con letras de horror y fuego infernal sobre Hirishima, para repetirse tres días después sobre Nagasaki.
Los gobiernos de este planeta -cuanto más fanáticos y peligrosos peor- continúan una carrera trepidante por tener en sus arsenales las destructivas armas atómicas. Más de treinta mil cabezas nucleares amenazan hoy este mundo donde no es posible la paz y, la mayoría, en manos de iluminados, fanáticos y descerebrados.
Desde tiempo inmemorial, a los países sólo se les ha respetado por la fuerza que representaban su ejércitos y, aún hoy, sólo saben hacerse respetar por la fuerza. Es la mejor muestra de que la humanidad no ha avanzado nada y que otros valores, más humanos, no cotizan.
Es nuestro mundo. Es lo que hemos sabido hacer de él. Una trampa mortal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, utiliza en tus comentarios la educación y el respeto.