lunes, 20 de julio de 2009

VERANEAR

(Llanes desde el aire: Mar y Montaña)


Veranear, según el diccionario de la RAE, es pasar el verano en algún lugar distinto al que habitualmente se reside. Es decir, que los que lo pasamos en el mismo lugar o cerca de nuestras residencias habituales, no veraneamos. Pues no estoy de acuerdo. Para mí, la definición del diccionario, cuando menos, no es acertada.

Según mi amigo Alfonso Ussía, que veranea por aquí cerca, en la vecina Cantabria, huyendo de los agobios climatológicos madrileños de estos meses estivales, veranear es disfrutar del verano. Y disfrutar del verano no es, a su entender (ni al mío), turrarse al sol, soportar temperaturas incómodas, no poder dormir en las noches, luchar por un pequeño espacio para tumbarse en la playa y otros inconvenientes con que nos podemos encontrar en algunos puntos turísticos distintos, por supuesto, a nuestra residencia habitual.

Si eso es veranear debo confesar que yo nunca he veraneado, ni me apetece hacerlo. Y eso lo digo yo, hombre del norte, aburrido y acostumbrado a brumas y nublados y, quizá por eso, amante del sol y de la luz, pero en su medida.

Mi veraneo ideal, cuando yo estaba fuera, era regresar a mi pueblo y a sus alrededores y poder disfrutar de los amigos que sólo veía una vez al año. Veranear era gozar de una buena temperatura durante el día, nada agobiante, poder dormir sintiendo en la piel el frescor de la noche y en la cara la suave brisa que penetraba por las ventanas entreabiertas de la habitación. Veranear era volver a notar el perfume salino y singular de mi playa de toda la vida en el bravo Cantábrico, no tener nada que hacer por obligación y vivir sin prisa y sin agobios.

Nuestra tierra del oriente asturiano es envidiable para gozar de unas vacaciones en el sentido que comento. Aquí nos sobran opciones para poder disfrutar de unos días de auténtico veraneo, escogiendo entre el mar, la montaña o las villas, pueblos y aldeas de nuestro entorno cargadas de tradición, de historia y de leyendas.

No se puede venir aquí con la exclusiva intención de acaparar a diario un sol supuestamente garantizado. Aquí es todo lo contrario. Podemos garantizar otras cosas, pero no precisamente el sol. En eso puede radicar el encanto de un verano en estas tierras.

Hasta aquí se debe venir huyendo del calor, del asfalto que quema, de las prisas, de los móviles, de los fax, y de tantas cosas que día a día nos limitan la libertad y la vida misma, para encontrar la calma y el descanso que es lo que debemos buscar en un veraneo auténtico.

Hay que saber sacarle el placer al tiempo, cuando no te impone horarios, para leer lo que no tenemos tiempo de leer y para perdernos descubriendo nuevas sensaciones, olores, colores y paisajes ignorados. Para respirar el aire de la costa, impregnado de aromas de algas, de sal y de pureza. Para integrarte en las fiestas y en las tradiciones de los pueblos que son como ritos antiquísimos de amor y de pasiones y escuchar, a lo lejos –que es cuando mejor suena- un lamento de gaita que nos trae remembranzas de leyendas de los pueblos celtas que habitaron estas costas y montañas y que en ellas dejaron su huella y esculpieron su cultura.

Si vivimos un amanecer por las orillas de cualquiera de los ríos que salpican nuestra verde geografía, ignorando las horas, porque en este tiempo no deben contar, podremos sentirnos trasladados a un mundo mitológico, compartido con las xanas y los trasgos y podremos hasta escuchar sus suspiros y conjuros y hasta soñar irrealidades hermosas.

Sólo tenemos que liberar nuestra mente. Soltar amarras. Allí, entre las neblinas del amanecer, que se elevan desde el fondo hasta las crestas de los riscos, entre la música que componen las aguas en movimiento acompasado, hallaremos ese otro mundo ausente el resto del año. Ese mundo tan necesario e inalcanzable en una vida tan trepidante y convulsa.

Eso es lo que aquí se puede encontrar. Y todo eso, es lo que puede devolverte a la vorágine de la vida que te espera con nuevas energías para seguir soportándola.

Otros veraneos, en otros lugares, también tendrán sus alicientes, no lo dudo, pero no tengo mayor interés en conocerlos. Yo me quedo con esta tierra, que es la mía, que sigue oliendo a mar y a cordillera, a niebla matinal y a hierba seca. Donde se puede gozar de muchas cosas y soñar. Donde se puede escuchar, cuando las mentes están predispuestas, el suspiro seductor de las xanas entre la música cantarina de las aguas de los ríos y de las fuentes. Yo no deseo más.

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