"Viven bajo el mismo cielo, pero nadie tiene el mismo horizonte"
(Mohamed VI, Rey de Marruecos)
Hace ahora diez años que, tras la muerte de su padre Hasán II, subió al trono de Marruecos su hijo primogénito el príncipe Mohamed, actual rey del país bajo el nombre de Mohamed VI.
Las casi cuatro décadas del reinado de Hasán II fueron turbulentas y poco o nada fructíferas para Marruecos, no así para el monarca que acumuló una de las mayores fortunas del mundo mientras el pueblo sufría las más elementales carencias en todos los sentidos. Nunca me gustó aquel personaje que tuvo sumido a su país en una autocracia de corte medieval, donde la corrupción, la represión política y religiosa y la falta de libertades, eran monedas corrientes.
¿Ha cambiado algo Marruecos desde la subida al trono de Mohamed VI? Pues no mucho, la verdad. Es lógico que un mandatario tenga sus defensores y sus detractores, tal como lo estamos viendo en los análisis que estos días se hacen, pero la realidad es la única que puede venir a poner las cosas en su sitio. Sin embargo no se puede decir que no haya habido cambios. No los deseados, ni mucho menos, pero, aparentemente, el país goza de mayores libertades políticas y el Código de la Mujer distancia a Marruecos del resto del mundo árabe. Han sido, quizá, necesidades imperiosas a las que ha tenido que doblegarse el Rey alauita para poder obtener determinados beneficios políticos y económicos de la Unión Europea y otros estamentos internacionales.
Hoy por hoy, Marruecos es un referente de moderación dentro del convulso y amenazante mundo islámico y por ello está bien visto desde Occidente, aunque sus niveles de democracia y libertades dejen mucho que desear.
Mohamed VI es, sin duda, un hombre bien identificado con Occidente y manifiesta sus deseos de llevar a su país hacia la modernidad, la moderación y la tolerancia. Sólo hay un problema, que para ello debería él mismo desprenderse de algunas connotaciones que no cuadran en absoluto en el mundo occidental.
Como hoy señalaba el corresponsal en Marruecos de un diario de tirada nacional, Mohamed VI sigue viviendo aún “bajo la chilaba de su padre”. Se puede creer que este Rey desee de verdad modernizar la sociedad pero no logra deshacerse de esa sombra, en lo que se refiere a la ostentación del poder absoluto.
Desde la independencia del país en 1956, el Rey es el propietario efectivo de los terrenos mineros y agrícolas más rentables, además de monopolizar el sector turístico. El Rey de Marruecos es hoy una de las diez primeras fortunas del mundo. Gran parte de los valores que cotizan en la bolsa de Marraquech, son de empresas o sociedades pertenecientes a la familia real. El artículo 168 del código penal marroquí, desaconseja cualquier investigación sobre la fortuna del Rey o sus allegados. En Marruecos no hay petróleo –de momento- ni gas ni diamantes, pero hay droga. La corrupción que persiste y el aumento del subdesarrollo son otras de las características del reino alauita junto con casi un 60% de analfabetismo y un 40% de paro. El gobierno marroquí no controla determinadas carteras ministeriales como Interior, Justicia o Asuntos Exteriores ni, por supuesto, Defensa. Esas las controla el Rey porque él es el que debe inspirar las grandes líneas maestras de la política nacional, y de la religión como Comendador de los Creyentes.
Los problemas internos del país son muchos y muy graves y para desviar la atención de todos estos ciscos, Mohamed VI forma ciscos mayores en el exterior del país, de los que somos víctimas, en muchos casos, los propios españoles (Perejil), a fin de despertar entre sus súbditos un patrioterismo trasnochado que produzca los efectos buscados. La sombra de su padre (recuérdese la “Marcha Verde”) sobrevuela aún su coronada cabeza.
El pueblo marroquí, paupérrimo, que contrasta con la opulencia de sus monarcas, escapa como puede de su país. Conoce bien el riesgo de no llegar nunca a las costas europeas, pero sucumbe a las mafias y a los engaños. Los que no se arriesgan, resisten como pueden.
Este es el balance real de la real gestión. Por todo esto, algunos militares que aún conservan cierta integridad moral y un cierto sentido del honor, se sublevan periódicamente, aún sin ninguna oportunidad de éxito. Líderes sindicales y algunos intelectuales, alzan de vez en cuando su voz, aún a pesar de la fuerte represión que persiste.
Sin embargo, Occidente está tranquilo con la situación. Son problemas internos que no amenazan y que llevan el –supuesto- camino de ser superados. En Occidente es preferible esta situación a una posible deriva hacia una república islámica radical y peligrosa. Ahí está el apoyo que siempre va a tener Mohamed VI, y, a la vez, la cortapisa que le va a impedir a Marruecos una modernización deseada y necesaria.
Yo nunca he vestido una chilaba, pero debe costar, una vez acostumbrado a ella, quitársela de encima.
Las casi cuatro décadas del reinado de Hasán II fueron turbulentas y poco o nada fructíferas para Marruecos, no así para el monarca que acumuló una de las mayores fortunas del mundo mientras el pueblo sufría las más elementales carencias en todos los sentidos. Nunca me gustó aquel personaje que tuvo sumido a su país en una autocracia de corte medieval, donde la corrupción, la represión política y religiosa y la falta de libertades, eran monedas corrientes.
¿Ha cambiado algo Marruecos desde la subida al trono de Mohamed VI? Pues no mucho, la verdad. Es lógico que un mandatario tenga sus defensores y sus detractores, tal como lo estamos viendo en los análisis que estos días se hacen, pero la realidad es la única que puede venir a poner las cosas en su sitio. Sin embargo no se puede decir que no haya habido cambios. No los deseados, ni mucho menos, pero, aparentemente, el país goza de mayores libertades políticas y el Código de la Mujer distancia a Marruecos del resto del mundo árabe. Han sido, quizá, necesidades imperiosas a las que ha tenido que doblegarse el Rey alauita para poder obtener determinados beneficios políticos y económicos de la Unión Europea y otros estamentos internacionales.
Hoy por hoy, Marruecos es un referente de moderación dentro del convulso y amenazante mundo islámico y por ello está bien visto desde Occidente, aunque sus niveles de democracia y libertades dejen mucho que desear.
Mohamed VI es, sin duda, un hombre bien identificado con Occidente y manifiesta sus deseos de llevar a su país hacia la modernidad, la moderación y la tolerancia. Sólo hay un problema, que para ello debería él mismo desprenderse de algunas connotaciones que no cuadran en absoluto en el mundo occidental.
Como hoy señalaba el corresponsal en Marruecos de un diario de tirada nacional, Mohamed VI sigue viviendo aún “bajo la chilaba de su padre”. Se puede creer que este Rey desee de verdad modernizar la sociedad pero no logra deshacerse de esa sombra, en lo que se refiere a la ostentación del poder absoluto.
Desde la independencia del país en 1956, el Rey es el propietario efectivo de los terrenos mineros y agrícolas más rentables, además de monopolizar el sector turístico. El Rey de Marruecos es hoy una de las diez primeras fortunas del mundo. Gran parte de los valores que cotizan en la bolsa de Marraquech, son de empresas o sociedades pertenecientes a la familia real. El artículo 168 del código penal marroquí, desaconseja cualquier investigación sobre la fortuna del Rey o sus allegados. En Marruecos no hay petróleo –de momento- ni gas ni diamantes, pero hay droga. La corrupción que persiste y el aumento del subdesarrollo son otras de las características del reino alauita junto con casi un 60% de analfabetismo y un 40% de paro. El gobierno marroquí no controla determinadas carteras ministeriales como Interior, Justicia o Asuntos Exteriores ni, por supuesto, Defensa. Esas las controla el Rey porque él es el que debe inspirar las grandes líneas maestras de la política nacional, y de la religión como Comendador de los Creyentes.
Los problemas internos del país son muchos y muy graves y para desviar la atención de todos estos ciscos, Mohamed VI forma ciscos mayores en el exterior del país, de los que somos víctimas, en muchos casos, los propios españoles (Perejil), a fin de despertar entre sus súbditos un patrioterismo trasnochado que produzca los efectos buscados. La sombra de su padre (recuérdese la “Marcha Verde”) sobrevuela aún su coronada cabeza.
El pueblo marroquí, paupérrimo, que contrasta con la opulencia de sus monarcas, escapa como puede de su país. Conoce bien el riesgo de no llegar nunca a las costas europeas, pero sucumbe a las mafias y a los engaños. Los que no se arriesgan, resisten como pueden.
Este es el balance real de la real gestión. Por todo esto, algunos militares que aún conservan cierta integridad moral y un cierto sentido del honor, se sublevan periódicamente, aún sin ninguna oportunidad de éxito. Líderes sindicales y algunos intelectuales, alzan de vez en cuando su voz, aún a pesar de la fuerte represión que persiste.
Sin embargo, Occidente está tranquilo con la situación. Son problemas internos que no amenazan y que llevan el –supuesto- camino de ser superados. En Occidente es preferible esta situación a una posible deriva hacia una república islámica radical y peligrosa. Ahí está el apoyo que siempre va a tener Mohamed VI, y, a la vez, la cortapisa que le va a impedir a Marruecos una modernización deseada y necesaria.
Yo nunca he vestido una chilaba, pero debe costar, una vez acostumbrado a ella, quitársela de encima.
Que comentaria tan acertado y veraz, al fin alquien escribe con sentido comun y sin dejarse llevar por falsos espejismos.
ResponderEliminarUn análisis muy correcto de la realidad, si bien hecho de menos un poco más de caña.
No obstante, enhorabuena.