martes, 30 de diciembre de 2008

EN LA MUERTE DE EUGENIO CAMPANDEGUI, UN CURA.

Eugenio Campandegui



El pasado día 26 nos dejaba, tristemente, Eugenio Campandegui, el cura de Ribadesella. Aunque muchos sabíamos de sus dolencias físicas, pocos esperábamos un desenlace tan pronto. Además su carácter, siempre alegre, que guardaba sólo para sí los sufrimientos, no mostraba ni una mínima parte de lo que tenía que estar soportando.

Eugenio había nacido en Pimiango, Ribadedeva, también en un mes de diciembre y en un día no muy lejano al de su muerte, un 22, día de la lotería navideña y, como bien destaca el peñamellerano, Javier Gómez Cuesta (párroco de San Pedro de Gijón) en su artículo de hace pocos días, llegó a casa de sus padres como un premio gordo de esa lotería que tantas ilusiones crea una vez cada año.

Eugenio era aún muy joven cuando vio, impotente, desaparecer a su padre entre las aguas del Cantábrico, bajo los acantilados de Pimiango. Sin embargo, este hecho no le hizo odiar a esa mar inmensa y, a veces, tan traidora y vengativa.

El odio no cabía en su alma, ni en su mente. En aquel cuerpo pequeño no había lugar para estos sentimientos. Sólo para el amor y para la alegría. Por eso, y por contra, a Eugenio siempre le atrajo la mar, la mar que golpea y golpea la impresionante muralla que es el acantilado sobre el que se levanta su Pimiango natal. Profesaba un gran amor a las gentes marineras que le correspondían con la misma generosidad.

Eugenio Campandegui, se ordenó sacerdote muy joven y tuvo una larga carrera pastoral, aunque su edad final fueran sólo 71 años. Atrás quedan sus destinos sacerdotales: Cocañín, Bezanes, San Juan de Ávila de Avilés, parroquia que él creó, y por último, Ribadesella. Pero Eugenio fue más allá de sus humildes curatos. Él no se conformaba con la misa, el rosario y esas cosas más bien rutinarias en las que determinados curas se acomodan. Él buscaba a la gente en sus lugares. Iba a buscarlos. De ahí todos sus éxitos como pastor que atrae a su rebaño al aprisco. Eso lo logró con sus capellanías añadidas de asociaciones de gentes desvalidas: sordos, ancianos, Hermanitas de los pobres, de equipos de fútbol, de grupos de mus. Fue profesor en varios centros, religiosos y seglares, donde dejó recuerdos imborrables.

Eugenio no esperaba a sus potenciales feligreses, iba a buscarles donde quiera que se encontrasen. Al bar, al campo de futbol, al puerto, donde fuera necesario. Su vida fue una siembra constante que obtuvo mucho fruto. Quizá no tanto como hubiesen sido sus deseos de acercar al pueblo a Dios, pero tampoco puede quejarse de su obra. Una obra que quedará en el recuerdo durante muchos años.

Este cura, paisano donde los hubiera, no encontraba obstáculos para encontrase bien en cualquier ambiente e integrarse de pleno. Su gracia, la alegría personal que emanaba de su pequeña figura, calaba hondo de inmediato en el corazón de cualquier hombre con una mínima predisposición a la concordia y a la felicidad.

Todo eso emanaba de la figura de Campandegui. Si ello no era suficiente, siempre estaba en sus labios un chiste que rompía los hielos: “Hubo una vez un cura muy cabrón que…….” Pasaban pocas horas y Eugenio ya era de los suyos. Un cura al que se respetaba, y un paisano al que se quería, pero él no dejaba de lado su labor pastoral pues para ello estaba allí.

Era un cura diferente. Era, ni más ni menos, un cura como la copa de un pino. Era un paisano y un cura. Quizá no inventó nada pero sí supo adaptar a su ministerio ambas personalidades, que no es fácil.

¿Qué le pongo al señor? Le preguntó un camarero cuando entró en un bar: “Pues, al Señor, dos velas y a mí un tinto de Rioja”. Esta ocurrencia de Eugenio se extendió por toda Asturias. Aquí, en Llanes, la repetimos mucho. Eran sus cosas. Sus pequeña cosas que calaban y tardarán en olvidarse.

Me dio mucha pena su muerte. Sentí no poder haberle dado un abrazo que hubiese transmitido a mí ser la valentía que él tenía. Ahora tengo otro santo a quien rezar, un santo sin papeles, un cura de paisano y paisano, un amigo del que me honro. Un cura, simplemente un cura, pero un cura de los pies a la cabeza. Un beso, Eugenio. Descansa en paz y espérame, sé un par de chistes nuevos que te van a encantar.

1 comentario:

  1. padrino te quiero para siempre, muchas gracias para todo ..........

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