miércoles, 25 de noviembre de 2009

EDGAR A. POE, DOSCIENTOS AÑOS DESPUÉS.

¡Es verdad! Soy muy nervioso, horrorosamente nervioso. Siempre lo he sido. Pero ¿por qué pretendéis que esté loco?


En nuestras cabezas se asientan a veces los fantasmas, los monstruos y las pesadillas. Unas veces son sólo producto de nuestros cerebros pero otras son reales, tremendamente reales. La vida siempre ha fabricado monstruos y pesadillas y en nuestra sensibilidad está el hacerles caso o ignorarles. No todos tenemos esa capacidad magnífica de ignorarles y, entonces, tenemos que vivir con ellos, nos guste o no nos guste. No nos ayudan a que la vida sea más feliz, todo lo contrario, nos la complican y nos restan espacios importantísimos de felicidad.

Para algunas personas, esos monstruos y esas pesadillas (producto de lo que sea) son materia de inspiración y de creación. De creación de historias fantasmales y tremendamente trágicas pero que el gran público ha elevado a la categoría de obras de arte, merced a la maestría con que fueron escritas y a la habilidad de su autor para descubrir en nosotros la atracción mágica hacia ellas. Es el caso del escritor norteamericano, Edgar Allan Poe, del que este año, ya a punto de concluir, se conmemora el bicentenario de su nacimiento.

Intensa vida la de este creador literario. Intensa y muy corta. Turbulenta y trágica como sus mejores relatos. Toda su vida, e incluso su muerte, están identificadas con su obra y no necesariamente por su gusto. Para Poe, los fantasmas de su cerebro le condicionaron una fantasía que creó escuela y que no pudo echar fuera de sí mismo más que a través de la literatura.

Poe cultivó varios géneros: relato y cuentos, poesía, una única novela (la narración de Arthur Gordon Pym), ensayo y crítica, pero su fama la debe, fundamentalmente, a sus “narraciones extraordinarias” por las que se le considera el padre de los cuentos de terror y el antecedente de la novela policiaca. Si las narraciones de Poe, sus macabros relatos de terror, merecen el calificativo de extraordinarias, no se puede ignorar que sus personajes, sus monstruos, son humanos, quizá demasiado humanos. Tan humanos como las situaciones que plasma en esos relatos. Humanas, como digo, demasiado humanas, aunque parezcan fantásticas. Hoy existen situaciones tan macabras y espeluznantes como lo que relata en “El barril de amontillado”, en “El pozo y el péndulo”, o en “El caso del señor Valdemar”. Sólo que hoy faltan genios y sobran relatores de poco pelo. Pero casos y situaciones como las que Poe nos relata en sus narraciones, existen todos los días. Situaciones macabras, horribles, dignas (lamentablemente) de mentes influidas, como en el caso de Poe, por el alcohol y las drogas. Sólo que Poe las escribía, no las protagonizaba personalmente. Por eso se adelantó a su tiempo y creó escuela, y, por eso, hay que verle también como un filósofo que avisa, que denuncia y al que se le ha hecho poco caso. Su obra tiene un mensaje que pocos han comprendido, y sus relatos macabros no fueron escritos, simplemente, para entretener a los adictos a lo sobrenatural, dentro de la naturaleza del ser humano.

Poe encierra, en sí mismo, el misterio de su existencia. Infeliz desde su infancia fracasa en sus matrimonios. No puede con su vida. Se cae y se levanta de nuevo. Triunfa en el periodismo y en muchos campos de la literatura, pero no en lo fundamental. No encuentra el camino de su propia vida que el destino le niega. Amó y fue amado. Fue admirado y despreciado.

Tuvo la mala fortuna de vivir en un mundo mediocre donde, en su época, no se apreció su talento salvo para elevar alguna revista a rangos económicos, cuestión que nunca estuvo entre sus proyectos intelectuales y que le deprimía cuando se daba cuenta que el gran público sólo quería relatos sin sentido y no apreciaban el mensaje que él quería trasmitir.

Su refugio ante estas desilusiones era el alcohol y las drogas y eso acabó con una vida que podría haber dado mucho, pero a la que pocos comprendieron.

Su muerte está sumida en el enigma. No podría ser de otra manera. Es digna de uno de sus relatos. Un relato que él nunca pudo escribir. El delirio y la locura se lo impidieron.

Poco tiempo antes de su misteriosa muerte, vuelve a Richmond. Allí, sin querer, o buscando un consuelo que pueda calmar su profunda depresión, se enamora nuevamente de alguien a quien amó en su adolescencia, Elmira Royster. Ya había celebrado con algunos amigos su próximo enlace cuando Poe desaparece para ser encontrado en el embarcadero de Baltímore por un vigilante que ve llegar a un hombre harapiento y totalmente perdido. Entra en una taberna donde bebe hasta perder todo conocimiento.

Al día siguiente, inconsciente y vistiendo unas ropas de vagabundo, que no eran suyas, es encontrado en la calle a la puerta de un antro de delincuencia. No tiene documentación, ni dinero y todo el mundo ignora de quien puede tratarse.

El día 7 de octubre de 1849, fallecía en un hospital de Baltímore un hombre desconocido, harapiento, que había sido trasladado allí por alguien que lo encontró inconsciente en la calle. Un hombre que padeció, en sus últimos momentos, un delirium tremens que le hacía preguntar si había aún alguna esperanza para un miserable…

Aquel miserable era uno de los genios de la literatura mundial: Edgar Allan Poe.

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho esta entrada Alfredo voy a enlazarla en mi facebook

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