"Lo que trae la marea, se lo lleva la bajamar"
(Refrán de los piratas de Isla Tortuga)
Normalmente, los piratas eran gentes sin patria y si rey. Digo, normalmente, pues los hubo con patria y rey reconocidos, y enviados por éstos a robar lo que codiciaban y no habían sido capaces de ganar o conquistar. Tal es el caso de Inglaterra durante el reinado de Isabel I, y de sus famosos corsarios Drake y Hawkins, provistos por su reina y su gobierno de patente de corso.
El trágico y romántico oficio de la piratería siempre fue rentable. Hubo piratas que llegaron a ser auténticos reyezuelos y a amasar inmensas fortunas. A todo esto hemos de añadir que pocos de ellos tuvieron el fin que merecieron sus desmanes y sus crímenes pues, o no llegaron a ser capturados, o se llegó a considerar por los gobiernos que mejor era tenerlos de su parte. Por eso, muchos de ellos fueron encargados, con importantes rangos militares, de vigilar los mares y mantenerlos limpios de sus antiguos colegas, lo que les permitió morir cómodamente en las camas de sus principescas residencias y no colgados del palo mayor sin mayores miramientos tal como afirma José María Carrascal en una reciente columna de ABC, que era el trágico final de estos legendarios bandidos.
La piratería es tan antigua como la navegación misma y, con altibajos en su ejercicio, siempre ha mantenido su actividad. Nuestra época actual no es una excepción, al contrario, puede que sea propicia para su desarrollo.
Los piratas somalíes están dando un empuje a los actos de piratería que han llamado la atención al mundo por su osadía y por lo que supone de ridículo para las grandes potencias, orgullosas de sus marinas de guerra que, hasta el momento, están resultando ineficaces. Éstos no tienen patria y, si me apuran, ni madre pues Somalia, donde en la actualidad reina la anarquía más absoluta, no puede considerarse hoy una patria para nadie.
Tardaron los gobiernos en darse cuenta de que lo de estos piratas somalíes no va en broma y se está pasando de los disparos de aviso a las intervenciones serias y reales contra ellos. Los EE.UU., ha tenido que organizar una verdadera operación, casi de guerra, para poder rescatar al capitán del “Maersk Alabama”, contando con orden expresa del presidente Obama de tirar a dar. Pero ha habido, y sigue habiendo hasta ahora, muchas contemplaciones que, muy posiblemente, se van a pagar caras.
Se empezó mal. Mismamente España cometió un grave error al pagar, o permitir el pago, del rescate de más de un millón de dólares por el “Playa de Bakio”. Había vidas en juego, sí, y había que hacer todo lo posible por salvarlas, pero de ahí a dejar que los piratas se marchasen alegremente con la pasta sin hacer nada por su captura... Eso fue una auténtica bajada de pantalones.
Así, estos facinerosos piratas somalíes, se fueron envalentonando mientras algunos gobiernos consideraban sus actos delictivos puras anécdotas. Pero, claro, un día salta la alarma y lo que antes se podía haber solucionado de forma más fácil, ahora se convierte en un problema y gordo.
Los piratas somalíes tienen actualmente secuestrados, a la espera de sustanciosos rescates, 18 barcos y más de 300 personas. ¿No se hubiese podido evitar esta situación? Pues ni se evitó ni se está evitando, y lo grave es que estas cifras pueden aumentar a corto plazo.
Queremos controlar el espacio exterior y no somos capaces de controlar nuestros mares. No somos capaces o, simplemente, no se hacen las cosas bien. El sector pesquero español, el más afectado por los actos de piratería, denuncia que el ministerio de Defensa no puede proteger a sus buques en Somalia y ha trasladado el problema a los mandos militares de la Unión Europea. Se sienten desprotegidos y a su suerte y, aún considerando que el Gobierno español está poniendo medios en la operación Atalanta, ven que sus intereses nos están ni medianamente protegidos pues estos medios sólo protegen la ruta de los barcos mercantes, tal como marca la Unión Europea.
No hace muchos días, una embarcación pirata persiguió durante todo un día a dos buques españoles. La distancia que separa la zona donde faenan los atuneros españoles y la base donde se encuentran los barcos, hace imposible cualquier operación de apoyo.
Este es un problema internacional que ya está alcanzando el suficiente calado como para hacer pensar en serio a los países afectados. Las grandes máquinas de guerra: buques y aviones, andan por esos mundos de Dios jugando a los espías, mientras los piratas somalíes ponen la cara roja a los gobiernos. Es de vergüenza. Al final, como siempre, habrá que empezar a pensar si no existirán otros intereses que desaconsejen una intervención seria y contundente.
Desde Jasón hasta el conde Félix von Luckner –último corsario moderno que siguiera la tradición de los grandes piratas clásicos- la larga lista de piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros que en el mundo han sido, se estarán descojonando de risa y añorando no poder estar aquí ahora. Nunca lo habrían tenido tan fácil.
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