"En fe del buen acogimiento y honra que hace vuestra excelencia a toda suerte de libros."
(Dedicatoria de don Miguel de Cervantes al duque de Béjar)
Mañana, 23 de abril, se conmemora en España el Día del libro. O el Día de las Letras, o de las Lenguas. En este día se culminan distintos actos encaminados a ensalzar el conjunto de la magna creación literaria escrita en lenguas españolas y representada por la obra cumbre de nuestras letras, El Quijote, de don Miguel de Cervantes.
Es un día para rendir un merecido tributo de admiración, respeto y agradecimiento a tantas plumas insignes que a lo largo de los siglos dieron gloria y esplendor al idioma con sus inigualables aportaciones literarias.
Desde hace ya años, esta conmemoración adquiere un significado especial a causa de los irresponsables ataques que la lengua castellana, la más gloriosa de nuestra lenguas, viene soportando dentro de la propia España, en detrimento de su grandeza e indiscutible protagonismo.
Si algo grandioso tiene España en su inagotable patrimonio, es la rica variedad de sus culturas y, dentro de estas culturas, las distintas lenguas que componen nuestro mapa idiomático, dignas todas de un escrupuloso respeto porque en todas estas lenguas se han escrito grandes obras que, en su conjunto, y que nadie lo ignore, forman esa magna creación de que hablaba al principio.
Pero, lamentablemente, situaciones generadas por la actitud cerril y trasnochada de determinados personajes e instituciones, carentes de la más mínima calidad moral que pueda inducirles a unir y compartir, y no a dividir y destruir, propician una pugna absurda e incivilizada sobre la cuestión lingüística, logrando que esta diversidad, en vez de causarnos orgullo, nos enfrente y nos separe.
Ya en alguna ocasión he manifestado que de los regímenes totalitarios, aborrecidos y condenados por las mayorías democráticas, se copiaban muchas cosas y aquí tenemos la prueba palpable. Los nacionalismos locales que tanto se han lamentado de las brutales medidas represivas del franquismo, que les impedían hacer uso de su propia lengua, las han adoptado ellos mismos en su más puro estilo y las ejercen con contundencia bien aprendida. Si así piensan que hacen algún favor a sus lenguas, están en un tremendo error pues ellos bien deberían saber que todo lo que se impone a la fuerza ni arraiga ni fructifica.
Pero volvamos a la esencia del acontecimiento. En estos días en que la obra inmortal de Cervantes adquiere un especial protagonismo, me planteo una cuestión que creo que muchos nos hemos planteado alguna vez, y es si ha influido la obra cervantina entre los españoles, o si Cervantes, cuando escribió El Quijote, conocía tan bien el carácter español que hizo una obra maestra a nuestra imagen y semejanza. En cualquier caso no cabe la menor duda de que esta obra genial, intrínsicamente ligada a nuestras particularidades de carácter, nos define y nos distingue.
Algunos datos que he sacado leyendo un apunte biográfico sobre don Salvador de Madariaga al que su autor, el hispanista inglés, Paul Preston, titula “Un Quijote en la política”, pueden venir a apoyar esta incuestionable evidencia.
Señala Preston que “la influencia de la obra de Cervantes en don Salvador es tal que, anecdóticamente, durante los años veinte firmaba sus obras y escritos con el seudónimo de Sancho Quijano. Esto demuestra su identificación simultánea con Don Quijote y con Sancho y pone de manifiesto su deseo de unir, en la esencia de su propia personalidad, el buen sentido de Sancho con el idealismo de Don Quijote".
Dentro de su fecunda obra literaria, y entre sus primeros libros publicados, se encuentra “Semblanzas literarias contemporáneas”, donde don Salvador realiza un análisis, ampliado en obras posteriores, sobre el alcance de la literatura como expresión del espíritu nacional y considera El Quijote como la quintaesencia de la españolidad.
Sigue contándonos Preston que don Salvador de Madariaga tuvo siempre muchos rasgos quijotescos que influyeron de forma muy clara en sus realizaciones y en sus desengaños más importantes. Su papel y su influencia, fundamentalmente en la política de la España de su tiempo, fueron mucho menores de lo que pudieron haber sido, precisamente a causa de sus rasgos idealistas y quijotescos.
Don Salvador estaba hermanado a Don Quijote por la ilusión, y esta ilusión que para él se traducía en la búsqueda de un orden mundial perfecto, basado en las libertades, le situaba, al igual que a Don Quijote, un tanto fuera de la realidad de su tiempo pero quiso, según sus propias palabras, “seguirle hasta la muerte, la muerte de la ilusión que es la cordura”.
Mucho se podría desarrollar sobre las relaciones o conexiones existentes entre El Quijote y nuestro carácter nacional, y me vuelvo a plantear otra cuestión: estas claras conexiones ¿nos han resultado positivas o negativas en nuestro trascurrir histórico? Creo que lo mejor es no entrar a analizarlo. Parafraseando al filósofo, nosotros somos nosotros y nuestras circunstancias y si quisiésemos renunciar a ellas, tendríamos que renunciar también al Quijote y, en el peor de los casos, es una hermosa compensación.
Por su relación con el idioma quiero concluir este comentario contándoles un curioso caso que me ocurrió en un hotel de Cancúm (México) hace ya unos años.
Llamé desde mi habitación para solicitar una cena ligera ya que, por cansancio, no me apetecía bajar al restaurante. Al otro lado del teléfono, una voz femenina me contestó en inglés. Yo le indiqué que podía hablarme en “castellano”, (a fin de cuentas estábamos en un país cuyo idioma oficial es el castellano) y muy amable me contestó que ella sólo hablaba inglés y español.
De momento me quedé un poco cortado, creí que me estaba gastando una broma pero, tomándomelo con humor, le respondí: Pues mire por donde, señorita, de golpe ya sabe usted tres idiomas, inglés, español y castellano y ello, indudablemente, le va a venir de perlas para su particular curriculum.
Es que a mí siempre me ha gustado decir idioma “castellano”. No sé, quizá por aquello de que nació en la vieja Castilla, aunque, por supuesto, acepto con orgullo la denominación de idioma español. Que más da. Al final, estos conceptos quedan eclipsados ante la grandeza del idioma por sí mismo.
Es un día para rendir un merecido tributo de admiración, respeto y agradecimiento a tantas plumas insignes que a lo largo de los siglos dieron gloria y esplendor al idioma con sus inigualables aportaciones literarias.
Desde hace ya años, esta conmemoración adquiere un significado especial a causa de los irresponsables ataques que la lengua castellana, la más gloriosa de nuestra lenguas, viene soportando dentro de la propia España, en detrimento de su grandeza e indiscutible protagonismo.
Si algo grandioso tiene España en su inagotable patrimonio, es la rica variedad de sus culturas y, dentro de estas culturas, las distintas lenguas que componen nuestro mapa idiomático, dignas todas de un escrupuloso respeto porque en todas estas lenguas se han escrito grandes obras que, en su conjunto, y que nadie lo ignore, forman esa magna creación de que hablaba al principio.
Pero, lamentablemente, situaciones generadas por la actitud cerril y trasnochada de determinados personajes e instituciones, carentes de la más mínima calidad moral que pueda inducirles a unir y compartir, y no a dividir y destruir, propician una pugna absurda e incivilizada sobre la cuestión lingüística, logrando que esta diversidad, en vez de causarnos orgullo, nos enfrente y nos separe.
Ya en alguna ocasión he manifestado que de los regímenes totalitarios, aborrecidos y condenados por las mayorías democráticas, se copiaban muchas cosas y aquí tenemos la prueba palpable. Los nacionalismos locales que tanto se han lamentado de las brutales medidas represivas del franquismo, que les impedían hacer uso de su propia lengua, las han adoptado ellos mismos en su más puro estilo y las ejercen con contundencia bien aprendida. Si así piensan que hacen algún favor a sus lenguas, están en un tremendo error pues ellos bien deberían saber que todo lo que se impone a la fuerza ni arraiga ni fructifica.
Pero volvamos a la esencia del acontecimiento. En estos días en que la obra inmortal de Cervantes adquiere un especial protagonismo, me planteo una cuestión que creo que muchos nos hemos planteado alguna vez, y es si ha influido la obra cervantina entre los españoles, o si Cervantes, cuando escribió El Quijote, conocía tan bien el carácter español que hizo una obra maestra a nuestra imagen y semejanza. En cualquier caso no cabe la menor duda de que esta obra genial, intrínsicamente ligada a nuestras particularidades de carácter, nos define y nos distingue.
Algunos datos que he sacado leyendo un apunte biográfico sobre don Salvador de Madariaga al que su autor, el hispanista inglés, Paul Preston, titula “Un Quijote en la política”, pueden venir a apoyar esta incuestionable evidencia.
Señala Preston que “la influencia de la obra de Cervantes en don Salvador es tal que, anecdóticamente, durante los años veinte firmaba sus obras y escritos con el seudónimo de Sancho Quijano. Esto demuestra su identificación simultánea con Don Quijote y con Sancho y pone de manifiesto su deseo de unir, en la esencia de su propia personalidad, el buen sentido de Sancho con el idealismo de Don Quijote".
Dentro de su fecunda obra literaria, y entre sus primeros libros publicados, se encuentra “Semblanzas literarias contemporáneas”, donde don Salvador realiza un análisis, ampliado en obras posteriores, sobre el alcance de la literatura como expresión del espíritu nacional y considera El Quijote como la quintaesencia de la españolidad.
Sigue contándonos Preston que don Salvador de Madariaga tuvo siempre muchos rasgos quijotescos que influyeron de forma muy clara en sus realizaciones y en sus desengaños más importantes. Su papel y su influencia, fundamentalmente en la política de la España de su tiempo, fueron mucho menores de lo que pudieron haber sido, precisamente a causa de sus rasgos idealistas y quijotescos.
Don Salvador estaba hermanado a Don Quijote por la ilusión, y esta ilusión que para él se traducía en la búsqueda de un orden mundial perfecto, basado en las libertades, le situaba, al igual que a Don Quijote, un tanto fuera de la realidad de su tiempo pero quiso, según sus propias palabras, “seguirle hasta la muerte, la muerte de la ilusión que es la cordura”.
Mucho se podría desarrollar sobre las relaciones o conexiones existentes entre El Quijote y nuestro carácter nacional, y me vuelvo a plantear otra cuestión: estas claras conexiones ¿nos han resultado positivas o negativas en nuestro trascurrir histórico? Creo que lo mejor es no entrar a analizarlo. Parafraseando al filósofo, nosotros somos nosotros y nuestras circunstancias y si quisiésemos renunciar a ellas, tendríamos que renunciar también al Quijote y, en el peor de los casos, es una hermosa compensación.
Por su relación con el idioma quiero concluir este comentario contándoles un curioso caso que me ocurrió en un hotel de Cancúm (México) hace ya unos años.
Llamé desde mi habitación para solicitar una cena ligera ya que, por cansancio, no me apetecía bajar al restaurante. Al otro lado del teléfono, una voz femenina me contestó en inglés. Yo le indiqué que podía hablarme en “castellano”, (a fin de cuentas estábamos en un país cuyo idioma oficial es el castellano) y muy amable me contestó que ella sólo hablaba inglés y español.
De momento me quedé un poco cortado, creí que me estaba gastando una broma pero, tomándomelo con humor, le respondí: Pues mire por donde, señorita, de golpe ya sabe usted tres idiomas, inglés, español y castellano y ello, indudablemente, le va a venir de perlas para su particular curriculum.
Es que a mí siempre me ha gustado decir idioma “castellano”. No sé, quizá por aquello de que nació en la vieja Castilla, aunque, por supuesto, acepto con orgullo la denominación de idioma español. Que más da. Al final, estos conceptos quedan eclipsados ante la grandeza del idioma por sí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, utiliza en tus comentarios la educación y el respeto.