lunes, 30 de marzo de 2009

¿LA ÚLTIMA NEVADA?








No sé si estamos, como reflexionaba hace unos días en mi comentario sobre la batalla del Guadalete, en la octava batalla, o en la novena nevada de este largo y machacador invierno. Dicen que aún quedan dos más. Lo dicen los que, desde hace muchos años, observan y observan porque se juegan mucho con la climatología, sean marineros, agricultores, ganaderos o simples sufridores reumáticos. La climatología nos condiciona en muchos aspectos de nuestra vida y nos hace estar muy pendientes de ella.

Conservo algunos amigos que no tienen la condición de villanos, es decir, que no viven en la pequeña vorágine de la villa. Viven en pueblos y aldeas, mucho más en contacto con la naturaleza y los elementos climatológicos. Ellos han aprendido una ciencia que para nadie es exacta pero que para ellos falla menos que los pronósticos realizados por gentes -meteorólogos de universidad- que no matan moscas ni a cañonazos. Son prudentes y quizá, disparan siempre “perru y mediu” más por delante de la pieza para que nos se les escape.

Ya lo decía Joseph Conrad: “La mayor virtud de un buen marino es una saludable incertidumbre”. Y, ante la incertidumbre, precaución, mucha precaución. Quizá sea por eso que algunos nos auguran dos nevadas más antes de que la primavera deje ver su esplendor natural. Dicen que aún nos queda la del “cucu”, y que no es de pesimistas esperar otra más que, si no viene, ningún daño puede hacernos su ausencia.

Sobre meteorología, nada de lo escrito sienta cátedra. Todo es muy ambiguo. Es como el mismísimo mar, imprevisible e impredecible. Todo es posible, pero nada es seguro.

Don Mariano Medina, uno de los pioneros de la predicción meteorológica en TVE, no solía mojarse en exceso pues uno de sus compañeros, Eugenio Martín Rubio, se vio en la obligación de cortarse el bigote –tal como había prometido- al fallar estrepitosamente en una de sus predicciones.

Una de las frases más socorridas que tenía el ilustre meteorólogo era aquella de “habrá alternancia de claros y nubes por el territorio nacional, pudiendo derivar, estas últimas, en precipitaciones en algunos puntos de la península”. Ahora vayan ustedes y díganle que no es verdad.

Sin ser meteorólogo, nuestro entrañable Miguelín Purón, también hacía sus acertadas predicciones: “Cuando el sol sale por capiruchu, puede llover poco, mucho, o nada…… o quedarse el tiempo como está”.

En Panes se dice que “niebla en Jana, lluvia por la tarde, no por la mañana” .

A un viejo cabraliego le preguntaban, en una ocasión, unos jóvenes excursionistas, que al amanecer de un precioso día iniciaban la ruta del Cares, si habría posibilidad de lluvia: “¡Ay, rapacín! Aquí del tiempu, lo que veas”.

No son de despreciar los consejos y predicciones que, diariamente, nos hacen los hombres del tiempo. Por el contrario, deben ser tenidas muy en cuenta pues pueden evitarnos graves complicaciones en momentos dados. Pero tampoco puede despreciarse el sentido común y la sabiduría popular. Por ambas razones se han venido rigiendo nuestros antepasados y siguen haciéndolo, en la actualidad, muchos pueblos y personas. No lo hacen por divertimento, como quien hace una quiniela de fútbol, lo hacen porque del clima depende, en gran parte, su vida y su hacienda. Por eso afinan y son prudentes, a veces en exceso.

Un labrador sabe, perfectamente, que no mirar al cielo o interpretar incorrectamente lo escrito en las nubes, le puede suponer la pérdida de sus cosechas. Del mismo modo, un marinero no suele fiarse ni del color de sus mejillas. Todo puede ir bien hasta que, por sorpresa, puede levantarse un fuerte viento y hay que tratar de ir por delante o, al menos, que no te sorprenda como a un pardillo.

Habrá que resignarse y esperar, sin desesperarnos, esas nevadas que dicen que aún faltan. Una de ellas parece que ya está cayendo este fin de semana de marzo ya avanzado. Nos queda, pues, otra más. Está bien, pero vale ya, macho, que tan malo es destaparte por la cabeza como por los pies.

Yo espero que tengamos la recompensa de un buen verano, aunque sólo sea durante los meses que le corresponden. Esta vez no se podrá decir que “al invierno no le come el lobo”. No. Este invierno no se ha ocultado, no se lo ha comido el lobo. El lobo tuvo otras carnazas para satisfacer sus hambres.

Si el verano no nos es propicio a nuestras esperanzas estivales, habrá que empezar a creer que esto del “cambio climático” va en serio. Vamos, que puede ser que sea verdad y no un cuento de Al Gore para vivir del ídem.


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