domingo, 29 de marzo de 2009

LARRA SE MATÓ PORQUE NO PUDO ENCONTRAR LA ESPAÑA QUE BUSCABA

El 24 de marzo de 1809, nace en el Madrid ocupado por las tropas napoleónicas, Mariano José de Larra y Sánchez de Castro quien, poco antes de cumplir veintiocho años de edad, ponía fin a su vida, un 13 de febrero de 1837, de un pistoletazo en su sien derecha. Hacía pocos minutos que su esposa, María Dolores Armijo, de la que estaba separado, acababa de abandonar el domicilio de Larra (calle de Santa Clara, 3, de Madrid) y de comunicarle que no existía ninguna posibilidad de acuerdo para recuperar sus anteriores relaciones matrimoniales. Al disiparse los ecos de aquel disparo, se acababa también la vida, breve, pero muy intensa, de una de las figuras literarias e intelectuales que más han influido en la España actual.

Son doscientos años los que nos separan de Mariano José de Larra, y yo me pregunto: ¿Nos separan, o nos unen a él? El tiempo separa pero, las ideas, o las ideologías –llámenlo como quieran- quedan y, como es mi caso, me unen cada vez más al periodista, al poeta, al novelista, al ensayista, al intelectual. En definitiva, al que supo describir, sufrir y tratar de modelar (sueño imposible) una España que no le gustaba, que no soportaba. Un país del que, alguien muchos años después, se dejó decir que “le dolía España” y que intentaba o, al menos creyó, que había nacido para cambiarla. Lo fusilaron a los 33 años y se llamaba José Antonio. Esa España que tantos amamos como mujer infiel a la que no podemos renunciar pero que día tras día nos decepciona y nos machaca; nos pone los cuernos y siempre la perdonamos. Mujer infiel y hombre consentidor, difícil relación. Es imposible, no sé por qué extraño embrujo que nos lo impide, no perdonarla. Es imposible no poder volver a besarla cuando nos acerca su rostro y, máxime, cuando ese rostro está roto a bofetadas de tanto pretendiente inmoral e indigno de su amor. Pero aquí nos tienes, mujer infiel y, a la vez, agradecida. Madre. Madre de muchas razas, desde Argantonio a Pelayo. Desde Rodrigo, el de Vivar, hasta Juan Prin. ¡Ay España, España…!

Mariano José de Larra, no llegó a cumplir los veintiocho años. ¿Fue la decisión de poner fin a su vida el despecho de María Dolores Armijo, o fue esta España que nos entra en el corazón, su más querida “mujer”, la que, en aquella época romántica, que tan tarde llegó a nuestra cultura, le decidió a tirar de pistolón y romper una cabeza que tanto necesitaba aquella España a la que amó con pasión incomprensible, hasta la muerte decidida por él mismo?

¡Ay España! que como Saturno, inmortalizado en los lienzos por Goya, devoras a tus mejores hijos… ¡Nunca aprenderás, España….!

Larra, sin duda, estuvo marcado por un romanticismo que llegó a España a la zaga de un espíritu que ya había dominado la vida cultural europea hacía algún tiempo. Una corriente cultural que encontró en él un producto al más puro estilo de la época. Larra, tuvo una vida turbulenta configurada por apasionadas relaciones amorosas que, al final, le conducirían al suicidio a muy temprana edad. Su inconformidad manifiesta e inequívoca con la España de su tiempo, con sus gentes, con una sociedad corrompida, tal cual la actual, que caminaba impasible e irresponsablemente hacía el gran desastre del “98”, no pudieron soportar sus parámetros vitales y prefirió no verlo. Clarín, antes que nadie, antes de que aquella generación gloriosa lo reivindicase, ya era consciente de la tremenda importancia de Larra.

Pero, de poco hubiese servido la vida romántica de este personaje, novelesco, si se quiere, tan representativo de una época literaria y multicultural en tantos aspectos, compartida con una nómina de escritores tan significativos, en su época, como Espronceda, Gustavo Adolfo Bécquer, Manuel Bretón de los Herreros, Serafín Estébanez Calderón, Juan Eugenio Hartzenbusch, Ventura de la Vega o José Zorrilla, por citar solamente a algunos si, a pesar de su corta edad, Larra no nos hubiese dejado una obra maestra, fundamentalmente del periodismo español, que aún sigue vigente.

Un joven de poco más de veintisiete años, se quita la vida de un tiro en la sien en un día trágico e invernal del febrero madrileño de 1837. Algo normal en aquella época romántica. En aquella España de "manga por hombro". En una España parecida a la de hoy, en que la decencia brilla por ausencia en más de un orden de la vida. Un joven más que no soporta un desamor. Cosas de la moda. La corriente romántica que, aunque tarde, nos han inyectado franceses e ingleses. Locuras del Byron de turno.

Sí, eso podría haber sido, y a nadie le hubiese resultado extraño. Sólo que quien yace tirado sobre un sofá maculado por hilillos de sangre, con una pistola aún entre sus manos y un imperceptible agujero en su sien derecha, es Mariano José de Larra, un mozo de, a penas, veintiocho años que ha escrito muchas páginas gloriosas para la literatura española. Páginas que son auténticos tratados de, si se quieren entender, convivencia nacional. Páginas que rezuman amor a España y críticas sangrantes que pretenden, desde la sátira que el gran Marcial ya nos enseñó en la época de Roma, a poner en tela de juicio la situación social y política del momento. Páginas hermosas y de una calidad insospechada para un joven de veintiocho años, que hoy se pueden equiparar a las de los más grandes pensadores de nuestra historia. Páginas de un joven y agudísimo observador de las costumbres y de la realidad cultural, social y política del momento. Páginas firmadas por “Fígaro”, por “El Duende”, por el “Bachiller Juan Pérez de Murguía”. Seudónimos de Mariano José de Larra que han dado gloria al periodismo español, al ensayo literario, al teatro, a la poesía, a España.

Páginas a las que pocos hacían caso, en su momento. Escritos de los que pocos aprendieron algo. Inteligencia que salía de un joven cerebro que, un buen día se negó a seguir pensando porque llegó al firme convencimiento de que “Escribir en España es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta”.
Hoy, como bien escribe Manuel Martín Ferrand (buen jugador de bolos montañeses. Ya hablaremos de ésto) "Ya no es necesario escribir en España para llorar. Basta con asomarse a la ventana y contemplar el paisaje...."

Aquella sociedad de su tiempo lo rechazó. No quiso hacerle caso. Era demasiado materialista, irresponsable y obscena. Muy parecida a la actual. España no le respondió y, por ello, no quiso vivir más.

Quizá, a la hora de apretar el gatillo de aquella arcaica pistola, recordó los versos que había leído - y que muchas veces recordaba- de Chateaubriand y que aplicaba a su amada España:

¿Por qué pudiendo ser madre querida
quisiste ser madrastra aborrecida?

Yo le hago esa misma pregunta a mi tierra, a la vez que le declaro mi incondicional amor. Yo te quiero. Y quiero que seas, para mí, madre querida. Yo lo intento. Inténtalo tú también ¡por favor!

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