lunes, 1 de marzo de 2010

ANÉCDOTAS DE LA HISTORIA



A veces, por algún foro de internet, cuelgo este tipo de anécdotas de la historia y se me quedan desperdigadas por un sitio y por otro. Las voy a ir recogiendo aquí, aunque sólo por tenerlas reunidas y facilitar su consulta.

La del hombre es una fortaleza para mandar, la de la mujer para servir...En la mujer el silencio es un ornato, pero no en el hombre (Aristóteles dixit). Yo, aquí, discrepo frontalmente con Aristóteles. Pasaron los años, los silencios, los ornatos, y no sólo la Tierra comenzó a girar alrededor del Sol, sino que el mundo resultó ser redondo, y muchos más cambios se arremolinaban en el horizonte. ¿No giramos hoy alrededor de las mujeres, de nuestras mujeres? ¡Ay Aristóteles..!

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Siendo Pi i Margall (1824-1901) ministro de la Gobernación, recibió un comunicado interno: "Tengo el honor de poner en conocimiento de Vuecencia, que "hayer" hubo un motín contra el recaudador de contribuciones, pero "oy" están calmados los ánimos". La contestación del futuro presidente de la Primera República española fue la siguiente: “Me permito advertir a Vuecencia que está ignorante en cuanto a la antigüedad de la hache. La “h” no es de ayer, es de hoy”.

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El 14 de julio de 1789, Luis XVI de Francia, primo de Carlos IV de España (tal para cual) escribe en su diario una sola palabra: "Nada". Aquel mismo día, la Bastilla había sido asaltada y comenzaba la Revolución Francesa. "Nada". No había ocurrido nada. El 15 de julio, a las ocho de la mañana, un duque informa a su majestad, en el palacio de Versalles, de los hechos del día anterior.
-Pero, ¿es una rebelión?, pregunta Luis XVI.
-No, señor, le contesta el duque. No es una rebelión, ¡es una revolución!
El 21 de enero, Luis XVI no pudo escribir nada en su diario. Había sido guillotinado.

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Quevedo era incómodo cerca de la Corte. Escribía y decía verdades como templos y aquello no gustaba, ni al Rey ni al Conde-Duque. Por eso, más de una vez, fue desterrado de Madrid a su torre de "Juan Abad" (Ciudad Real) donde las pasaba putas. Era su "señorío", pero un "señorío" pobre y desangelado, donde pasaba frío y penurias. Tal como ocurre hoy, España machacaba a sus mejores soldados en aventuras fuera de sus fronteras (tengan presente hoy a Afganistán). Quevedo escribía a un amigo residente en Holanda: “En vuestro país consumimos soldados y dineros. Aquí, en España, nos consumimos nosotros mismos.

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Quevedo es, también el protagonista de esta anécdota. El poeta, oriundo de Vejorís, en el valle de Toranzo (Cantabria), tenía la costumbre de "desbeber" en cierto portal de aquel Madrid de capa y espada. Un día se encontró en ese portal una cruz, hábito tradicional para conjurar las "aguas menores". Imperturbable, el poeta satírico alivió su necesidad y, testarudo, volvió al día siguiente. Esta vez, además de la cruz, había un cartel con la siguiente leyenda :“Donde se ponen cruces, no se mea”. ¿Qué se le ocurrió a don Francisco? Pues, muy en su línea, añadió debajo: “Donde se mea, no se ponen cruces”. Y desalojó una larga y plácida meada.

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Thomas E. Dewey competía con Harry S. Truman en las presidenciales de los EE.UU en 1948 (sí, cuando yo nací). Una noche le preguntó a su esposa: "¿Te imaginas como será dormir con el presidente de los Estados Unidos?". "Un alto honor", contestó su esposa, "y lo espero ansiosamente". Harry S. Truman fue el vencedor en la contienda y la esposa de Dewey preguntó a su marido: “Dime, Tom, ¿voy yo a Washington o va a vernir Truman a casa...?"...

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"Ca uno es ca uno" y "lo que no pue sé no pue sé y ademá e imposible". Así se expresaba el segundo califa del toreo, Rafael Guerra Bejerano "Guerrita". En plena fama le presentaron a Ortega y Gasset. "¿Y usté a qué se dedica?” “Soy filósofo", le respondió el autor de La Rebelión de las Masas. Como el maestro puso cara de desconcierto, Gasset le aclaró: “me dedico a pensar”..”Desde luego, contestó Guerrita, ¡hay gente pa to..!

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¿Por qué a los malos poetas se nos llama besugos? Los besugos no escribieron nunca versos, ni buenos ni malos. Y ningún poeta, ni malo ni bueno, se dejó asar a la parrilla. Nunca llegó su abnegación a tanto. Hay que cambiar el insulto. (José del Río Sáinz -Pick-).

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