sábado, 3 de enero de 2009

ISRAEL vs PALESTINA: LA LEY DEL TALIÓN

Mapa de la franja de Gaza.



Estaba previsto, y a nadie puede resultarle sorpresivo. Israel, que yo recuerde, nunca ha amenazado en vano. La Ley del Talión está fresca desde su más ancestral ordenamiento jurídico.

“El término Ley del Talión se refiere a un principio jurídico de justicia retributiva en el que la norma imponía un castigo que se identificaba con el crimen cometido. De esta manera, no sólo se habla de una pena equivalente, sino de una pena idéntica. La expresión más famosa de la ley del talión es "ojo por ojo, diente por diente" aparecida en el Éxodo veterotestamentario.”

Históricamente, constituye el primer intento por establecer una proporcionalidad entre daño recibido en un crimen y daño producido en el castigo, siendo así el primer límite a la venganza libre.

En este caso, Israel, quizá excede la ley mosaica. No se conforma con un ojo por un ojo y con un diente por un diente. Israel quiere todo el cuerpo: ojos, dientes, piernas, brazos, tronco y cabeza. Sobre todo, la cabeza. La cabeza de esa serpiente que es la organización terrorista llamada Hamas, que les impide vivir en paz, siempre pendientes de sus constantes mordiscos venenosos. Acabar con la cabeza, garantizará que el resto del cuerpo no volverá a moverse.

Países que pretenden serlo, como Palestina, -a quien no niego ese derecho- nunca deben dejar sus argumentos, su representación y su defensa en manos de organizaciones criminales. Así no hay futuro posible.

Es muy triste que dos pueblos condenados irremediablemente a entenderse, por razones históricas, culturales y por vecindad, no sean capaces de lograrlo. Pero es mucho más triste que las diferencias de estos pueblos, con los mismos orígenes y, en algún tiempo, con el mismo Dios, sean originadas, fundamentalmente, por la religión que cada uno abraza en la actualidad.

La pregunta, o el debate, que está hoy en la calle es ¿De quien es la culpa? ¿Quién tiene la razón? Y yo creo qué, como en todas estas situaciones, la culpa o la razón es de quien queramos imputársela. Según se vean las cosas y según a donde se inclinen las simpatías o los desprecios.
En este caso, como en muchos otros, los palestinos por ser los débiles en el conflicto, posiblemente cuenten con más simpatías, pues el sentimiento humano, por lo general, es más proclive a esa tendencia.

Por el contrario, el pueblo de Israel, de todos es sabido que durante siglos ha generado rechazo y persecución contra sus gentes, aunque hoy se presenten como los poderosos y los avasalladores.

Israel, pueblo odiado y pueblo de Dios. Pueblo errante y maldito. Pueblo de miserias y de epopeyas. Pueblo viejo y nación joven. Pueblo al que parece que Dios, su Dios, le hubiera negado la paz por los siglos de los siglos.

La tierra prometida por Yavé a Abrahán, no parece ser suficiente para acoger, en paz, a todos los descendientes del patriarca. Parece imposible la convivencia entre estos pueblos, aún compartiendo un solo Dios, Yavé o Alá, uno sólo, uno mismo.

Hoy, la situación es grave en la zona. Israel amenaza con borrar el sueño palestino de ser una nación. Palestina no ha aprendido la lección. No sabe de la virtud de la paciencia ni conoce el arte de la diplomacia. No sabe sonreír cuando no se tienen ganas ni sabe abrazar cuando se tienen ganas de apuñalar las espaldas del enemigo. En definitiva, saber esperar. Saber tragar incomprensiones y sonreír ante un futuro que tiene que llegar.

Eso, debió aprenderlo del mundo judío. Israel ha conseguido sobrevivir, a través de los siglos, dispersa por el mundo, masacrada, atracada, vilipendiada, despreciada, ordeñada hasta sus últimas gotas. Pero nunca cedió al sacrificio. Siempre se levantó y siempre luchó por su lugar en el mundo que hoy tiene.

Por eso, allá por 1948, logró el apoyo necesario de las grandes potencias internacionales para la construcción de su joven estado. Y así, con esas innatas cualidades de constancia y fe en su futuro, y con la efectividad de sus ejércitos, se ha ido sosteniendo y venciendo las constantes hostigaciones y ataques a sus poblaciones en los últimos sesenta años.

Esa es una lección que enseña la historia y que ni Hamas, ni la Autoridad Nacional Palestina, han aprendido todavía y que deben asimilar sin demora si es que quieren llevar a su pueblo a algún lugar.

Hay que saber dar pasos, cortos quizá, pero firmes y sin vueltas atrás, y eso hay que saber transmitirlo al propio pueblo palestino.

Por desgracia, tanto el pueblo palestino como el judío, guardan en determinados niveles de sus estratos sociales, religiosos y culturales, fuertes dosis de fundamentalismo religioso e intransigencia política. Intolerancia al fin. Y es esa importante influencia extremista la que está dando al traste con cuantos procesos se han iniciado para lograr el entendimiento y la paz entre estos pueblos.

Lo triste es que a Gaza ha regresado la muerte y la guerra, y que mueren niños inocentes, víctimas del odio y la intransigencia de sus pueblos. Los dos son culpables.

Justo o injusto, lo cierto es que el ritmo de los acontecimientos, en política y otros aspectos de la vida, lo marcan los poderosos o, cuando menos, los más fuertes. Otra lección que debe aprender el pueblo palestino.

Como decía al principio, Palestina y otros países de la zona, deben saber, aunque parece que no quieren aprender la lección, que Israel no ha dejado nunca de responder a las provocaciones con severa contundencia. Y es fácil de comprender, dado que estas respuestas son garantía de su propia supervivencia.

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