sábado, 22 de mayo de 2010

LA FONDA "LAMA" (PANES)


Casa “Lama” fue un lugar que los peñamelleranos de mi época recordamos con especial cariño. Llámenlo como quieran: hotel, hostal, fonda….Cuando yo nací, “Casa Lama” ya había pasado el medio siglo y dentro de sus paredes (en sus habitaciones, en su comedor, en su cafetería) ya se había escrito mucha historia de mi tierra. Pero aún faltaba otra mucha por escribirse antes de que su último arrendatario, Demetrio Trespalacios, estrenara un nuevo hotel en el centro de Panes y echase el cierre a aquel añejo y emblemático establecimiento hotelero.

En 1870 comenzó su andadura. A mí me lo contaron, y me hubiese gustado vivirlo. No sé por qué a mí siempre me atrajeron más épocas pasadas y personajes de antaño. Por eso siempre me sedujo la historia y, por supuesto, la historia de mi tierrina; sus gentes, sus anécdotas, sus saberes, sus cosinas. Lo verdaderamente entrañable para mí.

Cuando yo nací, o mejor, cuando empecé a enterarme de lo que pasaba por mi pueblo, en “casa Lama” ya estaban Marcos y Trini. No llegué a conocer a Pepe Lama, su fundador, pero sí tuve la suerte de conocer a doña Francisca, su esposa, y, hasta algo pariente de mi abuela Inés. Al menos en eso se tenían y se apreciaban.

Marcos había llegado a Panes, dese le vecina Cantabria con otros dos hermanos que regentaron otros establecimientos no menos emblemáticos en Panes y Siejo (Terio en “La Cortina” y Pepín en “Casa Pepín”, en el centro de Panes. Ambos con bolera, como buenos montañeses) y estuvo al frente de “Casa Lama” durante muchos años, el establecimiento hotelero más emblemático que hubo en Panes hasta la fundación del hotel Palacio, o el hotel Pando…

Cuando se construyó este nuevo hotel, que venía a satisfacer las necesidades de una población creciente, llegaron a Panes algunas personas que echaron raíces en Peñamellera. Entre ellos, mi abuelo paterno Ceferino Caballero. Aquí quedamos los “Caballero”. También, en aquella época había llegado un guardia civil al mando del puesto de Panes. Alto, serio y, quizá, hasta “malencarado”. De poblados bigotes, pocas risas y ninguna broma. Se llamó Isidro Sardina y fue mi abuelo materno. Castellano árido pero que dejó buenos recuerdos. Aquí echó también raíces, y aquí murió poco antes que su esposa, la colombrina Conrrada Borbolla.

Cuando esa familia mía se forjaba en Panes, el hostal Lama estaba en su apogeo. Yo, como digo, no llegué a conocer esos tiempos. Yo, aún, no era ni un simple proyecto familiar. Pero aún me tocaron muchos años de conocer y tratar a Marcos al frente del hostal.

De niño, disfruté de las compañías de variedades que se instalaban en la “plazoleta” de Lama y mi padre me llevaba a ver a los magos, o malabaristas, que actuaban dentro del café. Porque, el café de Lama era la parada habitual de estas gentes que en los pueblos rompían, agradablemente, la monotonía de las largas tardes invernales.

En casa Lama, con Marcos y con Demetrio, yo conocí y viví bastantes cosas. Pero tengo para mí que los mejores tiempos no llegué a conocerlos. En este hostal, en esta fonda, se vivieron muchas cosas. Esas paredes que ahora se van a derribar guardan mucha historia y lo triste es que se pierda.

Chucho y Pepe Luis Lama, hijos de los fundadores, emigraron a América sin mayor necesidad de hacerlo. Chucho, a México y Pepe Luis a los Estados Unidos, ¿por qué…? Bueno, esa fue su decisión. Yo, al que más conocí fue a Chucho. A Pepe Luis sólo le vi una vez y ambos ya fallecieron. Las hijas de Chucho (que lo diga mi esposa) fueron más que hermanas con nosotros cuando vivimos en México y no quiero ni referirme a Aurorina (esposa de Chucho) que aún viene por aquí de vez en vez. Mi cariño por ellas es inmenso y por eso me da pena que su casa emblemática vaya a ser derribada.

Hoy, aunque la población se redujo, cuenta Panes con buenas instalaciones hoteleras, modernas y cómodas, pero ello no impide el recuerdo cariñoso de aquellos auténticos pioneros.

Jóvenes, y no tan jóvenes, nos reuníamos en animada tertulia en el café de Lama. Era el lugar habitual de las partidas y el restaurante obligado para celebraciones de cualquier índole y, por supuesto, la fonda más atractiva para el visitante de nuestro concejo.

Allí hubo juergas, risas, broncas y, también, algún botellazo. En sus habitaciones hasta algún encuentro prohibido, y exigencias de estreno de botella, cuando algún personaje apetecía de tomarse un buen coñac.

El tiempo camina implacable e impone su ley. Casa Lama ya había cesado su actividad hace bastantes años, pero ahora desaparecerá hasta el edificio que la albergó durante más de cien años. Es triste ver como desaparecen todas las cosas y todas las personas. Es triste, pero de ley. Siempre nos quedará el recuerdo. El entrañable recuerdo.

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