domingo, 25 de octubre de 2009

MILLÁN ASTRAY. ¡A MI LA LEGION!

Aquel general del que les hablaba hace unos días en mi último comentario, José Millán Astray, fue uno de los últimos esperpentos de esta España de sainete y poemario épico, que nunca supo de pesas y medidas, y por cuya boca se le fue el imperio y la grandeza lograda antaño por aquellos otros a los que España nunca quiso entre sus lares y tuvieron que ir a reivindicar fama y fortuna más allá de nuestras fronteras territoriales, cruzando los mares desconocidos y dominando imperios lejanos para la civilización occidental. Eran el deshecho de aquella España de los siglos XV y XVI a quienes no se apreciaba en absoluto, hasta que trajeron imperios ignorados. Aquí, en España, en la metrópoli, quedaban los cómodos, los que tenían títulos y hacienda. Los inútiles, los sinvergüenzas y los que se perfumaban todos los días sin lavarse el culo, empezando por los reyes y el emperador.

Millán Astray fue un producto de esa época española que había perdido el mayor imperio jamás imaginado por ninguna potencia, pero que soñaba con recuperarlo sin cañones ni barcos. España volvería a ser grande a base de voces, de mamarrachadas y de cojones. El ejército español, que no tenía nada de nada –a parte de generales- se surtía, fundamentalmente, de los miles y miles de jóvenes que no tenían 2000 pesetas para librarse de ir a la guerra de África. Triste España la de aquellos tiempos a la que un auténtico “quinqui” con Abd el Krin, supo masacrar en el monte Gurugú por la incompetencia de aquellos generales que, aunque supieron morir, no sabían ni para qué estaban allí.

Pues José Millán Astray fue un general de principios del siglo veinte con aquella mentalidad tan arcaica. Fundó “La Legíón” española, su gran obra en lo militar y, quizá con cierta visión de futuro, se llevó con él a un joven comandante casi imberbe: Francisco Franco: ¡¡Habéis venido aquí para morir..!!, les decía Millán a sus legionarios. Él mismo era casi un muerto viviente. Había perdido en combates un brazo, una pierna y un ojo. La necrofilia (como diría Unamuno aquella mañana en Salamanca) era su norte.

Pero Millán también aprovechó sus últimos tiempos en actividades políticas. Franco, aquel joven comandante casi imberbe, al que le encomendó el mando más directo de la Legión Española, le fue agradecido. Franco, una vez proclamado Caudillo de España tras el inicio de la Guerra Civil, buscó en Millán la voz del “Régimen” que estaba dispuesto a implantar. Nadie como Millán sabía llegar a lo más profundo del sentimiento de la España Nacional. Nadie como Millán sabía defender a su Caudillo, antes su subordinado en los comienzos de la gloriosa Legión Española, y nadie como Millán Astray sabía enardecer los pechos de aquella España que se moría por el norte y por el sur.

Millán era un hombre sin ningún tipo de principios intelectuales ni humanísticos. Era, simplemente, un trozo de carne con forma humana, al que le faltaba una pierna, un brazo y un ojo y que sólo necesitaba gritar: ¡¡A mí La Legión!! Para llevarse por delante a don Miguel de Unamuno o al lucero del alba.

Terminada ya la Guerra Civil y con Franco proclamado Caudillo Invicto, Millán que era teatral, estaba invitado a almorzar en Roma por el conde Ciano. Ciano, yerno de Mussolini y ministros de Asunto Exteriores de la Italia fascista, hablaba del Duce con fascinación, resaltando su capacidad de trabajo y su acertada visión de la política internacional.

No pudo Millán con aquello y salió, como buen torero español, al quite. Millán se improvisó su italiano (idioma que ignoraba totalmente) y dejó claro a los comensales: “¡Pues il nostro Caudiglio, se pasa catorce horas in la mesa del trabaglio e non se levanta ni pere meare…!”

No estaban bien vistas, ni durante ni después de la Guerra Civil, las manifestaciones públicas de cariños exaltados (léase besos, por ejemplo, en público, entre personas). El general Gonzalo Queipo de Llano, era un héroe en Andalucía. Había tomado Sevilla en una tarde con tres o cuatro camionetas que trasportaban a las mismas tropas haciéndolas pasar, una y otra vez, por las mismas calles y dando la impresión de que contaba con una importante fuerza militar. Millán Astray le tenía celos y siempre hay alguien que vine a poner más tensa la situación: Alguien le dijo a Millán que Queipo de Llano, a la vez que iba conquistando pueblos y ciudades, las mujeres salían a su encuentro y le besaban.

Millán preguntó a Juan Ignacio Luca de Tena si eso era cierto y le contestó que sí: -Claro, éste sigue mi escuela, se dijo Millán muerto de celos….-“Poco importa, después de todo. Todavía anda lejos de mi hoja de servicios en esa materia, porque yo llevo besadas a catorce monjas y cuatro de ellas abadesas claustradas”.

En aquellos momentos Millán Astray era el Joseph Goebbels español, es decir, el jefe de propaganda del Régimen. La grandeza se medía por los besos recibidos y, si eran de monjas, para que les cuento….

¡Ay, España, España…! ¡Cómo no te vamos a querer con lo que has sido capaz de superar…!



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