miércoles, 22 de diciembre de 2010

¡¡FELIZ NAVIDAD...!!

¡¡FELIZ NAVIDAD, AMIGOS....UN FUERTE ABRAZO....!!!


Yo no soy antinavideño. Lo que pasa es que me jode la gente que se vuelve loca una vez al año. No soporto a esos, aún no creyentes, que te mandan mensajes y mensajes, deseándote paz, prosperidad y el calor de la “mula y el buey”, y que “la estrella de Belén" te ilumine durante el próximo año .¡¡Váyanse a la mierda!! No soporto a los que reducen la belleza, la alegría, la paz y todo el resto de parafernalia, sólo a cuatro días al año, sean por Navidad, o por Santiago en Robriguero.

Yo soy un “carrilanu” (como decimos aquí en Asturias) que siempre deseo paz y felicidad a todo el mundo. También prosperidad. Ojalá todos prosperen, así seremos menos a pedir. Yo, como decía mi pariente, Manolón, el de Soledad: “Si te toca la lotería, me alegro; y si te rompes una pierna, también”.Vamos, que me da igual. Pero no soporto la falsedad. Podré soportar muchas cosas, pero no la falsedad, y este defecto se manifiesta de forma sublime durante las Navidades.

Recuerdo en una de las sucursales bancarias en las que me tocó trabajar, a un director poco querido por la plantilla de personal. Nunca hacía caso de nada ni de nadie. Yo, que era su segundo, le planteaba inquietudes y determinadas quejas. “Nada, que se jodan y trabajen. Y el que no esté contento ya sabe donde tiene la puerta”…

Pero este personaje, el día de Nochebuena, se marchaba para su tierra sobre las once de la mañana. Antes se pasaba por la oficina y apretaba las manos de los empleados, a los que despreciaba durante todo el año, y les deseaba (supuestamente) todo tipo de venturas. Las apretaba con sus dos manos de forma hasta ridícula. Yo ya había despachado con él más temprano y le había aconsejado que no lo hiciese porque había cierta susceptibilidad en su contra y era mejor tener la fiesta en paz. Pocas veces me hacía caso. Cuando todos eran conscientes de que ya no estaba, comenzaba la alegría y, sin perder la responsabilidad del trabajo, nos tomábamos una copa de champaña, cerrábamos operaciones y nos íbamos a tomar el aperitivo.

Nos juntábamos familias enteras, no sólo los empleados (que éramos como cuarenta). Yo ya había desistido de pasar esos días en Panes con mi familia. Al final, mi familia éramos nosotros: mi mujer, mis hijos y yo. No merecía la pena pasarte, con el consiguiente riesgo de esas fechas, diez horas en la carretera entre ir y volver, para estar en Panes menos de un día y, al final, no poder disfrutar de nada.

Recuerdo que, a mi familia, les obligaba a vestirse (tipo inglés) para cenar. Yo también lo hacía. De rigurosa corbata y traje oscuro. Mis niños se quejaban, ¡¡¡joo..papá!! Nada, ni ¡¡joo, papá!! ni puñetas. Pero yo sé que les gustaba. Siempre se reían de mí, de mí “pretendida” etiqueta. Siempre tuve esa manía. Siempre sentí la influencia anglosajona. Lo que ocurre es que, en España, no es fácil llevarla a la práctica.

Hablar de las Navidades que uno ha podido pasar, es hablar de lo humano y lo divino. A mí, de niño, me gustaba de la Navidad hasta los anuncios de la televisión, algo (la tele, digo) que nos había caído del cielo poco tiempo antes como magno regalo navideño.

Poner el “nacimiento”, fue de las cosas que más me ilusionaron en mi niñez. Ir a “musgo” (cosa prohibida hoy, ¡¡hay que joderse!!), el olor a humedad de ese musgo, los calambres que te daban los cables de las luces cuando lo tocabas. Los pastores y los soldados romanos del nacimiento de la iglesia de mi pueblo (figuras mucho mayores que las de mi casa). Y el rey Herodes que señalaba a los niños inocentes. Hice castillos y casitas con cajas de cartón, y le gastaba a mi madre el esmalte de las uñas, para pintarlos.

Yo también fui niño. También tuve muchas ilusiones. También soñé y disfruté de muchas cosas. Y aún, ahora, lo hago, sobre todo viendo disfrutar a mis hijos y nietos. Viéndoles con esa ilusión y esa felicidad que yo tuve cuando tenía sus años. Me podré comer las tripas y aguantarme el ardor de estómago, pero, en estos días, no me verán una mala cara. Es un deber para con tu familia que no se puede eludir. Es más, yo que soy creyente, le pido a Dios que les conserve esa ilusión y esa felicidad muchos años.

La vida te doblega y te endurece. La vida te cambia y, en algunos casos, hasta te embrutece. Yo trato de darle la espalda y seguir mi camino pero ¿cómo puedes hoy vivir tranquilo dándole la espalda a algo o a alguien? Hoy, dar la cara a algo o a alguien, también te trae graves complicaciones, te la pueden romper. ¿Será por eso que, a muchos, la Navidad les hace perder la razón y la ven como un oasis dentro de todo el puñetero año? Pues puede ser.

Yo quisiera creerlo así, pero no me fío. Lo siento. Ya llevé muchos palos como para creerlo.

Sin embargo no puedo resistir la tentación de decirlo: ¡¡¡FELIZ NAVIDAD, AMIGOS…!!! Un fuerte abrazo de FREDO….

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