Antes de que España hundiera definitivamente los restos de su imperio colonial con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y las islas Filipinas en 1898, salió de Colunga, como emigrante hacia Chile, en 1860, un mozo llamado Bernardo Piñera Aguirre, bisabuelo de quien hace pocos días logró la presidencia del país que acogió a sus ancestros, como candidato de un partido derechista que no gobernaba desde la derrota en la urnas del que fue dictador de la nación andina, Augusto Pinochet Ugarte.
La zona astur-oriental de nuestra región se siente orgullosa –y me parece lógico- de que alguien oriundo de su terruño, haya llegado a tan alta magistratura y, máxime, en un país sudamericano, ejemplo de democracia, de cultura y de civilización, que nada tiene que ver con el conjunto de países que conforman el conglomerado inestable y en constante sobresalto del cono sur americano.
Sebastián Piñera, recientemente elegido presidente de Chile, era ya un brillante empresario y un financiero de alto prestigio. Se dice de estas gentes que cuando alcanzan el poder empresarial y financiero, les tienta el poder político y les atrae. Es posible que éste sea el caso de Sebastián Piñera y, ni es el primero, ni será el último de su especie.
En cualquier caso, el poder político no le es ajeno al nuevo presidente chileno ya que su hermano mayor, José Piñera Echenique, fue ministro de Trabajo con Augusto Pinochet, y uno de los teóricos del ejemplar sistema privado de fondos de pensiones de este país, que la propia España tuvo tentaciones de aplicarse bajo los últimos años de gobierno de Felipe González, ante la patente quiebra de la Seguridad Social española, salvada “in extremis” por el primer gobierno Aznar.
Su propio padre, José Piñera Carvallo, fue uno de los fundadores en Chile de la Democracia Cristiana y embajador del gobierno de Eduardo Frei Montalvo (padre de su contrincante más directo en estas últimas elecciones, Eduardo Frei Ruiz Tagle, que ya ostentó anteriormente la presidencia de Chile) en Bélgica, entre los años 1964 -1970.
Pero ¿qué puede significar para España que el nuevo presidente de Chile sea un oriundo de Colunga; un descendiente de asturianos? Pues poca cosa. Sebastián Piñera es ya chileno de tres generaciones, un empresario estelar, lejano a la amplia y plural colectividad española que en Chile (al menos en Santiago) se aglutina bajo el emblemático Estadio Español de Las Condes, donde el reciente presidente de la nación tiene poca, o ninguna, empatía.
Siempre se ha dicho que América fue descubierta y conquista por españoles y que, también, fue independizada y descolonizada por españoles o, al menos, por hijos, nietos o bisnietos de españoles. Basta recordar a Bolívar (tan mal interpretado hoy por Hugo Chávez) o a San Martín, por no citar a más.
En otra época, y en otro contexto, Sebastián Piñera pertenece a esa clase de “liberadores”. Piñera es ya un chileno con tres generaciones a sus espaldas y pretender que pueda anteponer sus querencias españolas sobre las de su patria es un error que sólo pueden cometer los románticos que leen la historia como una novela de aventuras.
Ese es el primer punto que se debe tener en cuenta. Luego existe un segundo. Chile es un país serio, culto y civilizado al estilo occidental. El gobierno de España, a partir de ahora, debe tener muy presente que Sebastián Piñera no es ni Hugo Chávez, ni Evo Morales ni Daniel Ortega. Piñera va a representar a Chile, dentro de un contexto internacional, bajo una filosofía política conservadora con teorías de las más avanzadas de occidente y con un pueblo a sus espaldas que sabe donde va y lo que quiere. Ahí no va entrar ninguna teoría dimanante de la “Alianza de Civilizaciones” diseñada para anestesiar a los tontos y a los hambrientos.
Su comienzo en la política viene marcado por el enorme éxito alcanzado en su carrera empresarial y financiera que le ha proporcionado un patrimonio que, según estimaciones, puede alcanzar los mil millones de dólares. Sin embargo, y aunque la ley del país no le obliga, Piñera ha renunciado al control de muchas de sus empresas. Se ha retirado de Chilevisión, una de las cadenas más influyentes del país, y ha renunciado al control del equipo de fútbol, quizá, más emblemático del país, el Colo-Colo, y tiene hecha pública promesa de vender su participación del 26,3% en la compañía aérea Lan Chile, antes de su toma de posesión el próximo 11 de marzo.
Tras él, en el mundo empresarial, queda otra familia colunguesa: los Cueto que, muy posiblemente, sean los compradores de estos negocios de los que el novel político quiere desprenderse.
Todos estos aconteceres tienen a nuestra villa, casi vecina, de Colunga como protagonista de los últimos días, aunque yo creo que les vale más olvidarse de ellos y seguir más centrados en los capítulos venideros del doctor Mateo. Es como más positivo.
La zona astur-oriental de nuestra región se siente orgullosa –y me parece lógico- de que alguien oriundo de su terruño, haya llegado a tan alta magistratura y, máxime, en un país sudamericano, ejemplo de democracia, de cultura y de civilización, que nada tiene que ver con el conjunto de países que conforman el conglomerado inestable y en constante sobresalto del cono sur americano.
Sebastián Piñera, recientemente elegido presidente de Chile, era ya un brillante empresario y un financiero de alto prestigio. Se dice de estas gentes que cuando alcanzan el poder empresarial y financiero, les tienta el poder político y les atrae. Es posible que éste sea el caso de Sebastián Piñera y, ni es el primero, ni será el último de su especie.
En cualquier caso, el poder político no le es ajeno al nuevo presidente chileno ya que su hermano mayor, José Piñera Echenique, fue ministro de Trabajo con Augusto Pinochet, y uno de los teóricos del ejemplar sistema privado de fondos de pensiones de este país, que la propia España tuvo tentaciones de aplicarse bajo los últimos años de gobierno de Felipe González, ante la patente quiebra de la Seguridad Social española, salvada “in extremis” por el primer gobierno Aznar.
Su propio padre, José Piñera Carvallo, fue uno de los fundadores en Chile de la Democracia Cristiana y embajador del gobierno de Eduardo Frei Montalvo (padre de su contrincante más directo en estas últimas elecciones, Eduardo Frei Ruiz Tagle, que ya ostentó anteriormente la presidencia de Chile) en Bélgica, entre los años 1964 -1970.
Pero ¿qué puede significar para España que el nuevo presidente de Chile sea un oriundo de Colunga; un descendiente de asturianos? Pues poca cosa. Sebastián Piñera es ya chileno de tres generaciones, un empresario estelar, lejano a la amplia y plural colectividad española que en Chile (al menos en Santiago) se aglutina bajo el emblemático Estadio Español de Las Condes, donde el reciente presidente de la nación tiene poca, o ninguna, empatía.
Siempre se ha dicho que América fue descubierta y conquista por españoles y que, también, fue independizada y descolonizada por españoles o, al menos, por hijos, nietos o bisnietos de españoles. Basta recordar a Bolívar (tan mal interpretado hoy por Hugo Chávez) o a San Martín, por no citar a más.
En otra época, y en otro contexto, Sebastián Piñera pertenece a esa clase de “liberadores”. Piñera es ya un chileno con tres generaciones a sus espaldas y pretender que pueda anteponer sus querencias españolas sobre las de su patria es un error que sólo pueden cometer los románticos que leen la historia como una novela de aventuras.
Ese es el primer punto que se debe tener en cuenta. Luego existe un segundo. Chile es un país serio, culto y civilizado al estilo occidental. El gobierno de España, a partir de ahora, debe tener muy presente que Sebastián Piñera no es ni Hugo Chávez, ni Evo Morales ni Daniel Ortega. Piñera va a representar a Chile, dentro de un contexto internacional, bajo una filosofía política conservadora con teorías de las más avanzadas de occidente y con un pueblo a sus espaldas que sabe donde va y lo que quiere. Ahí no va entrar ninguna teoría dimanante de la “Alianza de Civilizaciones” diseñada para anestesiar a los tontos y a los hambrientos.
Su comienzo en la política viene marcado por el enorme éxito alcanzado en su carrera empresarial y financiera que le ha proporcionado un patrimonio que, según estimaciones, puede alcanzar los mil millones de dólares. Sin embargo, y aunque la ley del país no le obliga, Piñera ha renunciado al control de muchas de sus empresas. Se ha retirado de Chilevisión, una de las cadenas más influyentes del país, y ha renunciado al control del equipo de fútbol, quizá, más emblemático del país, el Colo-Colo, y tiene hecha pública promesa de vender su participación del 26,3% en la compañía aérea Lan Chile, antes de su toma de posesión el próximo 11 de marzo.
Tras él, en el mundo empresarial, queda otra familia colunguesa: los Cueto que, muy posiblemente, sean los compradores de estos negocios de los que el novel político quiere desprenderse.
Todos estos aconteceres tienen a nuestra villa, casi vecina, de Colunga como protagonista de los últimos días, aunque yo creo que les vale más olvidarse de ellos y seguir más centrados en los capítulos venideros del doctor Mateo. Es como más positivo.
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