viernes, 14 de octubre de 2011

OTOÑO



Tierra extraña la que configura nuestro norte peninsular. Cuando, finalizado el verano, el otoño da paso a los colores ocres que se apoderan de los arboles en los bosques de nuestros valles, aquí nos regalamos un veranillo con una chulería inigualable. Así es este norte precioso.

Nada tengo yo que objetar, amigo como soy del sol y de los días luminosos, simplemente es que esta tierra nuestra nunca deja de sorprendernos y, además, me temo como probable que no vayamos a poder disfrutar de las peculiaridades del otoño, de su color siena, de su misterio y de sus días calmados. Pero no tengo prisa, como alguien escribió, en ver humillados los verdes del verano y ver nacer la melancolía del otoño.

Las playas ya están vacías porque alguien, político por supuesto, ha puesto fecha oficial al final de la temporada de baños marinos. Ya en Octubre de 1927, el genial poeta y periodista cántabro, José del Río Sáinz (Pick), escribía en uno de sus magistrales artículos en el desaparecido diario “La Voz de Cantabria” que, en Santander se acababa el verano y llegaba el otoño, cuando se marchaba la Familia Real.

Cualquier pueblo que contase con la belleza de nuestras playas, prolongaría la temporada estival todo lo que las lluvias y el Nordeste lo permitieran.

Tierra extraña, si. Pero tierra rica en paisajes, en leyendas y en mitología preciosa y entrañable. Las regiones que la componen: Galicia, Asturias, Cantabria y Vascongadas, comparte mucho juntas. Comparten historia, mar, montañas y mucha climatología adversa durante gran parte del año. Por eso, mientras más tarde en llegar esa climatología adversa que nos acompañará durante un largo invierno, mejor que mejor.

A las gentes del norte siempre nos ha unido el bravo Cantábrico. Ante esa magnitud, no hay gallegos, ni asturianos, ni cántabros ni vascos. Hay sólo unos hombres que luchan, que conviven, que saben de solidaridad y de sufrimientos en las honduras y en las playas, en las tormentas y en las calmas, en la taberna marinera de las costas o en la tasca de la alta montaña. Sin importar que cubre su cabeza, si boina, si montera o si chapela. Hombres que, en el mar, comparten el llorar de las tolinas y, en el monte, las berreas de los corzos.

Porque también la tierra nos une, aunque nuestro carácter se haga más solidario en el mar. La tierra, esa tierra a la que se sujetan los árboles, a la que se agarran como garfios los olmos, los tilos, los castaños, las hayas, esas hayas donde no ha muchos años era una delicia oír el canto del urogallo.

Puede que todas las estaciones del año puedan ser consideradas de “transición” pero si alguna de ellas se merece este calificativo, esa es el otoño. Una estación de transición hacia la tristeza de un invierno duro y largo. Transición desde la alegría, también, hacia una realidad que, quizá, ya teníamos algo olvidada por las despreocupaciones estivales, por el alegre abandono sobre los arenales, y que se nos va mostrar con toda su crudeza.

Para colmo, la guinda en el centro del pastel la pondrán unas elecciones generales que no nos van a traer ninguna ilusión y que quizá abunden más en nuestro pesimismo.

Ya, hoy mismo, se notaba el Nordeste y la bajada de temperaturas. Ya empieza a oler a melancolía, y a sentirse frío.

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