.."Y quisiera, hijo mío (si Dios te da salud) que pudieses venir este año a llevar al Santo en procesión por el pueblo......"
“Todos los años –escribe Álvaro Cunqueiro- se pierde una canción y una historia, se pierde hasta la memoria de los milagros”. Todos estos años atrás (esto lo escribo yo) se venía perdiendo una fiesta o alguna tradición por esta querida tierra mía. Todos los años éramos menos y más tristes.
Pero, por fortuna, esta mala racha parece que tiende a concluir y, más aún, se van recuperando algunas fiestas o celebraciones que ya hacía años que por una u otra circunstancia habían desaparecido del calendario profano de los pueblos. Creo yo que sería digno de análisis llegar a determinadas conclusiones sobre este “por qué”.
Nuestros pueblos sufrieron una despoblación “forzosa” (que diría Chucho, el “Paseante”) y se quedaron sin juventud que pudiese atender aquellas fechas en las que siempre se honraba al “Santo Patrón”. Un pueblo que se precie, por pequeño que sea, no puede dejar de tener su fiesta. La misa “solemne”, por supuesto, la procesión del santo, o de la santa, y la romería de la tarde, con orquesta.
Desde los “50” para acá, ya no valía sólo el gaitero. El gaitero tenía que estar, era indispensable. Con él cantaba el indiano que descargaba sus quereres hacia su tierra. Con el gaitero cantaban algunos mozos del pueblo que “mamaban” gratis. Con el gaitero se iban, como las corrientes del río, muchas cosas. Cantar, en Asturias, con una gaita que te acompañaba, era como en México cantar una ranchera con un mariachi…
Yo soy “un mozu” de los “60”. Fui a muchas romerías de los pueblos de mi concejo, “andando y por la noche”. Me daba igual que fuera San Juan Degollado, en Abándames, que San Antonio, en Suarías, o en el Mazu, que el “Rosario en Alevia, o en Merodio, o Santiago en Robriguero. Yo fui “avellanero” y me enorgullezco de haberlo sido. Yo disfruté, como pude, de mi juventud y le doy gracias a Dios. ¡¡Que bonita aquella época!! Luego vinieron otros tiempos. Para mí también, por supuesto; y me casé y tuve hijos y me desligué (“por imperativo legal”) de mi tierra querida.
Me “despisté” de las fiestas. Me enteré de que, incluso, algunas ya no se celebraban. No había juventud ni ganas de hacer nada. Las gentes, como yo, teníamos que ocuparnos de otras cosas. Fueron aquellos tiempos que a nadie se les pueden echar en cara. Unos nos quedamos en España. Otros, quizá muchos más, buscaron nuevos horizontes en la Europa más próspera y que pagaba mejor. Otros, ya hacía años, estaban en la América Hispana que ya no representaba lo que antaño había representado para nuestros pueblos del concejo. El mundo cambiaba y con ese mundo cambiamos todos. También empezaban las discotecas y los bares de copas. Ya no era tan necesario el “baile” de las romerías de los pueblos para poder abrazar a tu chica mientras bailabas. Eso ya podías hacerlo en un lugar cerrado y sin las tribunas populares que se instalaban en la plaza del pueblo, desde donde algunas gentes, aparentemente distraídas, no perdían “nota” de lo que ocurría en el baile.
Así, por uno u otro motivo, fueron desapareciendo fiestas en los pueblos. Pero hoy vuelven. Vuelven por tradición. Vuelven porque forman parte de una cultura que, afortunadamente, se recupera. Vuelven porque existen gentes que son conscientes de lo que estas fiestas significaron y siguen significando para nuestros pueblos. Vuelven porque aquellas gentes que, en una ocasión, tuvieron que abandonar su pueblo, por “imperativo legal”, hoy han vuelto. Y han vuelto, además, con sus hijos. Han vuelto con todo un bagaje cultural inmenso y fresco.
Esa gente, entre las que humildemente me incluyo, han sabido transmitir a sus descendientes, la grandeza de las tradiciones de una tierra que no va dejarse llevar por ninguna “riada”.
El ejemplo, “por ejemplo”, de la recuperación, después de cincuenta años, de la fiesta de San Juan en Colosía, pequeño pueblo de mi valle peñamellerano que ha dado apellido a muchas familias del concejo, es una muestra de este empeño, por parte de jóvenes y no tan jóvenes.
Los pequeños pueblos de Peñamellera Baja están dando, últimamente, ejemplo de muchas cosas. A mí, como nacido y criado en esta tierra, me llena de orgullo y satisfacción.
Pero, por fortuna, esta mala racha parece que tiende a concluir y, más aún, se van recuperando algunas fiestas o celebraciones que ya hacía años que por una u otra circunstancia habían desaparecido del calendario profano de los pueblos. Creo yo que sería digno de análisis llegar a determinadas conclusiones sobre este “por qué”.
Nuestros pueblos sufrieron una despoblación “forzosa” (que diría Chucho, el “Paseante”) y se quedaron sin juventud que pudiese atender aquellas fechas en las que siempre se honraba al “Santo Patrón”. Un pueblo que se precie, por pequeño que sea, no puede dejar de tener su fiesta. La misa “solemne”, por supuesto, la procesión del santo, o de la santa, y la romería de la tarde, con orquesta.
Desde los “50” para acá, ya no valía sólo el gaitero. El gaitero tenía que estar, era indispensable. Con él cantaba el indiano que descargaba sus quereres hacia su tierra. Con el gaitero cantaban algunos mozos del pueblo que “mamaban” gratis. Con el gaitero se iban, como las corrientes del río, muchas cosas. Cantar, en Asturias, con una gaita que te acompañaba, era como en México cantar una ranchera con un mariachi…
Yo soy “un mozu” de los “60”. Fui a muchas romerías de los pueblos de mi concejo, “andando y por la noche”. Me daba igual que fuera San Juan Degollado, en Abándames, que San Antonio, en Suarías, o en el Mazu, que el “Rosario en Alevia, o en Merodio, o Santiago en Robriguero. Yo fui “avellanero” y me enorgullezco de haberlo sido. Yo disfruté, como pude, de mi juventud y le doy gracias a Dios. ¡¡Que bonita aquella época!! Luego vinieron otros tiempos. Para mí también, por supuesto; y me casé y tuve hijos y me desligué (“por imperativo legal”) de mi tierra querida.
Me “despisté” de las fiestas. Me enteré de que, incluso, algunas ya no se celebraban. No había juventud ni ganas de hacer nada. Las gentes, como yo, teníamos que ocuparnos de otras cosas. Fueron aquellos tiempos que a nadie se les pueden echar en cara. Unos nos quedamos en España. Otros, quizá muchos más, buscaron nuevos horizontes en la Europa más próspera y que pagaba mejor. Otros, ya hacía años, estaban en la América Hispana que ya no representaba lo que antaño había representado para nuestros pueblos del concejo. El mundo cambiaba y con ese mundo cambiamos todos. También empezaban las discotecas y los bares de copas. Ya no era tan necesario el “baile” de las romerías de los pueblos para poder abrazar a tu chica mientras bailabas. Eso ya podías hacerlo en un lugar cerrado y sin las tribunas populares que se instalaban en la plaza del pueblo, desde donde algunas gentes, aparentemente distraídas, no perdían “nota” de lo que ocurría en el baile.
Así, por uno u otro motivo, fueron desapareciendo fiestas en los pueblos. Pero hoy vuelven. Vuelven por tradición. Vuelven porque forman parte de una cultura que, afortunadamente, se recupera. Vuelven porque existen gentes que son conscientes de lo que estas fiestas significaron y siguen significando para nuestros pueblos. Vuelven porque aquellas gentes que, en una ocasión, tuvieron que abandonar su pueblo, por “imperativo legal”, hoy han vuelto. Y han vuelto, además, con sus hijos. Han vuelto con todo un bagaje cultural inmenso y fresco.
Esa gente, entre las que humildemente me incluyo, han sabido transmitir a sus descendientes, la grandeza de las tradiciones de una tierra que no va dejarse llevar por ninguna “riada”.
El ejemplo, “por ejemplo”, de la recuperación, después de cincuenta años, de la fiesta de San Juan en Colosía, pequeño pueblo de mi valle peñamellerano que ha dado apellido a muchas familias del concejo, es una muestra de este empeño, por parte de jóvenes y no tan jóvenes.
Los pequeños pueblos de Peñamellera Baja están dando, últimamente, ejemplo de muchas cosas. A mí, como nacido y criado en esta tierra, me llena de orgullo y satisfacción.
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