sábado, 15 de mayo de 2010

LLORA COMO BOABDIL. NO PASA NADA...


Baltasar Garzón salía ayer de la Audiencia Nacional, despedido. Dicen que al salir lloraba. Es posible. Garzón también tiene, o debería tener, la capacidad de llorar. Eso ocurre porque es humano. Los humanos lloramos por muchas razones: por dolor, por desilusión, por amor, por decepciones, por rabia….por muchas cosas….Yo he llorado por muchas razones, hasta por infantil a los cuarenta años y más, y no hay cosa peor que tener que llorar sólo y tenerte que meter en el “meadero” de un bar a llorar. Salir y pedir un copazo y luego dar explicaciones cuando alguien te pregunta si te ecuentras mal..

¿A ustedes les ha ocurrido algo así alguna vez…? Pues a mí sí. Yo sé ir llorando por la calles de Madrid de rabia y de impotencia. Yo sé tener que cambiar el rumbo de mis “alternes” para no encontrarme con alguien a quien le pudiera dar una hostia con todas las consecuencias…A mí ya me pesan los años y sé lo que es reír y llorar. Yo sé muchas cosas, aunque haya aprendido pocas.

Que un juez llore no es malo. Un juez tiene que aprender a llorar porque, posiblemente, lo primero que le enseñaron fue a no llorar nunca. Un juez puede haber visto llorar a muchas gentes que tenía delante, y le “valía madre”. En los juzgados, ante el juez, se sientan gentes culpables e inocentes. Unos lloran y otros “non”, como los pimientos del Padrón. Pero allí sólo existen unas normas y un reglamento. Que lloren, o no, poco les importa a los jueces.

Garzón lloraba ayer al despedirse de su, prácticamente personalizada, Audiencia Nacional. Quizá ahora comience a creer que es humano. Quizá comience a creer que un buen día, como me puede pasar a mí, se le detecte un cáncer de pulmón y que los ocho, diez o quince meses que nos queden de vida hay que emplearlos en ser humanos. Quizá empiece a comprenderlo. Hasta ahora no tuvo los pies en la tierra.

Perdónenme que les de la vara con mis vivencias, pero quiero contarlo: Hace ya muchos años yo tuve la mala suerte de ver llorar en un bar de copas de Madrid, a un director general de mi banco. Al día siguiente tenía que comparecer ante el juez Moreiras y ya tenía hecho el “equipaje”. Aquel juez que muchos recordamos, que era imprevisible y metía miedo a cualquiera…

Tomamos dos, tres, cuatro copas. Le dimos ánimos. Le abrazamos, incluso, cuando se iba a su casa en un coche del banco, cuyo chófer tenía que estar hasta los “mismísimo” de esperarle”. No pasó nada al día siguiente. Moreiras, casi ni se fijó en él y salió “ileso”. Pero desde aquel día yo no volví a ser el mismo, profesionalmente hablando. Ni yo, ni los compañeros que tuvimos la desgracia de tropezarnos con él aquella noche. Le habíamos visto llorar y eso no se perdona. Yo tuve la suerte de pasarme cuatro años en America pero, incluso hasta allí, encontré reminiscencias de aquella fatídica noche.

A mí me gusta llorar. Hombre, gustar, gustar no, pero me desahoga. A mi no me importa que nadie me vea llorar, y con los años, cada día me emociono y lloro más veces.

Ya es hora que en este país lloren hasta los jueces. A ver si un día también empiezan a llorar los políticos, que falta les hace.

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